«El derecho a ser madre no debería depender de ninguna ley o gobierno»

Lucía Vidal REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

Lucía Vidal / Álex López-Benito

Se cumplen trece años del primer matrimonio entre mujeres en suelo español. Nuestras protagonistas siguieron el camino

01 jul 2018 . Actualizado a las 16:52 h.

Rocío y Silvia todavía conservan los recortes de prensa de aquella jornada histórica. Era junio de 2005 y se aprobaba la reforma legal que permitía el matrimonio entre personas del mismo sexo. Tani y Verónica se convertían -con permiso de las gallegas Marcela y Elisa, que lo habían hecho en 1901, aunque con una de ellas haciéndose pasar por un hombre- en las primeras mujeres que se daban el sí quiero en nuestro país, en Mollet del Vallés (Barcelona). Unos meses después estas ferrolanas sellarían su amor en Baleares, donde vivieron y trabajaron durante una década (en septiembre hará cuatro años que regresaron a Galicia). «Luego lo celebramos aquí, de blanco, con pazo y todo. Una boda muy convencional», comenta Silvia. ¿Obligadas por los corsés o el qué dirán? «En absoluto. La hicimos así por elección propia. ¡Es que somos muy normales!», exclama.

El sueño compartido de ser mamás fue lo que las empujó a firmar los papeles: «Nos casamos para poder tener bebés y ser legalmente sus madres», explica Silvia. De lo contrario, tan solo tendrían derecho a adoptar. Ellas querían gestar a sus propios hijos. Rocío llevó en su vientre a Maya, que ahora tiene seis años, mediante un procedimiento de fecundación con semen de donante. Y Silvia hizo lo propio con Nuno. El pequeño de la familia, que tiene ahora cinco meses, es un ROPA, el método que les permitió a ambas participar activamente en su creación y nacimiento: un óvulo de Rocío fue fecundado, y el embrión resultante, implantado en el útero de Silvia. «Para los dos casos, en la sanidad pública y en una clínica privada, nos pidieron el libro de familia», recuerda Silvia, que tiene claro que tener acceso a derechos básicos como ser madre no debería depender del color del gobierno: «¿Tener que sacrificar la maternidad porque lo decrete una ley? No me parece justo». Y aunque les gustaría tener media docena de hijos, «la fábrica está cerrada», medio se lamenta Rocío.

Llevan juntas catorce años. «Nos conocimos en la universidad en Ferrol. Me quedé prendada de sus ojos», confiesa Silvia. «El primer día que hablé con ella ya me quedé pillada», reconoce Rocío. Eso sí que es un flechazo. Pero hasta que las flechas se clavaron en sus respectivos corazones, el camino no fue fácil. «Nací en un pueblo pequeño, Narón -explica Rocío- donde todo el mundo se conoce. Yo me di cuenta de que era homosexual cuando tenía trece años. Fue duro. Me daba pavor salir del armario, y enamorarme ¡ni te cuento!». Tuvo que recibir ayuda psicológica. Para Silvia, el momento de comunicar públicamente su condición sexual llegó más tarde. «Yo pensaba que simplemente no tenía éxito con los chicos. Cuando a los 21 les dije a mis padres que me gustaban las mujeres, se sorprendieron. Y eso que nunca había llevado un novio a casa». Hoy a esos abuelos se les cae la baba con sus nietos. «¿Que si hemos sufrido discriminación? Creo que somos unas afortunadas. De todas formas, no me giro a ver si me están mirando. Me da igual». ¿Y en el colegio?: «Muchas madres nos agradecen ser parte de la comunidad porque así sus hijos viven y maman esto desde pequeños». En casa no hay secretos. «Maya conoce la historia desde el primer momento. Casi te puede dar una clase de métodos de reproducción asistida. Le hemos comprado cuentos para explicarle cómo hacer para tener un bebé si no hay un papá. Los niños son niños pero entienden perfectamente las cosas».

Viven su vida con la normalidad de cualquier pareja con hijos. Sin esconderse de nada ni de nadie. «Nosotras somos las primeras que tenemos que normalizarlo. No se puede vivir con miedo».  

«Somos una piña»

Todavía no tienen descendencia, aunque sí entra en sus planes, Verónica y María, las Caricuchis, el apodo con el que las conocen. «La gente nos quiere por como somos, por lo que disfrutamos juntas de la vida y con la gente que queremos».

Aseguran que nunca han sufrido problemas de integración. «Sí es cierto que hemos padecido actitudes machistas, por ejemplo cuando nos dábamos un beso en público, pero nos hemos sabido defender bien», dice Verónica, orgullosa de que las familias de ambas se lleven a las mil maravillas.