El Brisas, la aldea gala de Fuerteventura

Tamara Montero
tamara montero PUERTO DEL ROSARIO / E. ESPECIAL

SOCIEDAD

Tamara Montero

El restaurante de Puerto del Rosario lleva años siendo el punto de encuentro de la comunidad gallega

12 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

-¿Sabe dónde está el restaurante Brisas do Mar?

-Ay, mi niña. Allí abajo hay uno de gallegos.

-Entonces tiene que ser ese.

Era ese. Uno de los bares de origen gallego que hay en Puerto del Rosario. Si hay una costumbre arraigada en Galicia es la del bar. Si hay bar, hay civilización. El bar es el principal lugar de socialización, donde se hace parroquia, se gestan negocios. Se conocen los matrimonios. Se comparten los éxitos y se lloran los fracasos. Uno de los mayores placeres que existen es tomarse una caña en el bar al salir de trabajar. Pero los canarios no van al bar. Al menos, no van al bar como los gallegos.

Quizá ahora un poco sí. El Brisas do Mar cumplirá cuatro años el próximo 25 de julio. Justo Regueiro, Tito, como lo conoce todo el mundo, llegó en el 2000 a Canarias para lo mismo que otros muchos. Trabajar en la construcción. «Viñemos uns cantos amigos de Lugo», recuerda en la mesa del Brisas do Mar. ¿Y el restaurante? El restaurante vino luego. En tiempos gestionó también un negocio de alimentación gallega. El Brisas do Mar vino porque no le gustaba la comida que había. Así que Tito decidió que lo mejor era preparársela él mismo.

Se la prepara para él y a buena parte de la colonia gallega que vive en Fuerteventura. Porque allí, al lado del mar, cerca del puerto, se va al bar. Por supuesto que se va al bar. A partir de las siete de la tarde, cuando empiezan a cerrar los negocios, el Brisas do Mar comienza a ir a toda máquina. Hacia las nueve, sobre la barra, en las mesas, aparecen las raciones de pulpo y los platos de churrasco. Tampoco se ha perdido la costumbre de ir a rondas. En el restaurante siempre hay pagada una caña de Estrella o una taza de vino. «Aquí pódese tomar de todo», explica el dueño del Brisas do Mar. Vino gallego. Almejas, mejillones. «Marisco, normalmente na fin de semana». Llega los jueves. Llega de Galicia, como llega la carne de Lugo.

Albañiles, militares, periodistas

«Exactamente», dice Tito cuando se le pregunta si llegó a Canarias para una temporada corta y terminó estableciendo su vida en las islas. Su historia se mezcla con la de muchos otros que pasan todas las tardes por la aldea gala de Fuerteventura. Por el trozo de Galicia en Puerto del Rosario. En la gran pantalla, siempre está la TVG puesta. Los camareros son de Galicia. De Sanxenxo, de Poio. La cerveza, gallega. «Aquí consómese máis que a propia, porque hai moitos majoreros aos que lles gusta a Estrella. Hai clientes que veñen pola cervexa nada máis».

A última hora de la tarde se acerca a la barra un joven. Extranjero. Y pide chupitos. ¿De qué? ¿Qué es lo típico? De las neveras sale aguardiente tostada, licor de herbas y un licor café que triunfa desde hace tiempo.

Por esas mesas pasan trabajadores de la construcción, gallegos que han creado su propia empresa a pesar de la crisis. También se acercan militares. Por el Brisas do Mar pasan también periodistas, abogados, mecánicos. Galicia entera. «Os galegos coñecémonos case todos», dice Tito. Los que llevan aquí toda una vida no han perdido la costumbre de ir a tomar algo. Allí se dan cita, por ejemplo, Alfonso Fernández, de O Carballiño; Adolfo Cobas, de Ponte Ulla, y Óscar Rivas, de Arteixo. Todos se dedican a la construcción. Todos han visto cómo se hinchaba la burbuja para después tener que remar en el desierto. Y todos recuerdan los salarios estratosféricos. Que ya son cosa del pasado. Un poco más tarde llega Blas Tojo, de Santiago. De profesión, carpintero. Y saluda a Ovidio, de Malpica, que también lleva en la construcción muchísimo años. A ellos se les une Tino Madrigal, militar natural de A Coruña que a día de hoy no cambia por nada las islas Canarias.

San Xoán y el Apóstol

«Pois o bo que ten é o clima», responde Tito. No pasan frío. No llueve. No tiene nada que ver con Galicia. ¿Y lo malo? «Pois que eu saiba, nada», zanja. Tanto que hace nada menos que diez años que no ha ido de visita. Antes, sí. «Antes ía... non sei, catro ou cinco veces no ano». ¿Por qué? La morriña se ha ido disipando. Uno se habitúa a su nueva vida, y cada vez las visitas se van espaciando. Además, Galicia ha cambiado, dice. «Polo que din, eh?». «Teño alá unha filla, pero vén cada pouco». Así que a él ya no le hace falta coger el avión.

En realidad, Tito ha creado una pequeña Galicia a su alrededor, en la zona del Charco de Puerto del Rosario. Mientras habla, empiezan a salir los pinchos. Hoy hay xureliño. Así que poco puede echar de menos. Porque en Puerto del Rosario incluso celebran las fiestas. Para el San Xoán construyeron una meiga que luego lanzaron al fuego. Y desde hace años, el Día de Galicia es sagrado. Tienen una figura del apóstol Santiago que se guarda en la capilla militar - «porque o coronel que había aquí é galego, de Ferrol», apunta Tito- y que sacan en procesión el 25 de julio desde el cuartel hasta el restaurante. Y después, la fiesta. Sesión vermú y una gran carpa, barras de cerveza, comida. Y música tradicional de Galicia. «O ano pasado trouxemos uns gaiteiros do centro galego de Las Palmas». ¿Y orquestas? «Non, orquestras non. Grupos de música de aquí». La participación se cifró en varios centenares de personas. ¿Cuántos gallegos quedan en Puerto del Rosario? Se ha publicado que unos dos mil.

¿Qué hay pensado para este año? Pues a ver, a ver si se celebra también el Día de Santiago, dice Tito. Que es lo mismo que dijeron el año pasado y sí, al final hubo fiesta del Día de Galicia, que coincide con el aniversario del Brisas do Mar. Están trabajando en crear una asociación que aglutine a la colonia gallega en la isla para continuar organizando celebraciones. Y sí, en entroido también comen filloas. Y preparan carne ao caldeiro.