La vida tras nacer con cuatro riñones

Rosa Estévez
rosa estévez VILAGARCÍA / LA VOZ

SOCIEDAD

MONICA IRAGO

José Luis Nogueira llegó al mundo con una malformación y ha pasado años entrando y saliendo del quirófano; como él dice, su madre lo «parió dos veces» al donarle un órgano

24 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

José Luis Nogueira nació por última vez el 23 de febrero del 2010. Aquel día entró en el quirófano del hospital Juan Canalejo. Iba acompañado por su madre, una mujer de tierra y de sal que, harta de ver sufrir a su primogénito desde el mismo momento de su nacimiento, había decidido donarle uno de sus riñones. «Mi madre me parió dos veces», resume este vilanovés.

La primera vez, el alumbramiento llegó envuelto en tristeza. José Luis Nogueira nació con cuatro riñones, doble vejiga y doble uretra. Así que aquel bebé, que lloraba como todos los bebés, tuvo que hacer frente desde su nacimiento a un sufrimiento intolerable. «Con siete días de vida me enviaron de Pontevedra al hospital de A Coruña, casi muerto», cuenta él. Su madre recuerda la incertidumbre, el miedo. Pero no parece querer detenerse en aquellos momentos. «A vida non é fácil de contar, e non foi fácil de vivir. Pero hai que botar o peito para adiante e seguir, non se pode facer outra cousa», reflexiona.

Ella lo hizo. Vio como su hijo entraba en quirófano por primera vez cuando apenas tenía dos semanas de vida. No podía imaginarse que esa iba a ser una escena que se repetiría una y otra, y otra vez, a lo largo de los años. «No sé cuántas veces he pasado por quirófano», dice José Luis. «En mi historial médico solo pone pluriintervenido», apunta antes de soltar una carcajada. María del Carmen se toma un poco más en serio lo de poner números a la historia. «Se non leva trinta operacións, moitas non lle deben faltar», dice. Él corrige a la baja. Se ha acostumbrado a contar solo «las intervenciones importantes». Y tras echar sus propias cuentas zanja el asunto. «Serán unas 23».

Sin quejas

«A vida do meu fillo daba para escribir un libro, e aínda non lle chegaba. Sempre estivo enfermo, con operacións e con problemas», dice la voz de la madre. El pequeño José Luis entraba y salía del Juan Canalejo, afrontando con entereza de adulto curtido los retos que la vida le ponía. «No creo que me fuese a sentir mejor por quejarme», reflexiona. De aquellos primeros años recuerda que «lógicamente, faltaba mucho al colegio. Estudiaba en casa, y no me iba mal. Creo que aprendí a multiplicar y dividir con decimales antes que mis compañeros de clase». Recuerda también a las enfermeras que lo curaban con mimos y atenciones. «Ás veces montaban cada unha... El pasábao xenial con elas, e elas con el», recuerda María del Carmen. Y aprovecha la ocasión para dar las gracias a los profesionales sanitarios que contribuyeron a hacerle las cosas un poco más fáciles a toda su familia. «Con algunhas enfermeiras chegamos a facer tal amizade que, cando viñan de vacacións por Arousa, paraban na casa para velo».

Y es que la vida seguía su curso entre Vilanova y A Coruña, hasta donde José Luis viajaba con frecuencia para que «me fuesen quitando trozos a medida que se iban deteriorando». Con nueve años, los fallos renales continuos lo condenaban a tener que vivir con diálisis. «La noche antes de ingresar en el hospital, llamaron a mi casa para decir que había un donante y que me iban a hacer un trasplante de riñón». De nuevo, recuerda la familia, tocó salir a toda velocidad hacia A Coruña. «Lo que recuerdo claramente es estar saltando de alegría en la cama del hospital». ¿No tenía miedo? «No. Ya llevaba tantas operaciones encima que no me daba miedo ninguno», relata él.

Aquel primer trasplante salió bien. Aunque no le permitió librarse ni de los médicos ni de las visitas periódicas al hospital, se abrió un paréntesis de cierta normalidad en la vida de un joven que siempre sacó buenas notas. «Hasta que llegué al instituto», matiza. «Tenía que tomar la medicación, pero por lo demás podía hacer de todo». Hasta jugar al fútbol con los amigos. «Pero en plan pachanga. El deporte nunca fue lo mío», sostiene. Tampoco tuvo problemas para salir por la noche, aunque sin alcohol de por medio. «Eso ya no», apunta.

Segunda oportunidad

Pero los cuidados no fueron suficientes. Cuando andaba por los veinte años su salud había vuelto a deteriorarse. «El riñón fue dañándose y acabé teniendo que hacer diálisis», cuenta. La hacía en casa, asistido por su madre, que se había pasado un mes con él en el Juan Canalejo aprendiendo cómo ser la enfermera que se requería en esta ocasión.

José Luis se negaba a renunciar a su vida. Se sometía al tratamiento por la noche para poder exprimir el día al máximo. Hace doce años se incorporó a la plantilla de la Diputación de Pontevedra, y faltar a su puesto es una idea que se le hace intolerable. «No me gusta faltar. Ya tuve que estar de baja un año y pico cuando fue lo del trasplante».

Nos colocan estas palabras de José Luis a finales del 2009. Para entonces, a su madre se le había agotado la paciencia. Estaba cansada de ver a su hijo cumplir una condena injusta y a su hija menor teniendo que compartir su carga. Así que un día decidió plantear a los médicos una pregunta que llevaba tiempo rondándole. «Díxenlles se non lle podía doar un ril ao meu fillo». Se inició así un camino largo, porque «hai moitos trámites que facer. Primeiro as probas de compatibilidade, despois ir ao xulgado...», cuenta ella. Su familia la apoyó desde el principio. «E aínda que non me apoiasen», aclara. Había encontrado la manera de hacer algo por su hijo, y nadie iba a detenerla. Mucho menos, el propio José Luis, que «estaba preocupado por min».

El 23 de febrero del 2010, madre e hijo entraron juntos en quirófano. Todo salió a la perfección. «Cando me levaron para a sala de reanimación, o primeiro que escoitei foi ao meu fillo chamándome. ‘Mamá, ¿estás ben?’». Y tanto que lo estaba. En pocos días ambos habían regresado a casa. Y a las pocas semanas, María del Carmen volvía a trabajar las fincas con el brío de costumbre. «¿E por que non ía traballar?. Quedei perfecta, non me cambiou a vida para nada...», dice. Y meneando la cabeza, sentada en la cocina, pone voz a sus pensamientos. «¿Que nai non fai isto por un fillo? Eu volvería facelo».