«Hace once años era el rey del barrio... hasta que un día dejé de respirar»

Lucía Vidal REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

LUCÍA VIDAL / ÁLEX LÓPEZ-BENITO

A Miguel Galán, trasplantado de pulmón, le dieron a los 46 años la incapacidad absoluta

18 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando uno llega a casa de Miguel se pregunta si ahí dentro vive un recién trasplantado de pulmón o un súper héroe. Vecino de una parroquia de Narón, para acceder a su vivienda hay que subir una empinada escalera. «Tiene trampa», dice. Él lo hace a través de la puerta trasera, recorriendo las aceras en pendiente que bordean los muros. La levantaron en 2007, cuando ni imaginaban que dentro de unos meses un simple paseo se convertiría en el más duro de los maratones. «Hace once años yo era, por así decirlo, el rey del barrio. Preparaba las barbacoas, arreglaba el jardín...», relata con cierta nostalgia.

Le tocó aprender rápido -y muy joven-, a sobreponerse a embestidas vitales de gran dureza. Con 23 años le detectaron su primer cáncer linfático. En el 97 sufrió una recaída. Cuando terminó el ciclo de quimio, llegó la peor de las noticias: el tratamiento no había surtido efecto. Y tocó volver a empezar. Quimioterapia, radioterapia, autotrasplante de médula y... bronquiectasias, el origen de su fibrosis. «Fue una degradación a cámara rápida. En octubre del 2011 tuve que ingresar de urgencia en el hospital. Me llevó mi mujer en el coche. Pensamos que no llegaba».

Miguel cuenta de una forma muy gráfica lo que pasaba en sus pulmones. «Se acartonan -explica-. Es como cuando una esponja de baño se vuelve vieja y dura». Ese día volvió a casa con una bombona de oxígeno como compañera inseparable de viaje. Y aunque se sentía demasiado joven para dejar de trabajar -entonces tenía 44 años-, no quedó más remedio. En febrero del 2012 cogió la baja. Y nunca más volvió.

Sobre qué hubiese pasado si un donante no se hubiese aparecido en su camino, Miguel es tajante: «Para entrar en lista de espera tienes que tener una esperanza de vida inferior a dos años. Así que calculando... en febrero del 2014 yo estaría muerto».

Recuerda al milímetro la llamada que desató una montaña rusa de emociones, una mezcla de miedo y felicidad: «Estábamos comiendo. Era el día después de la fiesta de fin de curso de mi hija. El reloj marcaba las 15.00 horas. Sonó el teléfono. Cogió mi mujer. Estábamos frente a frente. Vi que se ponía muy pálida y por el tono me di cuenta enseguida de que era del hospital». Al otro lado, Covadonga Lemos, coordinadora de trasplantes. «¿Cuánto tardas en estar aquí?», me pregunta. «Dos horas», le contesto. «Pues tienes 120 minutos. Ni uno más». Fue la primera vez que Miguel entró en quirófano con la sensación de que se podía morir. Claro que el temor duró tan solo unos segundos. «En cuanto traspasé esas puertas de goma me quedé relajado. Pensé en mi padre. Mi ángel de la guarda [el padre de Miguel falleció de cáncer a los 42 años]. Es como si me hubiese poseído su espíritu y entonces noté que podía hacerlo».

Sin fecha de caducidad

Al principio Miguel echaba cuentas sobre cuántos años duraría. La calculadora está ahora guardada en un cajón. «Ya no pienso en la fecha de caducidad». No puede jugar al fútbol, ni correr. Y cuando pasea, su mujer siempre le deja atrás. Los catarros se llevan peor y echa de menos la rutina del trabajo que le robaba el tiempo necesario para no darle vueltas a la cabeza. Un tiempo que ahora llena con la lectura y la historia, el cuero, la pirografía o las actividades extraescolares de su hija. Pero Miguel es, a pesar de todo, un hombre optimista y con mucho sentido del humor: «Hace poco hicimos una excursión a Las Médulas. Con un amigo, Dionisio, que también está trasplantado. Cuando iba por la mitad, ellos me cogieron ya de vuelta». El mantra de Miguel recuerda a esos presentadores de concursos cuando dicen aquello de que ‘lo importante no es ganar sino participar’. «Si no llegas a meta, llegas a medio camino. Hay que intentarlo», aduce.

Los expertos creen que la terapia génica da ciertas esperanzas al enfermo de fibrosis pulmonar

Un reciente experimento del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas ha conseguido gracias a una terapia génica alargar los telómeros de ratones logrando así rejuvenecer sus tejidos afectados. Se calcula que la fibrosis pulmonar afecta a unas ocho mil personas en España. El neumólogo Fernando Molina, bastante cauto con los avances, explica que la dolencia supone una inflamación de los pulmones, asociada en algunos casos a enfermedades del tejido conjuntivo o a la sarcoidosis, en otros producida por la inhalación o exposición a tóxicos, como los trabajadores de las minas o la propia asbestosis. Pero la mayoría de veces la causa se ignora.

En cuanto a las características diferenciales que presentan los enfermos, señala que tienen los telómeros más cortos -los mismos que intervienen en el envejecimiento-, y eso puede influir en que, cuando el pulmón sufre una agresión, esta no se repare correctamente. De hecho, a los pulmones de estos enfermos se los conoce como pulmones de piedra. «Es que pierden su elasticidad. La membrana que separa los alveolos de los capilares se hace más gruesa, y se quedan duros», detalla.

Se ha hablado mucho de la influencia del tabaquismo en el desarrollo del mal, y aunque no está causado directamente por el consumo de tabaco, el hecho de fumar «sí condiciona su evolución, a peor, claro», subraya.

Molina da las claves de la esperanza de vida de un enfermo: «Suelen transcurrir dos años entre los primeros síntomas hasta el diagnóstico. Los pacientes fallecen entre dos y cinco años después. Hay dos tratamientos a base de antiinflamatorios y antifibróticos, pero no curan. Al final el trasplante es la única solución».