«El VIH irá conmigo a la tumba»

Mila Méndez Otero
Mila Méndez A CORUÑA / REDACCIÓN

SOCIEDAD

CESAR QUIAN

El virus ya no es tan mortífero, pero tampoco inocuo. Un 20 % de los infectados no lo saben y lo trasmiten

08 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

En A Coruña el año pasado se diagnosticaron 60 nuevos casos. A Juan, como así pide que lo nombremos, le tocó ser uno de ellos. «Estaba jugando un partido cuando me llamó el médico para decirme que era seropositivo». Recuerda como le empezaron a temblar las piernas. Hoy, el impacto de decirlo en voz alta todavía lo sorprende frotándose las manos o forzando una sonrisa. Por suerte, fue diagnosticado a tiempo. El virus no estaba muy avanzado. «El problema hoy en día del VIH son los casos que se detectan muy tarde».

Respira hondo y bebe a sorbos su infusión. «Siempre fui escrupuloso», insiste. A diferencia de los chavales de ahora, él sí vio las imágenes del horror de los 90. «Fui a visitar a un amigo enfermo de sida al hospital». Su rostro, continúa, «todo demacrado, sin carne», no se le olvida. «Los chicos jóvenes piensan que el VIH es cosa de viejos. Tienen la imagen de que no mata. Pero sí mata cuando es un diagnóstico tardío. Es escandalosa a veces su poca conciencia».

Salir de dos armarios

Lleva un pastillero en el bolsillo. Dentro, un antirretroviral que tiene que tomar todos los días. «Hay gente que necesita dos. No es un drama, es como quien toma su pastilla del colesterol con la comida. Ni te mareas ni te condiciona. Sigo haciendo la misma vida». Cada píldora, destaca, cuesta 23 euros. «Es un medicamento de última generación, cuando me lo recetaron llevaba cinco meses en el mercado», explica. Hasta no hace tanto las dosis podían superar la veintena de pastillas para los infectados con el virus de inmunodeficiencia humana. «Cada uno de nosotros, de los infectados por VIH, suponemos unos 8.000 euros de gasto a la Seguridad Social casa año», apunta con cierto sarcasmo.

Como una enfermedad crónica, lo acompañará toda la vida. «Sé que no me va a llevar a la tumba, él se vendrá a la tumba conmigo». Con el tratamiento se siente tremendamente aliviado. «Sé que no lo voy a pasar. Es un peso enorme que te quitas de encima. Mi carga viral no es detectable porque el tratamiento, que inhibe la replicación del virus, ya es efectivo. Me protege a mí y a los demás», explica. Quiere dejarlo claro: «Yo no tengo sida ni espero tenerlo. El sida es la parte final de la infección». Tener que dar explicaciones por esto supone para él una segunda vuelta a la salida del armario. «Con hacerlo una vez ya me llegó», sonríe. Juan sigue con su pareja con la que lleva unos cuantos años unido. Mantienen una relación abierta. «Que él siga conmigo, a pesar de todo, fue muy importante». 

Perder trabajo o amigos

No se avergüenza, pero sí defiende el derecho a permanecer anónimo. «El miedo a morir asusta, pero creo que aún es más duro el rechazo social», reconoce. Ni compañeros de trabajo ni familiares entran en su ecuación. «¿A mis padres y abuelos para qué? Solo les causaría un disgusto». En el entorno laboral hay miedo a represalias. «Unos me tendrían miedo, otros asco. Sé que me discriminarían. Se dan casos de gente despedida. En la Comunidad de Madrid hasta hace nada no podíamos tener licencia de taxista. ¡Hay oposiciones a las que no nos podemos presentar!», exclama. «El VIH se transmite, no se contagia. Es un virus infectotransmisible, no infectocontagioso. Se contagian los patógenos que sobreviven fuera del organismo, como la gripe. Con el virus del sida solo sucede con las jeringuillas. Un error de denominación tan importante persiste desde los años 80», censura. 

Un 20 % no lo sabe

Según el Comité antisida de A Coruña, Casco, un 20 % de los infectados no sabe que lo son y transmiten el virus. Es el VIH oculto. En el área sanitaria de A Coruña hay unas 1.168 personas afectadas. «Debería ser una prueba rutinaria en el Sergas, como un análisis de sangre. Incluso obligatoria. Es barata, cuesta sobre dos euros. Los diagnósticos tardíos están aumentando entre los heterosexuales. Son los que menos sospechan», indice. «Es una inmoralidad no hacer todo lo que se puede. Pienso en esa mujer infectada por su marido que queda con otra persona por una aplicación una noche». Asegura Juan que casos así sobran.

No llega con el preservativo

Defiende que se extienda en la sanidad el uso de los anticonceptivos de preexposición (PrEP), ya regulados en otros países: «Está demostrado que bajan la difusión del virus. Aquí muchos compran el PrEP por Internet. ¡Es un tratamiento que necesita un seguimiento médico!». Y, aunque nunca se pueden hacer excepciones con el preservativo, «nunca hay gente de toda confianza. Se miente mucho para tener sexo», advierte. La mejor prevención, opina, es la farmacológica. «El virus no empezó a decaer hasta que se mejorar y generalizaron los tratamientos farmacológicos». Tiene un alegato final: «Las personas no somos ángeles. Yo al menos no lo soy. Pediría que dejaran de hacer juicios morales».