«Me suicidaba todos los días con la comida»

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

SOCIEDAD

Ramón Leiro

La gordura no solo le robó la salud, también desbarató su vida. Graciela Cortizo, vecina de Poio que sufre obesidad mórbida, lleva meses a dieta y ha logrado perder 40 kilos

18 feb 2018 . Actualizado a las 20:56 h.

Graciela Cortizo Herrera tiene 53 años. Pero ella intenta convencerse a sí misma de que ha vuelto a nacer hace unos meses y de que, por tanto, está en el año uno de su vida. ¿Por qué? Porque, en la primavera del 2017, con 1,45 de estatura, 185 kilos de peso y sin poder siquiera levantarse de cama o vestirse de forma autónoma, dijo basta ya. Su cabeza, esa misma que jamás había querido hacer caso a quienes le decían que la obesidad la estaba matando y le rogaban que dejase de alimentarse malamente, captó el mensaje que le dio un médico. No fue aquel un mensaje fácil de escuchar. Ni de asumir. Y menos de repetírselo a una misma cada día. Pero ella lo está haciendo.

«Me dijo que me suicidaba todos los días con la comida, y sí, me suicidaba todos los días con la comida. No me pegaba un tiro ni tomaba barbitúricos, pero me mataba igual», señala Graciela, vecina de Poio (Pontevedra). Se puso a dieta y desde mayo ha adelgazado 40 kilos. Sabe que ni de lejos es suficiente, dice que si quiere tener opciones de hacerse una operación -ahora es enferma de alto riesgo- debe llegar como mínimo a los cien kilos. Pero está orgullosa del camino andado. Con la ilusión de que otras personas con obesidad reaccionen antes de que sea tarde, cuenta su vida.

RAMON LEIRO

«Yo creo que siempre comí por ansiedad, no disfrutaba de lo que comía» Graciela, según ella explica, nació con una patología llamada artrogriposis, que le provocaba problemas de movilidad. «De pequeña andaba, pero cojeando o apoyándome en los demás», explica. Es la quinta de seis hermanos y siempre se sintió protegida por la familia: «A mi hermana pequeña le insistían en que me vigilase para que no me cayese, todos me protegían». En la adolescencia ya caminaba con muletas. Y alrededor de los 25 años empezó a engordar. ¿Por qué? Ella lo asocia a problemas de ansiedad, de baja autoestima, de no aceptarse ni de creer en sí misma. «Yo creo que siempre comí por ansiedad, porque no disfrutaba de lo que comía. Nunca me gustó comer sentada y tranquila, lo tragaba todo rápido y a poder ser en bocadillo. No sé lo que es una sobremesa: para mí comer es algo que se hace muy rápido y punto. Y todo lo que comí siempre era malo, yo no comía ni frutas ni verduras ni pescado. Y me daba igual meterme varios Tigretones o hamburguesas que cualquier otra barbaridad», asegura.

A los 33 años pasó de las muletas a una silla de ruedas. ¿Fue por la artrogriposis? Lo duda bastante: «No creo que llegase a la silla de no ser por la gordura. La obesidad fue lo que me hizo no poder andar, estoy convencida», explica. A partir de no poder caminar, su estado físico y anímico cayeron en picado. Su dieta, durante años, la hizo galopar hacia todo tipo de enfermedades: «Desayunaba leche y Cola-Cao y me tomaba un paquete de galletas entero, bajaba a Pontevedra y paraba a comprarme bocadillos o dulces y luego comía lo que hubiese al mediodía. Por la tarde, más bocadillos. Podía tomar tres o cuatro... Llegué hasta algo más de 185 kilos de peso y, claro, me aparecieron enfermedades, desde el hígado graso a diverticulitis», explica. Su salud se fue poniendo patas arriba. Llegó a no poder ni incorporarse sola, y también se deterioró su día a día: «Perdí a parte de la familia. Me dieron muchas oportunidades. Y lo hice todo mal, no quería reconocer que iba hacia el suicidio».

En mayo llegó el renacer. Ingresó en un psiquiátrico 50 días y asegura que salió de allí con la mente reseteada. No quiere que nadie planifique su dieta. Dice que saldrá en solitario del pozo y ella misma diseña los menús. Vive sola -tiene servicio de ayuda a domicilio-, ha descubierto la fruta y la verdura y ha adelgazado 40 kilos. Sabe que no será fácil. Pero tiene claro dónde reside su gran arma: «Todo está en mi mente. Si quiero, lo voy a conseguir. No puedo seguir matándome», remacha.