«Hablo con un budista o un taoísta y nos entendemos, hay que respetar»

Elisa Álvarez González
Elisa Álvarez SANTIAGO / LA VOZ

SOCIEDAD

xoan a. soler

Lleva siete décadas de misión en varios países, y sigue yendo todos los días a ver a enfermos a un hospital de Taipéi

12 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Andrés Díaz de Rábago nació en A Pobra do Caramiñal hace cien años. Conversa de forma fluida, cercana, y salpicando la charla de carcajadas. Y no sentencia nunca. Al contrario, opina, respeta, dialoga. A lo mejor es precisamente ese carácter afable lo que le hace ser un centenario con una mente lúcida y una salud envidiable: «En la Guerra Civil mi padre nos escribió una carta a dos hermanos que estábamos movilizados y nos dijo: 'El que me preocupa es Diego, Andrés no, que ha nacido de pie'». Y tenía razón su padre. Diego ya no volvió, pero Andrés pudo regresar y abrazar a su padre.

El domingo vuelve a Taipéi, su hogar desde el año 1969. Es misionero desde hace 70 años, y casi siempre en China. Estos días estuvo en Santiago, entre otros motivos para participar en los actos del Domund, que este año llevan el lema: Sé valiente, la misión de espera. Andrés, de una ilustre familia gallega, dudó cuando era joven de si su vida iba a ser en matrimonio o en la misión. Estudió Medicina y tres meses antes de terminar debía decidirse. Se decantó por las misiones, en China, ya que los jesuitas de Vigo tenían allí un proyecto. Tras unos años en Salamanca y tres en Comillas estudiando Filosofía, aterrizó en Pekín en 1947, antes de la victoria comunista. No tenía ni idea de que se estaba fraguando una guerra civil, pero las cosas se pusieron feas: «Nos mandaron a Shanghái cuando la situación se puso peor y a los tres años de estar allí nos expulsaron indirectamente». Con el compromiso de que los extranjeros abandonasen el país, el Gobierno chino esperaría tres años para incautar el seminario mayor de la diócesis. Y así fue.

Tras pasar por Filipinas y Timor, volvió definitivamente a Taiwán en 1969. «Aquí sí podemos hacer misión, en la China insular, en la otra no, los religiosos chinos hasta cierto punto, pero los extranjeros no», cuenta. Todos los días va al hospital a visitar enfermos, «no como médico sino como misionero, porque como médico apenas ejercí», dice.

Su filosofía es sencilla. Preocuparse por hacer felices a los demás. «A mí es lo que me da la vida, vale la pena sacrificarse por los demás, incluso para uno mismo, porque resulta que eso te beneficia y te ayuda. Y no es egoísmo, es amor», cuenta. También desprende tranquilidad. «Tú puedes no compartir las ideas y la filosofía de otro, pero no tienes que destruir a los demás, hay que respetar. Yo hablo con un budista o con un taoísta lo mismo que contigo, sin ninguna dificultad, y claro que nos llegamos a entender, no puede ser que yo sea igual que él, pero sí que lo respete y él me respete a mí», aclara.

Estos días anima con la campaña del Domund a que los jóvenes se hagan misioneros, en una época en la que las vocaciones religiosas andan escasas. «No sé, muchas veces la juventud tiene miedo, miedo a dar un salto, quizás si no se comprende bien la vida religiosa y las misiones los jóvenes no se atreven, por eso debemos explicarlo bien. Pasamos un período de crisis, pero no solo aquí», explica el religioso.

Del papa Francisco destaca que empieza a hacer cosas: «A mí me gusta que haya más movimiento y que la Iglesia se mueva». Pero sin olvidar el papel de Benedicto, «y es que este Pontificado es debido al Pontificado de Benedicto», defiende Andrés.

«Que no me pidan ser nacionalista después de vivir en tantos países con tanta gente»

Se fue a China en 1947 y aún con idas y venidas lleva desde entonces en el continente asiático. Por eso cuando se le pregunta qué le parece que ahora una parte de Cataluña quiera la independencia responde con sinceridad: «Para mí es incomprensible, he tenido por lema amar al país en donde vivo y a la gente del país en el que vivo. En mi vida he pasado por tres guerras civiles, la española en la vanguardia, la china en la retaguardia, y una miniguerra en el Timor, y con esta perspectiva no entiendo por qué quieren dividir».

Y es que habitualmente convive con religiosos de entre ocho y diez nacionalidades, y llegaron a ser quince de doce procedencias diferentes, «por eso que no me pidan ser nacionalista después de haber vivido en tantos países con tanta gente, no lo comprendo, pero lo respeto», aclara.

Cuatro idiomas al día

Esta multiculturalidad hace que cada día se comunique en cuatro idiomas (chino, inglés, francés y español) y que después de cien años de vida «que digan que es mejor que se vaya Cataluña, pues no lo entiendo».

Cuenta una anécdota que le parece muy significativa en su forma de vivir la vida. Una historia de una joven rusa a quien enviaron a un campo de concentración en Siberia y a quien durante su primera noche se le acercó una mujer mayor para darle un consejo: «Si quiere estar bien aquí no se preocupe de usted, preocúpese de hacer feliz a los demás». Y este consejo la salvó la vida. «Eso me gustaría que cuanta más gente lo sepa mejor», cuenta. Y viendo su actitud y optimismo, parece un buen consejo a seguir.