Efecto nocebo, el culpable de que nos sintamos mal sin estarlo

Raúl Romar García
R. Romar REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

La sugestión hace que un fármaco ficticio caro cause más reacciones adversas que uno barato

07 oct 2017 . Actualizado a las 11:25 h.

Si uno cree que un medicamento le va a sentir mal, le acabará sentando mal, e incluso peor, aunque sea algo totalmente inocuo. Y no, no es por una variante del Principio de Peter aplicado a la salud, sino que esta curiosa reacción se debe al denominado efecto Nocebo. Es pura sugestión, solo que, en este caso, el cerebro actúa en la dirección contraria al más conocido efecto placebo: en vez de estimularse para curarse lo hace para enfermarse. Los médicos hace ya tiempo que conocen el fenómeno. Y les preocupa, porque aunque la reacción contraria a un fármaco solo esté en la mente, sus consecuencias se manifiestan en el cuerpo. «Es increíble, toman pastillas con azúcar y cuando mides las enzimas del hígado están elevadas», dijo el médico Dimas Mitsikostas en un estudio que hizo hace años sobre el problema.

El mecanismo cerebral que rige para el placebo es el mismo que para el de su hermano malo Ahora, una investigación, publicada en Science, le ha dado una nueva vuelta de tuerca al nocebo. Su efecto es mayor si el ficticio medicamento es más caro. O, lo que es lo mismo, aunque ninguno tenga un principio activo capaz de provocar una reacción, el subconsciente del paciente le hace creer que cuanto mayor es el precio del producto, más daño le hará. Un equipo de investigadores de la Universidad de Hamburgo-Eppendorf (Alemania) han descubierto los mecanismos cerebrales por los que se produce este engañoso resultado que, curiosamente, son los mismos que se desencadenan para generar el efecto placebo, su contrario.

Dificultad ética

«Muchos estudios se han centrado en el efecto placebo», explicó a la agencia Sinc Alexandra Tinnermann, la primera autora del artículo. «Desgraciadamente ?añade?, no hay tantos que investiguen el efecto nocebo, porque éticamente es más difícil, aunque los investigadores están de acuerdo en que es importante minimizar sus efectos en la práctica médica». En ambos casos desempeña un papel importante la susceptibilidad individual, la memoria de episodios pasados, la información recibida y las expectativas particulares.

En la nueva investigación participaron 49 personas a las que se pidió que probaran una supuesta crema contra el picor de la dermatitis atópica que, en realidad, no contenía ningún principio activo. A algunos se les presentó bajo la marca Solestan Creme, en una elegante caja azul diseñada para parecerse a una marca cara, mientras que en otros casos llevaba el nombre Imotadil-LeniPharma y tenía una caja menos decorada, similar a la de los genéricos.

Tinnermann y su equipo extendieron las cremas en el brazo de los voluntarios y esperaron unos minutos a que se absorbiera, mientras les informaban de que podría causarles una mayor sensibilidad al dolor, un efecto secundario real conocido como hiperalgesia. Y posteriormente, colocaban en sus brazos un pequeño dispositivo que emitía un breve golpe de calor de unos 45 grados centígrados. De media, aquellos que habían recibido una crema más cara inicialmente calificaban el dolor como el doble de intenso que los que recibieron el genérico. Los del producto barato, por contra, experimentaban una ligera disminución del dolor.

Además, los investigadores desarrollaron un método de resonancia magnética que permitía estudiar al unísono y al completo el sistema central del dolor, desde la parte más evolucionada del cerebro (el córtex) hasta la médula espinal. Y los resultados respaldaron sus hallazgos.

Un trapo, una guillotina

El estudio no tuvo mayores consecuencias para los participantes, pero la experimentación con el también conocido como hermano malvado del placebo sí tuvo un nefasto desenlace en una broma realizada por estudiantes vieneses de Medicina en el siglo XVIII. Asaltaron a un hombre y le dijeron que sería decapitado. Lo vendaron, le bajaron la cabeza y se la pusieron en el patíbulo. Luego, le dejaron caer un trapo mojado en su cuello. Convencido de que era el roce de una cuchilla de acero, el pobre hombre murió en el acto. Pero la guillotina solo estaba en su cerebro.