Sobre galletas, cereales y hospitales

SOCIEDAD

OSCAR CELA

Javier Bravo ha iniciado una cruzada para eliminar las galletas de los menús hospitalarios, atendiendo (y entendiendo) a lo contraproducente que resulta que en un complejo sanitario se fomente el consumo de bollería industrial

19 sep 2017 . Actualizado a las 19:06 h.

Una de las grandes aportaciones u oportunidades que brindan las redes sociales es que cualquier persona anónima puede emprender, a título personal e individual, una campaña reivindicativa de la causa que desee y alcanzar repercusión e incluso volverse viral, recibiendo los apoyos y el seguimiento deseado. Tal es el caso de la cruzada emprendida por Javier Bravo en Change.org para eliminar las galletas de los menús hospitalarios, atendiendo (y entendiendo) a lo contraproducente que resulta que en un complejo sanitario se fomente el consumo de bollería industrial.

No me resisto a rescatar la curiosa historia del origen de los ahora vilipendiados (desde un punto de vista nutricional) cereales de desayuno. Y más en concreto de los originales, los cornflakes. Estos fueron inventados, de forma totalmente accidental por Will Kellogg, responsable de la cocina en el sanatorio de la iglesia adventista que regentaba su devoto hermano, el Doctor John Harvey, en Battle Creek, Michigan.

El desayuno que solía servir Will a los pacientes consistía en un poco apetitoso y humeante tazón de una suerte de argamasa integrada por reblandecidos granos de cereales -avena y/o trigo- cocinados. Hasta que una mañana de 1895, Will se dejó parte de la mezcla en el interior del horno. Horas después su hermano descubrió las crujientes (y ya frías) lascas resultantes; las probó y descubrió su agradable gusto y textura. Tras perfeccionar la receta y el modo de preparación mano a mano con su hermano, comenzó a servir a los ingresados el nuevo desayuno (cereales crujientes y fríos, toda una novedad). Que gozó de gran aceptación -lo cual es fácil de entender, teniendo en cuenta la otra opción-. A fuerza de ser sinceros parece que no fue solo el sabor y la textura lo que hizo que el buen doctor comenzase a dispensar los cereales a sus pacientes, sino que creía que con ello minimizaría las ansias de aquellos por masturbarse (¿de verdad tal era el placer que suministraban?). Pero esa es otra historia...

La que interesa ahora es la de las galletas hospitalarias. Al respecto, yo ni quito ni pongo rey -nada más lejos de mi intención-. Lo único que digo es que hay que ver las cosas con cierta perspectiva. Y no solo histórica.

En primer lugar, hasta donde yo sé, y sin entrar en disquisiciones de índole presupuestaria y económica, los hospitales y centros sanitarios, así como su personal, no tienen entre sus objetivos acabar con la salud del paciente a través de la alimentación. Me explico, la -por fortuna- única vez que he tenido que permanecer ingresado, en el desayuno se podía optar por un paquete de galletas tipo María o mini grilés (en ambos casos acompañados de) mantequilla y mermelada. Y del mismo modo, en la merienda podía escoger entre café con galletas y yogur con fruta. Más aún, si por cualquier circunstancia justificada solicitaba una alternativa, nunca se me pusieron pegas.

Por otro lado, las «humildes» galletas tipo María puede que no sean la panacea nutricional pero tampoco son una bomba de calorías, veneno, o el anticristo de la alimentación saludable. 

A lo que hay que añadir otro aspecto clave como es que, en muchos casos, un factor si no crítico, sí fundamental, es el que el paciente recupere o al menos no pierda peso (de hecho, en no pocos casos se pauta una dieta hipercalórica para lograrlo). Vaya, que se alimente en unas circunstancias en las que el apetito suele brillar por su ausencia. Y tal y como el propio denunciante asume, las galletas son un alimento «amable» y apetecible. Algo que, de nuevo desde mi experiencia, comparto. Cuando he visitado a familiares ingresados (gente mayor, enfermos de cáncer,...) lo que menos les costaba ingerir eran, precisamente, las galletas mojadas en café con leche. Se me hace difícil imaginarlos comiendo alguna de las alternativas «saludables» que se han sugerido: ¿barritas de cereales integrales; pan integral con queso curado,...? Visto desde el ángulo contrario: ¿cuántas veces nos hemos quejado o hemos oído quejas de lo insípido y poco apetecible de los menús tipo de hospital (por ejemplo: sopa de verduras, pescado a la plancha con patata cocida, y compota; a priori nada más saludable o inocuo)?, ¿y cuántas veces han retirado la bandeja casi intacta porque el paciente no ha tenido cuerpo, ni ganas, ni mucho menos se ha sentido tentado a comerla, y en consecuencia no se ha alimentado?

Pero insisto, no es mi intención apoyar o deslegitimar una u otra causa. Solo invitar a la reflexión. Nada es blanco o negro. Siempre hay matices.