«Estuve a punto de ahorcarme, pero venir aquí me cambió por completo. Ahora quiero vivir»

maría cedrón REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

MONICA IRAGO

Un condenado a trabajos comunitarios se engancha a la labor social y acaba haciendo voluntariado

21 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Pocos son los que conocen a Mauricio por la identificación de su DNI, José Pérez Camba. Pero ese nombre fue el que aparecía impreso en el documento que el Centro de Inserción Social (CIS) remitió a la Fundación Amigos de Galicia para informarles de que esa persona era una de las que cumpliría la condena a 120 horas de trabajo en favor de la comunidad (TBC) en esta institución de Vilagarcía de Arousa.

Durante el último trimestre del 2016 (último dato reflejado en la estadística de Instituciones Penitenciarias) fueron impuestas en Galicia 823 penas de ese tipo, dirigidas a la rehabilitación social tras cometer algún tipo de delito. La mayor parte acostumbran a ser por motivos de tráfico o de violencia de género. El problema es que las plazas que se ofertan son escasas en relación al número de condenas. Muchas veces, para cumplirlas, hay que esperar varios meses. «El primer trabajo que tuve fue el de pesar tapones de plástico, de esos que se recaudan para colaborar con diferentes causas. Luego también empecé a acompañarlos a buscar limones a Salvaterra do Miño cuando los donaban para la fundación... Ahora hago también un poco de todo. Cuando precisan que ayude con algo, lo hago», cuenta. Lo que empezó como una obligación se fue convirtiendo en una forma de sentirse útil. Mauricio pasó de ayudar por obligación, para cumplir una pena, a hacerlo como voluntario. Está contento, mucho. Él ayuda y la Fundación Amigos de Galicia también colabora con él. Han hecho las gestiones para que pronto cobre la jubilación y le han buscado una casa en la que poder vivir con dignidad.

La construcción

La vida de Mauricio no fue más complicada que la de cualquier emigrante hasta que, después de regresar a Galicia desde Suiza a finales de la década de los noventa, el declive del sector de la construcción le cogió con más de 55 años. «Toda la vida trabajé en la construcción. Estuve 22 años en Suiza y volví a Vilagarcía en 1998. El primer trabajo que tuve aquí fue el pabellón de Fexdega. Después estuve en una empresa de obras hasta que cerró. Era mayor y ya no fue fácil encontrar de nuevo trabajo. Después llegué a cobrar solo la ayuda. El último pago que me han dado es de 280 euros. Hay que tirar con esto hasta que me llegue el primer pago de la jubilación», explica.

Un nuevo episodio comenzó entonces en la vida de este hombre que ahora tiene 65 años. Cómo llegó a tener que hacer trabajo social es otra historia. Fuentes de la Fundación explican que fue por un asunto menor, pero desde el departamento correspondiente de Instituciones Penitenciarias no les comunican los detalles del delito cometido. Pertenece al pasado. Ahora, como dice, la vida le ha cambiado. «Estuve a punto de ahorcarme porque me habían desahuciado. Un día llegó una carta a casa que ponía que era un desahucio precario...», dice. A partir de ese momento todo empezó a desmoronarse a su alrededor.

Hasta el día en el que, en parte por orden de un juez, en parte por la ayuda del dueño de un bar de Carril llegó a la Fundación. «Fue ese último que dijo que podía ir allí a hacer el trabajo social», recuerda. Y por eso le está agradecido, «porque a cambio de ayudarle en algunas cosas también me deja vivir en la casa que tiene en Vilanova». Igual de agradecido está con la fundación: «Porque me han cambiado». No hay más que ver cómo disfruta de su nueva casa. Y de su jardín.