Juntas de vecinos que acaban con votaciones a mano «armada»

Laura García del Valle
laura g. del valle REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

El libro «Vecino de guardia» recoge todo tipo de anécdotas de comunidades de toda España

12 feb 2017 . Actualizado a las 22:55 h.

Todos somos vecinos de alguien. Sí, es una obviedad. Pero una obviedad que a veces se pasa por alto. Y es que aquellos que decidieron comprarse ese loft tan moderno en el centro de la ciudad se olvidaron de que en ese edificio reconstruido viven también varios mayores que no toleran que una cena se exceda más allá de las doce de la noche. O usted, que huyó raudo de la ciudad en busca de la paz propia del entorno rural y se encontró que el vecino con el que colinda su parcela ha decidido -en un gesto más que altruista, eso sí- adoptar cinco perros a los que, qué casualidad, les encanta ponerse a ladrar a eso de las ocho de la mañana de un domingo como hoy.

Si la sabiduría popular dice eso de que la verdadera familia son los amigos porque los elegimos nosotros, qué decir de esas personas que vemos en pijama, a las que a veces escuchamos en contextos más que íntimos y que nos aderezan la ropa tendida con eau de pollo al ajillo, y todo esto, sin que nos una ningún lazo de apego o interés por su vida.

Sacarle punta a la convivencia vecinal no es una novedad, pero si los administradores de fincas colegiados deciden poner en manos de los periodistas y escritores Javier Ronda y Marián Campra las anécdotas más descabelladas de las comunidades de vecinos de España, la cosa cambia. Gracias a estas aportaciones, y al conocimiento que le ha otorgado a Ronda el tiempo dedicado a cubrir información de sucesos y tribunales, se ha ido gestando Vecino de guardia, un libro que, con la colaboración de las ilustraciones de Jesús Zulet, es un manual de emergencia para todos en alguna ocasión. «Aunque los gallegos, al menos, os lo tomáis con humor. ¡Como los andaluces, eh! Hay bastantes similitudes entre ambos comportamientos», comenta el periodista.

Pero cada uno en su papel. Y es que a tenor de lo que cuenta Ronda, los roles en las comunidades de vecinos están más que definidos: «Están los frecuentes y responsables, los que no tienen mucho que hacer y van a dinamitar y los que no van nunca». Y añade: «Bueno, están también esos que no quieren ser nunca presidentes de la comunidad y los que se creen que es un cargo en un ministerio». Al final, cómo es uno como vecino va a ser una extensión de su propia personalidad. Y los hay agresivos, que, nunca tan bien traído el mítico «en esta nuestra comunidad», hay quien en una junta propuso poner fin a una discusión con una votación «a mano “armada”, en lugar de alzada», explican desde el Colegio Oficial de Administradores de Fincas de Galicia (Coafga).

Según se recoge en el anecdotario de este libro de la editorial Algaida, que se presentará el próximo viernes en A Coruña, y como explica Ronda, «el ruido es el protagonista de la mayoría de los problemas: el llanto de un bebé, escuchar a una pareja en un momento íntimo, portazos... Se llega a situaciones que pueden ser muy violentas por este tema».

También ocurren genialidades. Al menos, para el que las escucha, porque a los que un vecino les pidió el ADN de sus perros para saber cuál de ellos era el que dejaba las heces en su felpudo seguro que no les hizo tanta gracia, haya sido en Lugo o en la Costa del Sol. Pero otros problemas son más particulares de unas zonas que de otras. Pone Javier Ronda un ejemplo: «Las humedades, sin ir más lejos, crean grandes problemas en zonas del sur de España. En Galicia, sin embargo, las casas están mucho más acondicionadas para que esto no suceda».

Patrimonio común de las comunidades de vecinos sí son los mensajes en ascensores, buzones o cualquier otra zona común; a cada cual más disparatado: «He encontrado un móvil por esta zona, el móvil me lo quedo, pero la tarjeta SIM con los contactos aquí la dejo». Da gusto contar con vecinos tan generosos. Casi tanto como lo fue el presidente de una comunidad de vecinos de Vigo que, como se narra en Vecino de guardia, fue condenado a dos años de cárcel por apropiarse de 3.800 euros que empleó, según el fiscal, en comprarse una mesa para el salón de su casa.