Nobel de Química para los inventores de las máquinas que el ojo no ve

Raúl Romar García
R. Romar REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

Ben Feringa (izq), Stoddart (c) y Sauvage (dcha).
Ben Feringa (izq), Stoddart (c) y Sauvage (dcha).

Los ingenios moleculares, los más pequeños que existen, ofrecen aplicaciones hoy en día aún impensables

07 may 2019 . Actualizado a las 20:22 h.

Son una especie de mecanos formados por agrupaciones de átomos, estructuras hasta miles de veces más pequeñas que el diámetro de un cabello, totalmente invisibles para el ojo humano. Pero se mueven, cobran vida propia impulsadas por la luz o la energía química. Son las máquinas moleculares, el ingenio más diminuto creado por el hombre y que abren un campo de infinitas posibilidades que aún hoy en día se desconocen, pero que alientan un futuro en el que la ficción estará más cerca de la realidad: nanorrobots que se sumergen por el cuerpo humano para transportar fármacos de forma selectiva, nuevos materiales que cambian de propiedades, sistemas capaces de almacenar energía, chips informáticos de tamaño inapreciable pero con una rapidez muchísimo mayor y con un coste energético ínfimo... Solo la imaginación puede poner coto a su potencial.

Sus inventores, el francés Jean-Pierre Sauvage, el escocés James Frase Stoddart y el holandés Ben Feringa, estos dos últimos con una vinculación importante con las universidades de Santiago y A Coruña, acaban de ser reconocidos por el premio Nobel de Química. No es habitual que el jurado distinga una tecnología cuyas aplicaciones aún están por ver, por lo que lo que realmente se premia es la vía que las hará posibles. «Ya hemos visto buenas demostraciones de estas máquinas moleculares y, aunque aún no tienen un aplicación práctica, demuestran tener un gran potencial», explica Jan-Erling Bäckwall, uno de los miembros del Comité Nobel.

«El motor molecular está hoy en la misma fase que el motor eléctrico en los años 1830, cuando los científicos exhibían manivelas y ruedas sin saber que ello conduciría a los trenes eléctricos, a las lavadoras, a los ventiladores y a las batidoras», destaca el jurado. En el debate entró el propio Ben Feringa, colaborador habitual de la Universidade de Santiago. «Tengo la impresión -dijo- de ser un poco como los hermanos Wright, que volaron por primera vez hace 100 años y la gente se preguntaba: ¿para qué necesitamos máquinas volantes? Y ahora tenemos el Boeing 747 y el Airbus».

El primer paso hacia una máquina molecular lo dio Sauvage en 1983, cuando concatenó dos anillos moleculares. En 1991, Stoddart logró combinaciones más complejas y sobre las que se tenía más control. Y en 1999 Feringa construyó el primer motor molecular. Hoy trabaja en nanocoches.

La visita de Feringa a Santiago: «Denle una buena habitación, que igual gana el Nobel»

«No me esperaba que se lo fuesen a dar tan pronto, porque la tecnología aún está muy verde, pero si se desarrolla podremos hacer cosas que ahora no somos capaces ni de imaginar», confiesa José Luis Mascareñas, director del Centro Singular de Investigación en Química Biológica y Materiales Moleculares (Ciqus) de la Universidade de Santiago (USC) y amigo personal de Ben Feringa. «El premio -añade- reconoce la creatividad puesta al máximo nivel. Es el poder que tiene la química para construir de cero, de lo que no existe, a partir de moléculas comerciales y manipulables». Feringa no solo es su amigo, sino que también es un colaborador habitual de la USC y fue el maestro en su etapa posdoctoral de los investigadores del Ciqus Diego Peña, Martín Fañanás y Fernando López.

Feringa estuvo en Santiago hace dos semanas, alojado en el hotel Araguaney con su esposa. «Les dije: 'Denle una buena habitación a este hombre, que igual gana el Nobel'», explica Mascareñas, que estaba seguro de que acabaría siendo distinguido, aunque no esperaba que tan pronto.

El nobel holandés no es el único que mantiene vínculos con grupos gallegos. También los tiene el escocés James Frase Stoddart, en cuyo grupo trabajó Eva López Vidal, de la Universidade da Coruña. Fruto de esta relación surgió una colaboración con el grupo de Química Supramolecular, que coordina Carlos Peinador, y que fructificará en una próxima publicación científica. «Está relacionada -dice Peinador- con una nueva estructura de los catenanos, anillos moleculares entrelazados que son un tipo de máquinas moleculares».