El hombre al que casi mata don Quijote

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado ESCRITOR E XORNALISTA

SOCIEDAD

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Terry Gilliam anunció en Cannesque en octubre va a volver a intentar rodar su versión de la novela del ingenioso hidalgo

21 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace unas semanas escribíamos aquí del Quijote a cuento del cuarto centenario de la muerte de Cervantes. Hay que volver a ello, porque el director anglo-norteamericano Terry Gilliam acaba de hacer un anuncio sorprendente en Cannes. Asegura que en octubre va a volver a intentar rodar su versión de la novela del ingenioso hidalgo de la Mancha.

Para quien no esté al tanto, esto promete ser una batalla épica contra la mala suerte, porque a El hombre que mató a don Quijote, que es como se llamaba aquella película fallida del año 2000, se la considera en la profesión como una de las producciones más gafadas de la historia. En ese sentido es una película mítica, una obra de culto que paradójicamente no existe.  

Digamos que lo que podía ir mal en aquel proyecto, fue mal. El primer día el equipo se puso a rodar en el impresionante desierto navarro de las Bardenas Reales. Los cazas de las Fuerzas Aéreas, que tienen allí un polígono de tiro, pasaban regularmente sobre las cabezas de don Quijote y Sancho, provocando al mismo tiempo un anacronismo y un grave problema de audio. Luego una inundación repentina se cargó buena parte del equipo técnico. Pero además el agua cambió el color de la tierra, con lo que hubo que desechar todo lo que se había filmado hasta entonces. El veterano actor francés Jean Rochefort, que interpretaba el papel protagonista, empezó a sentir molestias al montar a caballo y un médico le diagnosticó una doble hernia de disco. Hay que decir que Rochefort, un actor muy profesional, se había pasado siete meses estudiando español para el papel. Al menos le debió servir para decir aquello de «ferido no, pero molido y quebrantado» (Cap. VII Part. I).

Todavía se rodaron algunas escenas en las que no hacía falta don Quijote, pero se siguieron acumulando las catástrofes. Finalmente, Terry Gilliam acabó tirando la toalla. El productor tuvo que pagar 15 millones de dólares en daños y perjuicios a los inversores, y las aseguradoras se incautaron de los derechos del guión. Así terminó esta película sobre un hombre ficticio al que ocurren desventuras: en una sucesión de desventuras que le ocurren a un hombre real.

Los «cómo se hizo» (making-off) de las películas son casi siempre piezas autocelebratorias, ejercicios publicitarios. El de El hombre que mató a don Quijote pertenece en cambio al género del lamento. Los motivos para quejarse, de hecho, eran tantos que se convirtió en un documental titulado Perdidos en la Mancha. Este sí se completó y se estrenó en el 2002. Cuando lo vi hace años en un cine de Madrid pensé que era lo más honrado que se ha dicho sobre el duro oficio del cine, la obra de arte en la que más cosas pueden salir mal. Pero la cinta también me pareció una de las versiones más conmovedoras del Quijote. Por supuesto, no cuenta el argumento de la novela de Cervantes. Lo que cuenta es la imposibilidad de contarla, pero el resultado es el mismo. Terry Gilliam, el director, se convertía aquí en el actor protagonista, en el verdadero Caballero de la Triste Figura. Metafóricamente, era él el hidalgo al que dan una paliza los yangüeses, el caballero al que derriba el bachiller Sansón Carrasco disfrazado, el bienintencionado libertador al que maltratan los galeotes. De eso trata el Quijote, al fin y al cabo: de los golpes que da la vida a nuestros sueños.

Cruzo los dedos, pero me alegro de que Gilliam se haya decidido a intentarlo una vez más. También, después de haber fracasado en su primera salida, Alonso Quijano insistió en echarse de nuevo a los caminos hasta dos veces más.