«A los narcos les dejamos la cara al descubierto, y se vio que era fea»

SOCIEDAD

La presidenta de Érguete se muestra orgullosa de los objetivos alcanzados, a pesar del dolor por las pérdidas, por las amenazas y por el miedo

17 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Eran muy pocas cuando se asociaron para defender a sus hijos drogodependientes. El fruto de aquella iniciativa, Érguete, con treinta años cumplidos, extiende hoy su misión protectora y rehabilitadora a muy distintos sectores sociales en riesgo de exclusión. Su presidenta, Carmen Avendaño (Vigo, 1954), se muestra orgullosa de los objetivos alcanzados, a pesar del dolor por las pérdidas, por las amenazas y por el miedo.

-¿Creyó alguna vez que Érguete iba a tener este recorrido?

-Al principio fue una cuestión de urgencia, porque veíamos que nuestros hijos caían, morían, iban a prisión. Pronto vimos que nuestra pelea no era solo para salvarlos físicamente, sino también contra la estigmatización. Las condenas eran terribles, todos los males se les achacaban. Ayudamos de varias maneras: a los jueces presentándoles alternativas no penitenciarias; a los legisladores proponiendo medidas que luego se incorporaron al Código Penal. Y trabajamos mucho en la calle, en las cárceles, en la sanidad.

-Las descargas de droga han caído radicalmente. ¿Considera que han vencido?

-No. Pero sí que tengo el sentimiento de haber contribuido a la concienciación de los gallegos y a que hayamos obligado a tomar más medidas policiales, judiciales y políticas desafiando a estos personajes que se estaban lucrando y que tenían una influencia enorme en la sociedad, en la política, en todo. Les quedó la cara al descubierto, y se vio que era fea.

-¿Corrió peligro su vida?

-No me quiero hacer una heroína ni quiero personificarlo en mí, pero cuando te sientes agredida en algo tan especial como es un hijo, no te da tiempo a pensar en el miedo.

-Contra los narcos, ¿cualquier arma, hasta las de ETA?

-Bueno, eso fue una anécdota, algo espontáneo. Veníamos de Francia, paramos en San Sebastián y salimos a picar algo. Entramos en una tasca, que estaba llena, y se hizo un silencio tremendo. Nos dimos cuenta de que aquello era un sitio aberzale. Entonces un señor que estaba al fondo me reconoció: «¿No es usted la gallega de la droga?». Entonces se montó una especie de agasajo... Llegamos a Vigo y recibo en casa una nueva llamada de las muchas que me hacían, amenazándome. Ese día fueron más allá: «Vamos a liquidar a tus hijos». Yo me excité mucho y le dije: «Cállate, y escucha. Como le pase algo a cualquiera de mis hijos, Fulanito, Menganito (le di cuatro nombres)... van a aparecer con un tiro en la nuca, porque tenemos un comando de ETA preparado». Me salió así, porque venía de allá. Pues, ¡cómo son las circunstancias de la vida!... A los pocos días, a uno de los que mencioné, Manel, lo mataron en Coia de un tiro en la nuca y nunca más se supo. Aún está sin resolver. Y eso sirvió para que se corriera la voz. Casualidades...

-¿No le queda la impresión de que los mayores asesinos, los traficantes de heroína, quedaron al margen?

-Los narcos, cuando tenían que defenderse, siempre decían que ellos no traficaban con drogas duras. Pero eso no es cierto, llevaban años trayendo marihuana del norte de África y heroína también. Visto desde ahora, creo que ni siquiera ellos supusieron que su negocio fuera a tener las consecuencias que luego tuvo. Me acuerdo cuando la gran marcha de Vilagarcía. Uno de ellos, que estaba en un bar, decía: «Estas están locas, si nosotros no vendemos droga, vendemos cocaína». Ni siquiera ellos eran conscientes de lo que vendían. Bueno, la verdad es que el nivel de formación que tenían tampoco era muy alto.

-En esta lucha de débiles contra poderosos, en primera línea siempre estaban ustedes, las madres. ¿Son las mujeres más fuertes que los hombres?

-Somos más fuertes cuando defendemos algo tan nuestro como son los hijos, porque los parimos. La mayoría de mis compañeras se habían dedicado a administrar el salario de su marido, a educar a sus hijos, etcétera. De repente se encuentran con el problema del hijo enganchado. Hubo, en principio, mucha incomprensión. Algunos padres culparon a sus esposas: «La culpa la tienes tú, que no supiste educar a tus hijos», decían. Hubo varios divorcios. Otros no caían en esto, pero se inhibían más que ellas: la droga estigmatizaba y no querían quedar marcados en sus trabajos. Las mujeres dejamos a un lado la vergüenza. Somos más valientes cuando defendemos nuestro hogar.