«Estudiar en América es algo único»

Sara Carreira Piñeiro
SARA CARREIRA REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

Dos alumnos que estuvieron un año en Canadá con la Fundación Amancio Ortega animan a los estudiantes gallegos y a sus familias a vivir una experiencia que «te cambia la vida»

12 oct 2015 . Actualizado a las 13:21 h.

Salir de casa a los 16 años para pasar once meses a miles de kilómetros da vértigo. Les pasa a todos en algún momento, pero a veces ocurre que el miedo gana la batalla, y ya ni se presentan a la convocatoria de becas para realizar primero de bachillerato en Estados Unidos o Canadá. Laura Balseiro, de Viveiro, y Fran Ayala, de Laracha, viajaron a Canadá con las becas de la Fundación Amancio Ortega -el plazo de solicitud termina el 12 de noviembre-, y aunque tuvieron experiencias diferentes, ninguno no lo duda: vale la pena.

Laura Balseiro estuvo el curso pasado y reconoce que tenía miedo a presentarse, pero en su caso porque no quería fallar. Hoy ya no lo ve así: «Hay que intentarlo, porque si no, seguro que te arrepientes». De hecho, salió del examen de inglés convencida de que no pasaría -«la redacción no me salió como esperaba, en absoluto era mi estilo»-. Finalmente, en agosto del 2014 volaba rumbo a Nueva Escocia, región canadiense que linda con Maine, en la costa atlántica de Estados Unidos. «Fue el peor invierno en décadas con una sensación térmica de -39 grados -explica Laura-, pero me lo pasé genial, al final me encantaba limpiar el porche trasero de nieve».

Pero ¿cómo fue la llegada? «Mis padres [es el término que usan para hablar de la familia de acogida] lo tenían todo controlado y me entendía de maravilla con ellos. Tal vez para el cole no iba tan bien preparada. El primer día no entendía a la gente y me perdía para ir de clase a clase. Si nos encargaban algo, me preguntaba con quién lo haría.... estaba deseando llegar a casa». Con cada jornada las cosas fueron mejorando «y en quince días ya estaba ubicada». El peor momento para Laura fue Acción de Gracias: «Ese año cuadró por estas fechas y vinieron a casa toda la familia a celebrarlo, tíos, primos... A las cinco de la tarde me subí a la habitación y llamé a mi madre por Skype». Para Navidad, «estaba encantada y los extranjeros organizamos una fiesta de fin de año estupenda, porque allí no se celebra». La cosa fue tan bien que «en marzo ya me daba pena pensar que se iba a acabar».

«Mi cerebro hizo ?click?»

Para Laura, lo peor, desde el primer día, fue la comida, que no le gustaba. Y la moda, que los canadienses interpretan libremente. ¿Algún consejo a quien se plantee esta experiencia? «Hay que darse tiempo. No puedes pretender no echar de menos a tu familia, ni que haya cosas que te sorprendan o que te desagraden. Pero hay que ir con la mente abierta, sin ideas preconcebidas, aceptar lo que venga y disfrutar de eso».

Así, sin prejuicios fue Fran Ayala. Este chico de A Laracha, que hoy estudia en A Coruña el doble grado de Biología y Química, viajó hace dos cursos a Vancouver, en la otra costa americana, cerca de Alaska. Para él las cosas fueron muy sencillas: «Pensé que iba a ser peor, pero enseguida mi cerebro hizo click». Como Laura, Fran vivía en un pueblo pequeño con un instituto de tamaño medio (unos 400 alumnos) pero con muchos extranjeros, unos 100, con los que hizo pandilla enseguida. Del sistema de vida de Canadá le gusta «la baraja de asignaturas, que es muy amplia, solo tienen que matricularse en inglés y matemáticas», y que «a los jóvenes se les da libertad, eso les exige ser más responsables».

En cuanto al consejo que Fran da a los que se lo estén pensando, es práctico y doble: «Tener una mente abierta desde el mismo momento en que se presenta la solicitud, porque yo tras le primer examen pensé que no pasaba. Y una vez en Canadá o Estados Unidos, que se apunten a todo lo que puedan. Aunque hay carga de trabajo, no es comparable a la de aquí y hay muchísimas actividades para las tardes, y se amplía el círculo de amistades».

Pero un viaje de estas características no solo afecta a los estudiantes, sino también a sus familias. En los casos de Fran y Laura, sus hermanas -la de él, mayor; la de ella, más pequeña- fueron quienes más sufrieron la separación. Los padres, dicen, lo aceptan mejor: «Saben lo que ganamos con esta experiencia».