Carmelo Angulo, presidente del Comité español de Unicef: «Es el momento de crear en Nepal un sistema para las emergencias»

Sara Carreira Piñeiro
sara carreira REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

VÍTOR MEJUTO

Aboga por la ayuda a largo plazo para reconstruir un país muy vulnerable

10 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

De amplia experiencia como diplomático -fue embajador en Bolivia, Colombia, Argentina y México-, Carmelo Angulo, el presidente del comité español de Unicef, es un defensor vehemente de la ayuda internacional. Ahora hace balance de lo ocurrido en Nepal y aunque queda casi todo por hacer, este bilbaíno afable y persuasivo tiene muchas esperanzas.

-¿Qué balance hace del trabajo realizado por Unicef en Nepal desde el día 25 de abril?

-Llevamos 50 años en Nepal, tenemos cinco oficinas y más de 200 personas trabajando allí; gracias a esta infraestructura hemos podido nutrir los 16 centros de acogida con agua y medicamentos. Nuestro equipo tenía la suerte de contar con un depósito de suministros sobre el terreno que inmediatamente pudo atender a la gente con carpas, alimentos, hidratación. Nuestro objetivo, coordinado con todas las agencias de Naciones Unidas que acudieron inmediatamente, fue llegar al máximo número de personas. Y creemos que lo hemos hecho bien, pero necesitamos el apoyo de la gente. España ha sido muy solidaria. Galicia está siendo muy solidaria, pero creemos que hay que seguir: ahora esto va a pasar de las noticias de primera página y que hay que atender a la gente en la segunda fase, que es la rehabilitación y recuperación para el desarrollo.

-¿En cuánto tiempo creen que estarán funcionando otra vez las escuelas como lugares donde los niños se sienten seguros?

-Normalmente entre una semana y quince días se puede recuperar una mínima reagrupación familiar y personal, y no cabe duda que los 16 campamentos que se han organizado en parques y pabellones permiten entrar y trabajar con la infancia, atenderla con psicólogos y empezar con la vuelta a clase. Y hay que pensar que la vuelta a clase no es con todos los elementos, pueden faltar los libros, los pupitres, pero la idea que tiene Unicef es que se reagrupen los niños, que los profesores y los psicólogos puedan conectarse y operar y que los menores puedan, a través del juego y de una alimentación básica, decente, a través de una atención médica, volver a la normalidad. Estamos lejos de la escuela habitual, pero en estas aulas móviles Unicef consigue restablecer el equilibrio familiar y que los niños sientan que están amparados.

-Ellos son los más vulnerables en momentos como estos.

-Sí, hay riesgo de trata, de esclavitud, está todo el asunto de las adopciones, que se convierte en un problema gravísimo. Ahí es donde tenemos una experiencia de filtraje, de ordenación de todos los niños para que no se pierdan ni se despisten.

-¿El material les llega? Se había dicho que tenían algo retenido en el aeropuerto.

-El problema es que el aeropuerto solo opera de día y solo puede tener al mismo tiempo seis u ocho aviones de carga; incluso este tráfico de mercancías impide el de pasajeros y hay gente desesperada por salir. Esto hace que la ayuda llegue de manera fragmentada, que los aviones tengan que sobrevolar la zona o irse; y luego, una vez que llega el material, hay que organizarlo. Tengo alguna experiencia [coordinó la ayuda ante el huracán Mitch en Centroamérica en 1998] y a veces se mandan cosas que no sirven en primer lugar. Lo primero son plantas potabilizadoras, agua, medicamentos y material para refugios; luego ya pueden venir otras cosas. Y eso hay que clasificarlo, ordenarlo y distribuirlo adecuadamente, porque hay poblaciones que han estado aisladas 15 días y no tienen agua ni alimentos, y se genera una tensión en el reparto muy fuerte, sobre todo en las zonas rurales. Nosotros tenemos muchísima experiencia y a profesionales que conocen aquello al dedillo.

-¿Eso garantiza que la ayuda llega de verdad?

-La gente que nos está ayudando tiene que saber que la ayuda está llegando a la gente. Que no es una ayuda que se va a quedar enredada en burocracias. Como tenemos allí el equipo, todo el dinero es para eso, incluso las compras de materiales se intentan hacer allí para ayudar a la economía local a recuperarse, y porque a veces comprar equipamiento fuera, cargarlo y llevarlo lo encarece mucho. Por eso comprar medicamentos, arroz, harina o envases es más fácil hacerlo en los países vecinos.

-Todo apunta a que un terremoto como este era lo esperable. ¿El país no estaba nada preparado?

-A Nepal lo incluimos en el grupo de los países de altísima vulnerabilidad, institucional y social. Posiblemente una de las oportunidades de este terremoto sería aprovechar el momento y crear un sistema de respuesta a las emergencias. Cuando no lo hay -una organización civil, militar y política- se pierde mucho tiempo y se genera mucha tensión, porque lo ideal es que la ayuda llegue rápidamente a la gente. Si lo hay será un país más coordinado, con prioridades más claras.

-La experiencia demuestra que no suele ser así.

-Nepal está sobre el puesto 160.º de índice de desarrollo humano y más del 40 % de los niños sufre desnutrición severa, pero había hecho avances importantes en los últimos años [la tasa de matriculación en la escuela primaria pasó del 60 al 95 %]. Hay que ver cómo se coordina la ayuda, pero todo parece bastante bien organizado y el Gobierno reconoció sus fragilidades y ha pedido apoyo internacional. Las cosas van funcionando, pero en los próximos dos años habrá campamentos; es imposible que se vuelva a la normalidad antes. Nuestra principal preocupación es precisamente que esa normalidad tarde tanto que el país se vuelva irrecuperable.