El contable de Auschwitz confiesa su culpa y pide perdón a las víctimas

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SOCIEDAD

Oskar Gröning sentado en el banquillo en el Tribunal de Lüneburg.
Oskar Gröning sentado en el banquillo en el Tribunal de Lüneburg. JULIAN STRATENSCHULTE | EFE

Oskar Gröning, de 93 años, puede ser condeando a una pena entre 3 y 15 años de cárcel por su «complicidad en 300.000 homicidios agravados»

21 abr 2015 . Actualizado a las 22:02 h.

En el primer día de su juicio en Alemania, Oskar Gröning, excontable de Auschwitz, ha pedido «perdón» a las víctimas del Holocausto asumiendo su culpabilidad «moral», pero distinguió su trabajo del de los verdugos. «Para mí, no hay ninguna duda de que comparto una culpabilidad moral», declaró el antiguo SS, de 93 años, durante una larga declaración pronunciada con voz firme, apoyada en recuerdos precisos.«Pido perdón», agregó.

«En cuanto a la cuestión de la responsabilidad penal, les corresponde a ustedes decidir», dijo al tribunal de Luneburgo. Gröning se expone a una pena de entre 3 y 15 años de cárcel por «complicidad en 300.000 homicidios agravados» y podría ser el último nazi juzgado.

Oskar Gröning llegando al tribunal con su andador.
Oskar Gröning llegando al tribunal con su andador. JULIAN STRATENSCHULTE | EFE

Luciendo un jersey sin mangas, camisa blanca de rayas y gafas doradas, el anciano entró en la sala con sus dos abogados y ayudándose de un andador. La audiencia, celebrada en una sala de espectáculos por la gran afluencia de medios y la presencia de 67 partes civiles, supervivientes y descendientes de las víctimas, se abrió con la prestación del juramento de tres intérpretes, que realizaron una traducción simultánea en inglés, hebreo y húngaro.

Robo de relojes de oro

Oskar Gröning -viudo, jubilado, con dos hijos de 65 y 70 años- relató su adhesión voluntaria a las Waffen SS, en octubre de 1940, su primer puesto en la administración después transferido a Auschwitz en 1942, donde permaneció hasta el otoño de 1944. Describiendo la vida cotidiana en el campo de concentración, se esforzó por marcar la diferencia entre su trabajo y el de los guardias directamente implicados en el exterminio, asegurando que su tarea consistía principalmente en «evitar los robos» de los equipajes de los deportados.

Se le acusa de haber «ayudado al régimen nazi a sacar rendimiento económico de los asesinatos en masa», enviando el dinero de los deportados a Berlín, y de haber asistido a la «selección» que separaba a los deportados considerados aptos para el trabajo de aquellos que eran inmediatamente abatidos. «Había mucha corrupción y tenía la impresión de que existía un mercado negro» en el interior del campo, que se centraba en los «relojes de oro» de los recién llegados, se defendió Gröning, asegurando que no tuvo «nada que ver» con el procedimiento de los asesinatos.

«Gritos desesperados»

Además, insistió en que solicitó hasta en tres ocasiones ser transferido al frente, en vano, para justificar sus intentos de abandonar el campo, «conmocionado» por las escenas a las que había asistido. Justo después de su llegada, en noviembre de 1942, había visto a un guardia matar a un bebé que estaba solo, «llorando», cogiéndolo de los pies y estampándolo contra un vagón. Su superior admitió que «este hecho no era particularmente aceptable» pero consideró que su salida del campo era «imposible».

Tres semanas más tarde, patrullando en el campo después de varias evasiones, oyó gritos [de deportados] «cada vez más y más fuertes y desesperados, antes de morir» en las cámaras de gas, y dijo que después asistió a la cremación de cuerpos.

Eva Kor, una superviviente de Auschwitz de 81 años llegada desde Estados Unidos, perdió a su padres y dos hermanas en el campo. Aunque considera a Gröning un «asesino» por su participación en «un sistema de asesinatos en masa», apreció sus esfuerzos. «El hecho de verlo frente a mí me hace darme cuenta de que lo ha hecho lo mejor que ha podido con su cuerpo y con su espíritu, pues tiene muchas dificultades físicas y, sobretodo, emocionales», dijo.

El exnazi con cargos de conciencia

Oskar Gröning nunca ha ocultado su afiliación entusiasta al nazismo y no ha tenido reparos en describir su estancia en Auschwitz. «Nunca he hallado la paz interior», confesaba a finales de 2014 este anciano al diario Hannoverische Zeitung. Todavía guarda un aire con el joven militar de cara triste fotografiado durante la Segunda Guerra Mundial, con su grupo sanguíneo tatuado en el brazo izquierdo, como todos los soldados de las SS.

Imagen del acusado de joven.
Imagen del acusado de joven. AUSCHWITZ-BIRKENAU STATE MUSEUM | EFE

«Su historia, una historia alemana, es una historia de seducción y de fanatismo, de criminales y de sus cómplices, de lo que supone vivir sintiéndose culpable», escribía en 2005 el semanario Der Spiegel, al que el antiguo soldado había concedido una entrevista.

«Todas las divisas del mundo»

Una historia surgida en los rescoldos de la Primera Guerra Mundial. Gröning nació en 1921 cerca de Bremen en una familia nacionalista atormentada por la derrota bélica. Quedó huérfano de madre con cuatro años y se crió con su padre, un obrero miembro del grupo paramilitar Der Stahlhelm. Integró las juventudes de Stahlhelm y vivió en un entorno belicoso y antisemita. En 2005 dejó estupefacto al periodista de Spiegel al tararear, perdido en sus recuerdos: «Y cuando la sangre judía gotee de nuestros cuchillos, todo volverá a estar bien». «En aquel entonces, no reflexionábamos siquiera sobre lo que cantábamos», se corrigió inmediatamente el anciano, alto y de pose erguido.

«Vi prácticamente todas las divisas del mundo», resume el exnazi, encargado de separar los zlotys de los dracmas, florines o liras, mientras que sus propietarios morían en las cámaras de gas, ejecutados, de hambre o por malos tratos. 

Después de la guerra regresó a su región natal. Se casó, tuvo dos hijos y trabajó en una vidriería. Ya jubilado, en 1985, resurgió su pasado cuando un miembro de su club filatélico le confió una obra negacionista, lamentando la prohibición de contestar el Holocausto. La iniciativa sacó de quicio al exsoldado, que devolvió el libro con un comentario escueto: «Estaba allí, todo es verdad». Escribió una memoria de 87 páginas para sus familiares y en 2003 declaró en un documental de la BBC y en la prensa alemana.

Su proceso judicial ilustra la severidad creciente de la justicia alemana con los antiguos nazis, desde la condena en 2011 de John Demjanjuk, exguardia del campo de exterminio de Sobibor (Polonia), a cinco años de prisión. Cerca de 1,1 millones de personas, incluidos alrededor de un millón de judíos de Europa, perecieron entre 1940 y 1945 en el campo de Auschwitz-Birkenau.