Los mejores chiringuitos de playa de Galicia

Sandra Faginas Souto
S. Faginas LA VOZ

SOCIEDAD

MARCOS MÍGUEZ

YES, la revista gallega de gente, creatividad y tendencias, te lleva de la mano por un circuito único: O Grove, Santa Cristina, Ferrol, Bueu o Viveiro

20 jul 2014 . Actualizado a las 17:46 h.

Si hoy Georgie Dann tuviese que repetir su hit veraniego a golpe de chiringuito, tendría que abrir bien los ojos y cambiar la letra de pe a pa. Es cierto que el norte es el norte y aquí no hay extranjeros despiporrándose a lo Magaluf. ¡Qué ingenuos aquellos que solo bebían sangría morados a pleno sol! Pero se acabó también ese estilo galegueiro de cantar la carta chorreando verborrea: «Temos ghamba, ghambón, calamar ghrande, calamar pequeno, chopitos, paella, churrasco, pulpo, tortilla, ensalada, ensaladilla, bisté, flan, flan con nata, contesa, helados, cornetes...». Sí, El chiringuito de Pepe ya no se lleva. Y la metáfora televisiva también se ha hecho realidad en la costa gallega. Ese cambio generacional se ha relevado en locales de lo más variopinto por su situación, nada tienen que ver las salvajes playas de la costa de Ferrol con las recogidas de las rías de Pontevedra o Vigo, pero sí es verdad que se ha impuesto otro gusto. Hay, claro, esos típicos que mantienen la esencia de dar comidas a pie de playa, pero muchos se han antojado como chill outs ibicencos para ver las mejores puestas de sol; o se han convertido en la mejor terraza surfera, porque aquí hasta en verano se impone la sudadera.

De la toalla a la hamaca

¿Qué se cuece en el chiringuito? Sobre todo juventud. Y el postureo de pasar la tarde entre risas, cañas, sin necesidad de sacudirse las arenas. Sobre la marcha, en Santa Cruz (Oleiros, A Coruña), y aprovechando esa piedra del embarcadero, unos toldos a modo de cenador y unas hamacas anuncian la nueva onda chiringa. Encontrar a alguien de más de 40 años cuesta; sin embargo, es evidente que los destellos de moda iluminan a los de 20 y 30. Todos llevan gafas espejadas (y todos es todos), predomina el look de la visera hacia atrás, la camiseta a lo Michael Jordan (¿sabrán quién era?) y los vaqueros por encima de la rodilla, pero con vuelta. Ojo, que la vuelta es un redoble de «yo no me pongo lo primero que encuentro en el armario» por mucho que lo disfracen de naturalidad.

La hora punta de este local que abrió hace 5 años, según cuenta Yaiza, una de las camareras que va y viene, son las 7.30 de la tarde. «A diario se nota mucho, también porque es la hora de salir de la playa o porque vienen después de trabajar». Pero a última hora y el fin de semana por la noche la media de edad sube al gin tonic.

El chiringuito es el afterwork del verano, el lugar perfecto para desconectar y sentir de alguna manera el espíritu vacacional. Lo disfruta así Carlos que, con solo 23 años, trabaja de noche en una panadería y «se curra» su moreno a golpe de este chill out: «Lo mejor es que aquí puedo estar en bermudas, a veces me quito la camiseta, si de repente hace calor me pego un baño, pero no suelto mi hamaquita, con la caña y dándole a las pipas». Es otra manera de bajar a la playa sin necesidad de pisar la arena. De frente: el maravilloso paisaje del castillo de Santa Cruz, el mar, y el verano como horizonte.

Ninguno piensa en la posibilidad de quedar en una terraza de ciudad a estas alturas de julio. Por mucho que el sol se empeñe en retrasar su aparición. «Es verdad que si llueve no venimos, pero si no, echamos aquí toda la tarde, desde las 6 hasta las 9». El que habla pegado a una bolsa de Chaskis es Juan Carlos, de 22 años. Su bronceado lo delata como un feliz universitario al que le quedan por delante dos meses a la bartola para reposar en el chiringuito y escaparse a la playa. Para él y sus amigos no existe otra que Espiñeiro (en Mera), con ubicación propia: bajando a la derecha. La juventud se echa al paredón para coger color.

En esta playa de Espiñeiro el chiringuito es tendencia... Y tendencia pija. Porque en verano los propios del lugar huyen de esta cala invadida de madrileños que le dan otro acento. Pero el local se ha renovado con la madera como valor esencial del chic playero. Los que recuerden el antiguo se llevarán una grata sorpresa. Ya no hay servilletas de papel tiradas por el suelo ni carajillos «de codo en la barra». ¡Porque nadie quiere ya la barra (¿hay barra?) ni tomarse un sol y sombra!

El chiringuito es de caña y de tarde durante la semana, y los que abren de noche suman cócteles y copas. ¿Quién suena ahora como música de fondo? Ni rastro de Georgie Dann ni de Los del Río, pero el ambiente veraniego se genera en el fondo con el mismo ritmo, ese que marca, por ejemplo, Juan Magan. «Aquí lo que arrasan son las bachatas -dice Yago bajo la sombra de una suerte de jaima que decora el local de Santa Cruz-, mucha música latina, salsa..., pero nunca es un chundachunda que no te permita llevar la conversación». A ellos nadie los echa por pasarse la tarde pegados a una hamaca. «La gente que viene consume -confiesa Yaiza-; son jóvenes, pero se dejan una media de 7 o 10 euros por cabeza todas las tardes; suelen ser mesas de 50, 60 o 70 euros». La caña está a 2,20, pero el marco lo merece. Y el ambiente también.

Ver y ser vistos

Eso es lo que buscan muchos de los jóvenes. Ver y ser vistos. Por eso cada tribu escoge su lugar. Ser surfero y no haberse sentado en el de Doniños, en Ferrol, es imposible. El chiringuito O Alpendre, que regenta desde hace años Noel Pichu González, es uno de los iconos de este arenal. Lo sabe bien nuestro experto en este deporte, Antón Bruquetas, que es quien nos lo cuenta. La brisa tiene aquí otro olor y para los amantes de este deporte su terraza es de peregrinaje obligado, no solo por sus vistas, que son la estampa ideal del verano abierto al norte, sino para devorar cualquiera de sus platos de comida casera durante el mediodía o para tomarse un aperitivo contemplando una impresionante puesta de sol. Las de aquí nada tienen que envidiar a las mundialmente reconocidas de Ibiza. ¡Quita, quita! En Doniños se respira otro aire... más natural. Las melenas vuelan con otro estilo. La brújula marca otra latitud, ese sport playero de sudadera y capucha, camiseta de algodón, cangrejeras y muchas gafas Oakley. Un entretiempo que funciona no solo en verano, porque O Alpendre es de los que abre también en fechas señaladas como Semana Santa y los fines de semana del invierno cuando la lluvia ofrece una tregua. En esos días, cobijados del nordeste al borde de la arena, se encuentran los nostálgicos que matan las horas recordando aquellas jornadas en las que la luz se desvanecía prácticamente al límite de la medianoche. Es Doniños. No hay más horizonte.

Otro rollo es el que se vive más al sur. Al abrigo de las Rías Baixas el chiringuito se viste para otra clase de bañistas. De hecho, es tan distinto al prototipo que en muchas ocasiones ni siquiera llega a ser bañista propiamente dicho. Ni el chiringuito es chiringuito. Por abaixo se da un paso más. Más terraceo chill out que pinta de blanco la costa sumándose al perfil que se impone. Armonía zen y buena compañía. Como el Pénjamo y el Areosa, en la playa de Patos (en Nigrán), o las cafeterías a pie de playa que ofrecen un ocio distinto en el arenal de Alcabre (Vigo). Y que se llenan todas las tardes. Allí están A Vela, A Lúa y Os Olmos, que incorporan sesiones de música con frecuencia para animar la temporada estival.

Ya no hay Chanquetes

Lo que está claro es que por estos locales ya no se asoma la pandilla de Chanquete. No hay más boquerón que el que se deja pescar con otras redes y no hay barrigas al aire con una sola abdominal.

Poco a poco el mobiliario de propaganda está siendo sustituido por decoración barata, pero mucho más agradable a la vista y acogedora al espíritu. Sillones y sombrillas blancas sobre gravilla blanca o madera que ofrecen una vista privilegiada del mar. Tampoco la carta de bebidas se ciñe a los tradicionales botellines de cerveza y Cocacola. Lo que imperan son los gin tonics y los cócteles, y los zumos y batidos con frutas naturales.

Pero es cuando se acerca la puesta de sol cuando este nuevo chiringuito atrae todas las miradas. Así lo atestiguan los responsables del situado en la playa de As Sinás, en la parroquia poiense de Raxó, o los de la playa de moda de los pontevedreses: Lapamán, en Bueu. A pocos metros de ella, una familia propietaria de varias discotecas en Portugal decora cada verano su puesto sobre la playa de Agrelo con muebles y elementos decorativos que traen directamente de los locales que van cerrando en el país vecino.

El de As Sinás tiene, además, wifi, mantas para cuando empieza a refrescar, daiquiris de fresa, sandía y limón y una carta de tapeo que, aunque hace años alcanzaba su máxima expresión en el churrasco que lo encumbró, ahora se centra en unas pizzas de 30 por 40 centímetros que hay que compartir por una cuestión de salud.

En el caso de Lapamán, a sus gin tonics a 4,50 -es una marca normal de ginebra con una marca normal de tónica y sin aditivos exóticos importados del Nepal, bromea Alfonso, su propietario- y sus jugos naturales, se une un mercadillo en el que su mujer, María Élida, vende tanto delantales como ropa veraniega que hace ella misma.

Los tres coinciden en que la mayoría de su clientela son gente que roza la treintena y que, en muchas ocasiones, ni siquiera pasan todo el día en la playa. Son vecinos de la zona que salen de trabajar para aprovechar el calor no sofocante de la tarde en busca de lo que ya es el nuevo modo de disfrutar del verano. ¡Vénganse al chiringuito! ¡No será por novedad!