Y lo mejor estaba al fondo..

Juan Capeáns / Sandra Faginas / Carmen García de Burgos

SOCIEDAD

PACO RODRÍGUEZ

Estos locales lucen «frescos» en verano gracias a sus patios. Solo los privilegiados que los conocen saben de su encanto. ¡Y están aquí al lado! Entra y verás

28 jun 2014 . Actualizado a las 13:44 h.

La hostelería se ha empeñado históricamente en que sus clientes se sintiesen en el comedor como en el salón de casa. En los últimos años los más modernos quisieron meter a los comensales hasta la cocina. Pero lo suyo, en verano, es abrir los jardines y disfrutar en plena ciudad de la discreción, la frescura y la tranquilidad de las terrazas interiores.

En el casco histórico de Santiago el primero en dar en el clavo fue el multipremiado Hotel Costa Vella (Porta da Pena, 17). Está en la zona alta de la ciudad vieja y atravesar la puerta de carruajes de esta casona fue un tesoro descubierto por los turistas que poco a poco fueron conociendo los santiagueses. La pequeña cocina limita las posibilidades hosteleras, pero desayunar en este rincón plagado de vegetación y escuchar el sonido del papel de periódico que leen los visitantes es una delicia. Con más algarabía irrumpió la vecina Casa Felisa (Porta da Pena, 5), un hotel gastronómico que fue más allá con las posibilidades culinarias al desarrollar una cocina muy accesible que permite comer por poco más de diez euros y cenar al aire libre al abrigo de los árboles y las sombrillas. La última incorporación hostelera al mundo interior en Compostela es el hotel San Miguel. Sus habitaciones tienen vistas al convento de San Martiño, pero su jardín trasero, al que se accede a través de una zona del inmueble del siglo XV, ha sido restaurado siguiendo las pautas ornamentales del movimiento Feng Sui. Madera y vegetación para gente de orden.

«¡Claro que lo mejor está en el interior!», exclama Emilio Ron, cuando explica cómo es el patio del Marita Ron, situado en el Cantón coruñés. «No hay una terraza urbana como la nuestra», y nos invita a verla. Pasen, pasen. Antiguamente (los coruñeses lo saben) estaba aquí el mítico Aniceto, y en ese fondo tenía la bodega y se hacían las famosas cestas navideñas del ultramarinos. Y cuenta también la leyenda que en su pozo se guardaron armas en la Guerra Civil. Todo tiene su historia. Como la decoración que ahora se disfruta en esta cafetería con sabor acogedor. «Nos inspiramos en los mejores pubs y locales de Berlín, hoy la capital europea, sin duda -dice Emilio- , huimos de los convencionalismos para hacerla más divertida y que predominara la vegetación». La sorpresa está al fondo. Y es un lujo sentarse a disfrutarla a primera hora del sábado leyendo el YES, pero por la noche brilla aún más. ¿Se asoman?

También Pontevedra oculta, o solo insinúa, alguno de sus rincones más mágicos. Este último caso es el del Doctor Livingstone, Supongo, un pub que presume también durante el día. Casi presidiendo la plaza de Santa María, la cafetería (y local de copas) deja entrever a través de la verja de entrada parte del encanto de su jardín. Con mesas a un lado -protegidas de la lluvia- y un pasillo que conduce hacia el local, de piedra y decorado al más puro estilo colonial, las noches de verano se ilumina con grandes cubos blancos que hacen de mesa. Otro patio a un nivel inferior, previo al pub, recuerda los tiempos en que el agua se sacaba del pozo y los animales, del campo. Los cócteles y el ambiente agradable -treintañero, de camisa ellos y tacones ellas- completa la oferta de uno de los favoritos de la noche pontevedresa.

Pero antes convendría darse un paseo por Casa Verdún para preparar el estómago con sus famosas croquetas, lacón con pimientos o queso empanado con mermelada de fresa. En su interior, también de piedra, una terraza que se descubre en verano y un pozo dan un toque más íntimo al local.