Vigo me quiere

Carlota Corredera DIRECTORA DEL «SÁLVAME DIARIO»

SOCIEDAD

07 jun 2014 . Actualizado a las 13:23 h.

Hace una semana viví uno de los días más bonitos de mi vida. Acepté hace tres meses meterme en un buen lío. Me llamó un amigo del instituto para pedirme un favor. Quería que presentase el concierto de primavera de la Coral Casablanca y Orquesta. Me hizo tanta ilusión que pensase en mí que no lo dudé. Recordé además que mi abuelo paterno había sido una de las voces de la Coral en sus inicios, hace seis décadas. En cuanto se dio a conocer la noticia en Vigo, lo anuncié en Sálvame Diario con el cómplice apoyo de Jorge Javier. «Es una gran responsabilidad», me dijo en directo, «tienes que hacerlo bien, no te puedes equivocar delante de tu gente». Y fue justo entonces cuando pasé de la ilusión a la presión.

Efectivamente no podía fallar y el tiempo se me echaba encima. Tenía que encontrar como fuese un hueco para poder leerme los correos que Óscar Villar, director de la Coral, me enviaba con información sobre el repertorio, sus voces, sus músicos... Tenía también que ver vídeos de presentadores de otras ediciones y tomar notas como si me presentase a la selectividad de nuevo.

Luego estaba el tema del estilismo. Solo tenía claro que quería vestir moda gallega. Moví hilos desde Madrid y lo conseguí. Roberto Verino aceptó y puso su tienda de la calle Serrano a mi disposición. Ya quedaban menos flecos sueltos. Pero lo más importante, el texto de mi presentación, seguía siendo una hoja en blanco. La misma semana del concierto ya no me quedó otra. Madrugué todos los días para escribir. Con Jorge Javier repasaba por las tardes el repertorio en las publicidades del programa. Incluso la víspera del concierto estuve ensayando hasta tarde.

Y llegó el gran día

Y llegó el gran día. Sábado 31 de mayo. A pesar del cansancio me levanté pronto para repasar, para sentirme segura. Me hubiese encantado dormir en el avión rumbo a Vigo pero ya estaba maquillada y peinada por mi amigo Manuel Zamorano y no podía ni estropearme la coleta ni el ahumado de los ojos. Todo muy fácil, como a mí me gusta. El manojo de nervios que llevaba en el vuelo se esfumaron en cuanto divisé la Ría. Ya estoy en casiña. Nada malo me puede pasar, pensé, mientras agarraba fuerte la mano de Carlos. Antes de dirigir nuestros pasos hacia el teatro García Barbón pasamos por casa a por mi madre y mi hermano. En el taxi de camino al centro de Vigo, intentábamos disimular todos nuestros nervios. Ya dentro del camerino del teatro, mi madre se esforzó muchísimo por mantener la calma mientras los pasillos eran un hervidero de carreras, notas musicales y calentamiento de voces. Qué mona es. Cuando ya estaba preparada para salir, la mandé con mis tías, primos, hermano y marido al patio de butacas. Entonces vino a buscarme el director y me llevó donde estaban ensayando todos. En cuanto me vieron empezaron a aplaudirme y a decirme: ¡guapa!, ¡gracias! Y me rompí. Intenté hablarles y no me salía la voz. Pues bien empezamos, pensé. Minutos después se levantaba el telón. El teatro abarrotado. Mi cuerpo temblaba entero cuando comencé a caminar sobre el escenario. Buscaba entre el público a mi familia pero no veía nada. Por unos segundos pensé en huir. Pero ya era tarde, claro. Finalmente me quedé allí plantada y comencé mi presentación del concierto de primavera. Y fueron sucediéndose los aplausos, las excelentes voces de la Coral, las magníficas versiones de la Orquesta, brotaron lágrimas con Negra Sombra, se me fueron los pies con Guantanamera y me emocioné muchísimo con la presencia del rockero Ibón Casas y su tema Apaga la luz y verás. Cuando ya habían terminado todas mis intervenciones y ya habíamos cantado el himno, el director me sacó de nuevo al escenario para compartir conmigo los aplausos de todo el teatro en pie. Saludé como una folclórica con mi ramo de flores en los brazos. Y lloré. Ya me podía morir tranquila. Sentí que en Vigo me querían.