El papa Francisco cierra su peregrinación a Tierra Santa en el emblemático Cenáculo

Elías L. Benarroch EFE

SOCIEDAD

Ha celebrado una misa en el lugar en el que Jesús instauró la eucaristía y que es objeto de disputa entre el Vaticano e Israel

26 may 2014 . Actualizado a las 22:35 h.

El papa Francisco concluyó hoy su primera peregrinación a Tierra Santa con una reunión ecuménica con religiosos y una emblemática misa en el Cenáculo, el lugar en el que Jesús instauró la eucaristía y objeto de disputa entre el Vaticano e Israel.

La simbólica misa, de alrededor de una hora de duración y en varios idiomas, entre ellos el español, ha sido una de las más emotivas de las que el pontífice ha celebrado en sus tres días de periplo por Tierra Santa, un viaje que inició en Jordania y que le ha llevado también a Belén y Jerusalén.

Francisco ha recordado la importancia de esta sala, en el segundo piso de un inmueble que alberga también un santuario judío y uno musulmán.

«En el Cenáculo, Jesús resucitado, enviado por el Padre, comunicó su mismo Espíritu a los Apóstoles y con esta fuerza los envió a renovar la faz de la Tierra», afirmó en una homilía ante personas de su séquito y líderes eclesiásticos de Tierra Santa, en su mayoría obispos y patriarcas de varios ritos.

Entre los invitados no cristianos destacaron el rabino Abraham Skorka y el director del Instituto de Diálogo Interreligioso, el musulmán Omar Abboud, que le han acompañado durante su histórica peregrinación.

Francisco dedicó la última jornada a reforzar el mensaje de «amor y fraternidad» del cristianismo que salió de aquella casa tras la última cena de Jesús con sus apóstoles.

«Nos recuerda (...) el lavatorio de los pies, que Jesús realizó como ejemplo para sus discípulos (...) significa acogerse, aceptarse, amarse, servirse mutuamente. Quiere decir servir al pobre, al enfermo, al excluido», afirmó sobre las cualidades humanas que busca para su Iglesia.

Y en una señal de advertencia destacó también que recuerda «la mezquindad (y) la traición», y que cualquiera «puede encarnar estas actitudes cuando miramos con suficiencia al hermano (y) lo juzgamos».

Situado en el Monte Sión de Jerusalén, extramuros, el Cenáculo estuvo durante dos siglos en manos de la Custodia franciscana de Tierra Santa, pero Suleimán el Magnífico lo expropió en el siglo XVI, y con la creación del Estado de Israel en 1948 pasó a estar bajo su administración.

Desde 1993, cuando Israel y el Vaticano establecieron relaciones diplomáticas, la administración del santuario está en el epicentro de las negociaciones, trabada por las susceptibilidades que despierta entre grupos nacionalistas judíos.

Tras la emblemática eucaristía, el fraile franciscano y custodio de los Lugares Santos, Pier Batista Pizzabala, se lamentó de que «no podamos celebrarla normalmente como hemos hecho hoy».

Muy frecuentado por turistas y peregrinos, las distintas órdenes cristianas en Tierra Santa sólo pueden celebrar misa en el lugar en Jueves Santo y Pentecostés.

Horas antes, durante una visita a la Explanada de las Mezquitas y el Muro de las Lamentaciones, el papa invocó la figura de Abraham para exigir que nadie use el nombre de Dios para justificar la violencia.

E insistió en sus llamamientos al diálogo, la compresión, el respeto mutuo y sobre todo, al interés hacia el hermano.

Llamamiento que volvió a repetir en su encuentro de hoy, el tercero de este viaje, con el patriarca de Constantinopla, Bartolomeo, con quien ha abierto nuevas vías de diálogo entre las dos Iglesias tras el Gran Cisma de 1054.

Francisco también visitó el Museo del Holocausto, la tumba del fundador del sionismo Teodoro Herzl y el monumento israelí a las víctimas del terrorismo, y se entrevistó por separado con el presidente israelí, Simón Peres, y con el primer ministro, Benjamín Netanyahu.

Mucho menos protocolario fue su almuerzo fuera de programa con los frailes franciscanos del Convento de San Salvador, donde rompiendo moldes se unió a sus «hermanos» para expresarles su agradecimiento por la labor de los últimos ocho siglos.

«Fue una comida normal, como todos los días: unos espaguetis, un poco de puré con un trozo de carne más o menos cristiana -algo dura-, ensalada, y para animar un poco, al final, sandía, un poco de helado y un poco de flan», relató a Efe el fraile español Artemio Vítores.

A continuación, se dirigió al Huerto de Getsemaní, escenario de la agonía de Jesús, para alentar a los creyentes a mantener «el entusiasmo y la confianza en nuestro camino y en nuestra misión» y a no dejarse vencer «por el miedo y la desesperanza».

Francisco, que ya había visitado Jerusalén en 1973, abandonó Tierra Santa pasadas a las 20.00 hora local con destino a Roma, con el rostro cansado, pero satisfecho, y dejando las puertas abiertas a un posible regreso en un tiempo no muy largo para visitar la Galilea, que quedó al margen de este periplo.