El tiempo da la razón a Ratzinger

Sara Carreira Piñeiro
Sara Carreira REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

Recluido en el Vaticano, ve cómo la Iglesia es más fuerte y transparente

11 feb 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

El 11 de febrero del 2013 cayó «un rayo en el cielo despejado» (Angelo Sodano dixit) de la Iglesia católica, tanto metafórica como literalmente. La grandiosa cúpula que Miguel Ángel diseñó para ser centro de la cristiandad recogía un aparatoso relámpago por la tarde, pero horas antes la descarga eléctrica llegó de la mano de un anciano: «Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino», dijo en latín Benedicto XVI, de casi de 86 años. Aquello desató una tormenta con aparato eléctrico variado, que recorrió el mundo y que ahora, un año después, se puede considerar con cierta perspectiva analizando las dudas que despertó en ese momento.

¿Un papa puede renunciar?

Desde el principio estuvo claro que sí, que se trataba de una opción absolutamente personal, aunque para algunos era una cobardía y para otros, al revés, un acto de total valentía. El cardenal brasileño Claudio Hummes, papable en el último cónclave, explicaba estos días que «solo un papa como Benedicto XVI podría hacer un gesto así, porque se necesita mucho de racionalidad, y una gran fe, una gran santidad de la vida, para poner todo en las manos de Dios». El secretario personal del papa alemán, que también lo es de Francisco, monseñor Georg Gaenswein, decía ayer en una entrevista que Benedicto XVI «no se arrepiente de su renuncia».

¿Sale a la calle? ¿Qué vida hace?

Francisco le dejó claro que podía salir cuando quisiera, pero apenas abandona el Vaticano (lo hizo el 3 de enero, de incógnito, para ir a ver a su hermano al hospital Gemelli). Vive en el monasterio Mater Ecclesiae, del Vaticano. Su horario es amplio y dedicado a la vida contemplativa: se levanta a las 5.30, celebra una misa, lee, mira la correspondencia, come, echa una siesta, da un paseo rezando el rosario con monseñor Gaenswein, vuelve a la biblioteca a leer y escribir, cena, ve el informativo de las ocho de la tarde y toca el piano; a las diez de la noche apaga la luz. En el monasterio vive con cuatro monjas que lo cuidan y con su hermano Georg, de 90 años, que le sigue llamando «santo padre». Según el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, vive «apartado» pero «no aislado».

¿Qué papel tiene dentro de la Iglesia?

Benedicto XVI mantuvo desde el primer momento que quería retirarse a rezar y descansar, ser un «soberano autoenclaustrado», «oculto al mundo», sin papel. Gaenswein recalca que su preocupación constante es no hacer sombra a Francisco, al que incluso antes de ser elegido prometió total obediencia. «Mi única y última tarea es sostener a Francisco» le confesó al teólogo progresista Hans Küng.

¿Hay bicefalia en la Iglesia católica?

Benedicto XVI lleva el título de papa emérito, pero en ningún momento hubo bicefalia. Francisco explicó durante su viaje a Brasil que la situación «es como tener al abuelo en casa». Muchas veces, reconoce el mandatario absoluto de la Iglesia católica, le consulta: «Si tengo alguna dificultad o si hay algo que no entiendo, lo llamo por teléfono. ?Dime, ¿puedo hacer esto??», detalló Bergoglio con su habitual sencillez. La clave de esta transición tan suave, casi dulce, es para Lombardi que el «papado es un servicio, no un poder».

¿La renuncia ha cambiado la imagen de su pontificado?

Sin duda ninguna. Para muchos, Francisco parece traer la revolución, pero otros creen que el verdadero cambio ha llegado con Benedicto. Este, al renunciar a su cargo, puso sobre el papel dos asuntos: hay limitaciones humanas para desempeñar el poder y nadie es imprescindible.

¿Dejó inconclusa su obra?

Sí y no. Por una parte, al abandonar el cargo antes de su muerte, teniendo en cuenta que se trata de un puesto vitalicio, sí se puede pensar que le quedaron cosas sin hacer. Pero, por otra, dejó los asuntos que le preocupaban bastante encauzados: antes de marcharse, pero con su jubilación ya anunciada, Benedicto XVI sustituyó al número 2 de Bertone, Ettore Balestrero, que se encargaba de comprobar que las medidas antifraude se estaban imponiendo en el IOR (banco vaticano) y que ahora parece que llevaban un ritmo muy lento; otro cambio importante que hizo en febrero fue designar al alemán Enrst von Freyber, para que se quedase al frente del IOR; y, además, ya con Francisco en el sillón de San Pedro, le entregó todos los papeles vinculados al Vatileaks, el escándalo de espionaje en el Vaticano, que incluía las pruebas de la existencia, nunca confirmadas oficialmente, de un lobby gay. En palabras de Gaenswein: «La historia le dará la razón».

¿Ha cambiado mucho la Iglesia en este año?

Aparentemente muchísimo, porque el papa erudito, mayor e introvertido ha dado paso a un enérgico papa pastor de periferia. Francisco tiene energía de sobra y ha crecido lo suficientemente lejos de Roma para poder imponer otros ritos. Pero el cardenal de Boston, Sean O?Malley, entre otros muchos, reconocía estos días que «nadie puede esperar grandes sorpresas en cuanto a la doctrina». Sí ha habido cambios importantes en la descentralización del poder, y esa ha sido una apuesta personal de Francisco, como lo es el esfuerzo por incluir a las mujeres en el gobierno eclesiástico. Pero en cuanto al control de las cuentas y la transparencia (por ejemplo, con la pederastia), Benedicto XVI ya había puesto las bases.

En definitiva, ¿hizo bien Benedicto XVI?

Todo parece indicar que fue una jugada maestra, «un gran acto de gobierno», en palabras de Lombardi.