¿Deben airearse los deslices privados de los representantes públicos?

alberto mahía A CORUÑA / LA VOZ

SOCIEDAD

El periodista Manuel González y el edil de Cambre Fernando Caridad debaten sobre si repercute la vida íntima de los mandatarios en su gestión pública

02 feb 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

El presidente francés, François Hollande, fue cazado con una mujer que no era la suya y los cuernos se airearon a los cuatro vientos. A Berlusconi, infinitamente más inquieto en sábanas ajenas, lo tumbaron contando sus amoríos. Boris Yeltsin bebía hasta el agua de los floreros y su alcoholismo se volvió una burla mundial. ¿Fue necesario contar esas miserias? ¿Repercuten los deslices de la vida privada de los políticos en la gestión de la vida pública? ¿Se debe airear que algunos congresistas o parlamentarios, en su afán de hacer más livianos sus trabajos, se exciten contemplando campeonatos femeninos de petanca? «Todo tiene un límite», dicen a la par las dos caras que hizo coincidir La Voz para tratar este asunto. Un político y un periodista. El primero es Fernando Caridad, concejal por el PP en el municipio de Cambre y que recientemente se ha visto zarandeado por un asunto de su vida privada que de no ser quien es nadie se enteraría. El otro es Manuel González, presidente de la Asociación de Prensa de A Coruña. Defiende que «los ciudadanos solo deben conocer de la vida íntima de los políticos esos aspectos o deslices que influyan negativamente en su gestión». Fernando Caridad asiente. Y añade una idea, la «enorme dificultad» que existe en encontrar la frontera entre lo que se puede contar y lo que no». González cree saber donde está ese límite y pone un ejemplo: «que un concejal de Cultura duerma todas las noches en cama ajena no debe interesar más que a su esposa, si la tiene. Pero si ese mismo concejal llega a casa de la amante y se pone con ella a quemar libros, pues ya cambia».

Fernando caridad habla también de una cierta doble moral en la sociedad. Lo explica así: «Queremos que nuestros representantes políticos sean como nosotros, que actúen con normalidad; pero a la vez les exigimos una santidad. Se confunde la santidad con la normalidad». Manuel González evoca a Romanones: «El hogar del político no tiene puertas que lo defienda».

Siempre se ha escrito y hablado mucho sobre el asunto. Sobre amoríos en el mundo de la política, por ejemplo, circulan leyendas urbanas que imaginan a congresistas y alcaldes como una casta sometida a las reglas la lujuria, infractores perpetuos del sexto mandamiento. «Porque somos un poco una sociedad de porteras, con todos los respetos», dice Manuel González.

Puede darse el caso (y aquí Fernando caridad se pone serio) que culpa de la publicidad de la vida privada de los políticos se deba, muchas veces, a la confrontación entre los partidos. Reconoce que ellos mismos utilizan torticeramente el más mínimo desliz del oponente para llevar el asunto a la arena pública. También distingue entre los políticos que se vuelcan en vender una imagen familiar, dejándose fotografiar con sus hijos en revistas del corazón, y los que mantienen blindada las puertas de sus casas. «Los primeros se exponen voluntariamente a salir en cuanto cometan un desliz».

Vidas enfrentadas ¿Deben airearse los deslices privados de los representantes públicos?