El drama de los peluches sin dueño

Alfonso Andrade Lago
alfonso andrade REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

Ramón Leiro

Parejas pendientes de adopción, muchas con críos ya asignados, viven con angustia un bloqueo que les impide traer a sus hijos a Galicia

08 dic 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Pocas crueldades se antojan tan intolerables como la de separar a unos padres de su pequeño. Es la tercera vez que Pilar y Miguel viajan a la remota República de Karelia para ver a su hijo adoptado, asignado ya en agosto del 2012, y regresan a Galicia sin él. A Danila (Daniel), de tres añitos y medio, le aguarda aquí el templo de peluches que sus padres han levantado en su honor, pero el niño ha de conformarse por ahora con los mendrugos de cariño que han podido llevarle en sus visitas, mientras espera a que Rusia y España resuelvan el pulso diplomático que tiene paralizadas las adopciones.

En el centro de menores se despiden del crío como almas en pena: «Mejor no mirar hacia atrás porque es muy duro verle llorar», lamenta Pliar, que se resiste a apretujar recuerdos. «Soy incapaz de ver las fotos o los vídeos que le hicimos en el parque», admite mientras declara su «angustia» por Danila, «que no va a entender nada de lo que está pasando».

Rusia, uno de los países más homófobos de Europa, se percató de que los niños que daba en adopción podían acabar en manos de parejas homosexuales y, para evitarlo, exigió a los Estados que aceptan el matrimonio gay la firma y ratificación de acuerdos bilaterales que impidan esa posibilidad. A diferencia de Francia o Italia, España no se avino, frenada posiblemente por el temor a mancillar derechos constitucionales, así que las autoridades rusas interrumpieron el flujo de niños hacia nuestro país, aunque el ministerio sigue tramitando expedientes. Ahora, Miguel y Pilar están atrapados en la adopción, como otras quinientas parejas españolas que mecen cunas vacías en habitaciones sin nanas. Muchas, con críos asignados.

«Una fuerza imparable»

«Cada día que pasa es uno más sin él, y para mi hijo, uno más en el centro de menores», se resigna esta gallega que se ha dejado un pedacito del alma en cada viaje a Karelia. Pero su drama no ha hecho más que empezar. A la incertidumbre se suma ahora una siniestra amenaza: la posibilidad de perder a Danila. La próxima semana expira el plazo de asignación. Entonces, los rusos podrían anularlo todo y entregar el niño a otra familia. Ya ha habido casos. «No es justo, en ningún sentido, que pase esto -clama Pilar-. No es un niño, es mi hijo; no es una asignación, tiene carita y un nombre».

Rusia no es el único Estado que ha cerrado las puertas. Conchi y su marido, también gallegos, solicitaron dos críos colombianos de 0 a 8 años en el 2011. En junio del año pasado entraron en la lista de espera con solo 22 parejas por delante. Pero pronto se les atragantaría el champán. Un programa de la televisión colombiana creó alarma social al destapar una trama similar a la de los niños robados en España, y el país reaccionó cortando la salida de menores y exigiendo el rastreo de antepasados ¡hasta el sexto grado!

«Lo que quiero es ser madre, que no jueguen con mis sentimientos -proclama frente a una burocracia que arrodilla su dignidad de madre-. Necesito que alguien nos ayude porque lo estamos pasando fatal. Somos muchos los que sufrimos y nadie entiende que la maternidad es una fuerza imparable». Su abatimiento viene de lejos. Desde el 2005 empezó con tratamientos para la infertilidad que no dieron fruto. Conchi lleva «ocho años deseando hijos», una tortura agravada por que doce críos han nacido el último año en su entorno más próximo. Su sufrimiento es desgarrador: «Incluso le pregunté a un médico si podía quitarme las ganas de ser madre».

Siempre sin vacaciones, por si llega una llamada cada vez más improbable, esta pareja se ha dejado ya por el camino 24.000 euros en tratamientos y otros 6.000 en el proceso de adopción, que serán también 24.000 si tienen la suerte de que les asignen a los pequeños, pues Colombia les exigiría en ese caso una estancia de uno a dos meses en el país. «¿A qué empresa le puedes explicar eso? Nos lo ponen muy difícil», expone Conchi, que también tiene montada una habitación para cada niño, requisito imprescindible para el expediente de adopción.

En su momento, el país americano les trasladó la posibilidad de coger a dos gemelos mayores, de casi 11 años, pero no se atrevieron. En teoría, esta negativa no les penaliza porque no era lo que habían solicitado, pero creen que en la práctica «sí lo hace».

China y Nigeria

También Nigeria se acaba de unir al grupo de países que han bloqueado las adopciones, probablemente porque no es capaz de garantizar un procedimiento impecable y teme por el origen de los niños. Y China decidió cambiar de rumbo en el 2006 y limitar las salidas, cada vez más escasas, pues ser referencia absoluta en el ránking de menores adoptables no cuadraba con su imagen de potencia planetaria.

En cuanto a Rusia, Pilar no entra en si la culpa es de unos u otros, pero necesita «que alguien afronte el problema porque estamos desesperados», se sincera, consciente de que mientras los gobiernos urden la impenetrable telaraña de su burocracia, las madres gallegas mecen en sus cunas peluches sin dueño, dolorosas esperanzas.