La vida en 500 gramos

Sandra Faginas Souto
Sandra Faginas REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

Ángel, Carlos y Daniel
Ángel, Carlos y Daniel M. MARRAS

Cada día los médicos manipulan los límites de la vida en lo que para muchos padres es un gran «shock», por ver a sus hijos rodeados de cables. Según un reciente informe, España está a la cabeza en bebés con bajo peso y madres tardías. La Voz relata en directo el día a día de la unidad de cuidados intensivos del Chuac

09 jun 2013 . Actualizado a las 18:42 h.

Adriana acaba de cumplir tres meses y ya le ha pegado un mordisco grande a la vida. Sus padres la esperaban para mediados de junio (de hecho a estas alturas aún debería estar dentro del útero materno), pero sin saber muy bien por qué ella decidió ganar tiempo. El 3 de marzo vino al mundo en la semana 25 de gestación sin apenas darle oportunidad a Bárbara y a Álex, sus padres, de prepararse para lo que ellos han calificado como un gran shock. Adriana pesó al nacer 850 gramos y nadie, absolutamente nadie, sabía con exactitud cómo sería su desarrollo y si ese fino hilo de vida que teje el destino de cada uno se cortaría de repente. «De un día para otro el mundo se te viene encima -relata Bárbara-: yo llevaba un embarazo normal y de golpe y porrazo estás envuelta en decisiones que no imaginabas. Los médicos nos informaron con realismo, nos dijeron que había que realizar una cesárea y que teníamos pocas posibilidades de que saliera adelante».

Bárbara y Álex confiaron entonces en el equipo de especialistas del Complexo Hospitalario de A Coruña, uno de los tres grandes centros públicos gallegos (junto con Vigo y Santiago) que están preparados para dar atención integral a los bebés prematuros extremos y cuyos profesionales intentan convertir diariamente en optimismo casos como el de Adriana. Ellos, y tantos otros colegas de profesión, han ido manipulando en los últimos años los extremos de la supervivencia hasta lindar con la ciencia que no es ficción. La vida en 500 gramos es posible si el parto se produce en la semana 24 o 25 de gestación.

«Cuando hablamos de prematuros -explica el doctor José Luis Fernández Trisac, responsable de la unidad del Chuac- es fundamental el tiempo que han pasado en el útero materno. Importan mucho más las semanas que han estado en su interior que el peso, aunque este sea relevante».

El confín de la vida se ha ido posibilitando en una caída libre que da vértigo si se mira con perspectiva. «En 1963 Kennedy y Jackie tuvieron un hijo 6 semanas antes de lo previsto que pesó 2.220 gramos y no sobrevivió. Se habla de ese hecho como un hito que hizo cambiar la investigación, pero lo importante es que solo 50 años después ese bebé hubiese salido adelante sin complicaciones», explican Trisac y el doctor Reparaz.

El primero lidera un equipo compuesto por cinco médicos, tres residentes, 35 enfermeras y 23 auxiliares que trabajan de forma ininterrumpida en contacto permanente con los padres. Y que ha abierto las puertas a La Voz para observar en directo una realidad que solo se ajusta al vaivén de los latidos. Ellos son los primeros en palpar la vida, también en los ojos de los padres que, desconcertados, tienen que recibir en sus brazos a un bebé que en absoluto tiende al ideal. Por eso la información debe ser transmitida con la misma delicadeza que otras atenciones clínicas, porque el impacto psicológico es enorme. «Es habitual que se produzca el rechazo, la imagen idílica contrasta con un bebé inmaduro rodeado de cables y ya no es la primera vez que nos encontramos a algún niño sin nombre por el desasosiego que causa a los padres un nacimiento antes de lo previsto», dice Trisac.

Los patucos rosas

De la misma opinión es Bárbara, la madre de Adriana, que justifica esa turbación por el miedo («en el fondo, temes que un día no estén»), aunque ella se aferra al recuerdo positivo confeccionado a ganchillo: «Las enfermeras le pusieron unos patucos rosas y, parece mentira, pero ese pequeño detalle me alivió un montón». Bárbara está tan agradecida por el trato recibido que cada vez que pisa el hospital aprovecha para saludar a todo el equipo que la atendió. En su visita de hoy sostiene en brazos a Adriana, a la que todos achuchan como el bebé rechoncho y sano que es. Aunque su seguimiento será controlado especialmente por los médicos hasta que cumpla tres años.

En la unidad de prematuros, los padres llaman a los médicos y enfermeras por el nombre de pila (Álex, Soledad, Carmen, Nines...) y el movimiento se dibuja en grupo. La atención a un prematuro no tiene nada que ver con los cuidados a cualquier otro paciente. «Aquí se convive», señala con vehemencia Tere García, una de las enfermeras veteranas -nada menos que 43 años en la unidad-. Esa familiaridad es el resultado de unas circunstancias que obligan a niños y padres a permanecer varios meses junto al personal sanitario y el «día a día» se acuña como eslogan vital.

En coro, los especialistas dividen una mañana que se reparten en reuniones para poner en común las incidencias de todos los enfermos y para conocer de primera mano los casos que con seguridad los ginecólogos derivarán a la planta de neonatos. Entre los recientes está el de los trillizos Ángel, Carlos y Daniel, una carambola que Begoña y César, sus padres, todavía están asimilando con intendencia prusiana. «Íbamos a por la niña -confiesa la madre-, lo habíamos calculado todo para que su hermano mayor le llevara dos añitos y pico, pero la operación matemática se multiplicó. Ovulé dos veces, uno se dividió en dos y el resultado han sido los gemelos Ángel y Carlos, y el mellizo Daniel».

Cogerlos en brazos

La sorpresa inicial dio lugar a un embarazo normal, pero medido bajo la lupa de la inquietud. El parto se produjo en la semana 32.ª y cuatro días, un logro en un embarazo múltiple que acabó en manos del equipo de neonatos. «Yo creo que en mi parto había por lo menos 20 personas pendientes de nosotros, entre ginecólogos, pediatras, enfermeras, anestesistas...». Sus tres hijos se alinearon en el límite de lo que se considera un gran prematuro, porque por debajo de 32 semanas de gestación y menos de 1.500 gramos de peso las complicaciones son mayores, si bien uno de ellos, Carlos, necesitó más atenciones (pesó 1.410). Begoña tardó cuatro días en poder coger en brazos a uno de sus trillizos recién nacidos, una sensación que los desestresó a ambos, y que en cuanto es posible los médicos favorecen. El método canguro, que consiste en colocar al bebé en el pecho de los padres, es la base en la actualidad de una atención personalizada que permite a los padres acceder a la uci neonatal desde las 9.30 de la mañana a las 11 de la noche. «Esto ha cambiado mucho -dice Tere, la veterana-. Hace unos años los niños estaban en sus boxes separados por un cristal y los padres apenas podían verlos. Hoy está demostrado que ponerlos sobre el pecho les evita apneas y favorece el desarrollo».

Con música de fondo, acuna una de las madres de la uci a su niña, en un ambiente muy alejado de las prisas habituales que corren por los pasillos de los centros sanitarios. Curiosamente, no hay llantos de niños y el silencio acoge las horas de una rutina que médicos y enfermeras realizan en penumbra. Incluso un aparato avisa si el ruido es superior al requerido. «Procuramos -explica el doctor Álex Ávila- que los bebés tengan las sensaciones que tendrían dentro del útero materno, por eso algunas incubadoras están totalmente cubiertas. Para ellos el medio natural es el líquido, y la acción de la gravedad, por haber venido al mundo antes, les afecta».

En la uci del Chuac hay una enfermera para cada dos niños (hoy tienen cinco ingresados) y son ellas las encargadas de informar en la reunión diaria de su estado. Es uno de los «lujos» que desde fuera causa extrañeza, pero que supone la fortaleza de un buencuidado. «Las enfermeras, enfermeros y auxiliares son el 90 % del peso en la atención -explica Trisac-. Ellos ejecutan magistralmente una melodía que nosotros componemos».

Todo un equipo

«Ese mimo -dice Begoña, la madre de los trillizos- me ayudó mucho cuando tuve que dejar a Carlos allí y ya tenía a los otros dos bebés en casa y no me podía dividir. ¡Cómo no me iba a quedar tranquila con tanta gente cuidando de mi hijo!». Si las cifras pueden emocionar es en estos casos en que una vida diminuta está enraizada en el empeño de un equipo multidisciplinar (desde cirujanos cardíacos, infantiles a oftalmólogos, pasando por las trabajadoras sociales o la unidad de atención temprana) que alienta con sus manos a cada uno de los bebés encadenándolos a la supervivencia. Hasta 70 profesionales intervienen en atender a un solo niño durante su estancia.

Las causas por las que cada vez hay más partos prematuros son múltiples (la edad de la madre, el estrés, la hipertensión, los tratamientos de fertilidad...) y han situado a España a la cabeza de los países europeos con bebés de bajo peso y madres tardías, según el último estudio Euro-Peristat, publicado por la Comisión Europea la semana pasada. Sin embargo, el doctor Trisac interpreta sin dramatismo una tendencia que se mantiene estable: «Es cierto que estamos ligeramente por encima de la media europea, pero por debajo de otros países desarrollados como Estados Unidos. Los prematuros suponen en España aproximadamente el 10 % de los partos y su origen es multicausal. Desde el punto de vista médico, biológicamente los 40 años no son el mejor momento para ser madre, pero esa es la realidad que tenemos y no le vemos fácil solución».

Las estadísticas borran a menudo lo que para él y sus colegas es un motivo de orgullo. La satisfacción de encontrarse un día jugando en el parque a algunos de los niños que ellos impulsaron a la vida. Así será el futuro de Adriana, Carlos, Ángel y Daniel. Precoces hasta poner en valor el límite de nacer.