Llega un bebé: la ñoñería acecha

Sara Carreira Piñeiro
Sara Carreira REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

El nacimiento del primer hijo no tiene por qué implicar un cambio en el lenguaje, vestimenta y hasta hogar de la familia, o al menos no para siempre. Ata Arróspide, publicista metido a escritor, denuncia la cursilería que invade a los progenitores y recuerda: «la ñoñería busca entornos de bebés como los piojos las melenas»

19 may 2013 . Actualizado a las 19:26 h.

La llegada del primer hijo causa una revolución en la organización de un hogar. Es una máxima que se mantiene desde hace decenas de años. El problema es que a veces el impacto es tal que arrasa el resto del día a día de los padres y de todo su entorno, trastocándolo de tal modo que nunca volverá a ser igual. Eso es lo que Ata Arróspide considera volverse cursi y contra lo que ha establecido una cruzada: un libro, un blog y una línea de ropa son sus armas. ¿El lema? Padres no ñoños (Planeta), el título de su guía parental.

El objetivo de Arróspide es disfrutar de los hijos sin hacerlos únicos protagonistas (involuntarios) de nuestra vida. Reconoce diferentes problemas que desgrana a lo largo del libro:

Cambios, los justos

Ata Arróspide concede a la pareja la necesidad de cambiar de vida, aunque como él recuerda en el libro: «¡Pero qué cursi se pone la gente por dos rayitas de nada!», en alusión al positivo del test de embarazo. Y es que «si los cambios hormonales, la pesadez del embarazo y el esfuerzo del parto explican comprensibles alteraciones en la morfología de la madre; nada, absolutamente nada las justifica en el caso de los padres», apunta Arróspide, para quien «no se puede pasar de tener el aspecto de un DJ a parecer que trabajas en una gestoría». Y tampoco es aceptable ponerse como un energúmeno cuando un amigo suelta un taco delante de tu bebé, máxime si has jurado más que un carretero en tu juventud.

En su libro, recuerda que los padres se limitarán a ser «la mamá de...» o «el papá de...», y contra eso hay que luchar. Nada de poner en el Facebook la foto del bebé en lugar de la propia, ni de llamarse «mami»; ni olvidarse de que hay una pareja (si la hay), que además de padres mantienen una relación sentimental; y aunque el pantalón de embarazada no aprieta, es conveniente que «una vez desembarazada vaya perdiendo protagonismo en el armario».

Es su vida, no tu segunda oportunidad

Uno de los grandes problemas con los que se enfrentan los padres, y que para Arróspide supera el riesgo de la cursilería, es convertir la vida del niño en aquella que uno querría haber tenido. Eso va entroncado con el orgullo de los genes: «La natural tendencia de los papis a sobrevalorar sus propios genes hace que algunos quieran entender en los balbuceos de su bebé expresiones complejas y conceptos más elevados» de los que suele tener un niño de un año. Y eso no hace más que aumentar con el tiempo: «Es peligroso querer ver en tu hijo al deportista que tú no fuiste o al modelo que siempre quisiste ser». Solo hay que ir a un partido de fútbol alevín para descubrir la seriedad que imprimen los padres a los encuentros -con insultos al árbitro, contrincantes e incluso entrenador propio incluidos- o contemplar esos realities norteamericanos de niñas miss y madres espantosas.

Hay casos menos graves pero igual de molestos, como «esa gente que solo habla de su hijo, porque las virtudes de ese hijo son el reflejo de sus genes» o simplemente porque no tienen nada mejor en la cabeza. «Hay que poner un límite. Se acepta que hables del bebé a todas horas hasta los cuatro o cinco meses, pero para entonces ya has agotado los temas». Superar el año con la misma cantinela es sobrecargar a los amigos y familia hasta extremos peligrosos.

Otro aspecto importante en este capítulo es cuidar el nombre. Si los Beckham quieren ponerle a su hijo Brooklyn porque allí lo concibieron, es una extravagancia, pero si tú haces lo mismo con tu hija y la llamas Benidorm, pues la cosa no queda igual. Y, por cierto, Apple, la hija de Chris Martin y Gwyneth Paltrow es 'manzana' (o incluso 'pupila', si se habla del ojo), pero no debe traducirse al pie de la letra...

El niño no hace lo que le dices, hace lo que ve

El padre cursi es aquel que, siguiendo todo lo anterior, se empecina en que el chaval sea un fuera de serie y destaque en algo. ¿Un clásico? Comprarle la mejor raqueta de la tienda y llevarlo a clase en un club de las afueras. «Pero Nadal o Fernando Alonso -recuerda Arróspide- solo hay uno entre varios miles». En vez de eso, es mejor que los padres jueguen ellos al tenis: «Los niños no quieren hacer lo que tú les dices -recuerda el escritor-, sino lo que tú haces, quieren ser como tú». Lo mismo ocurre con la comida sana, la lectura de libros o, en el otro extremo, el consumo de tabaco.

Por eso, la propuesta de Padres no ñoños es clara: «Haz cosas interesantes. Por él y por ti». Él lo sintetiza parafraseando a Escarlata O?Hara: «A Dios pongo por testigo de que volveré a ir al cine».

Cuidado con la ropa, se puede perder la cabeza

El libro también aborda una de las cuestiones más ñoñas cuando se tiene un bebé: la ropa. Ya no es que las abuelas sean las diseñadoras del vestuario de la criatura -que seguramente lo serán-, sino que muchos padres se dejan llevar por «la relevancia social del cursi power, una exhibición pública e impudorosa de su fuerza». Eso convierte a los niños en pajes pijos o figurantes de un cuadro de Velázquez. «Si ves un retrato de una familia real de principios del siglo pasado, te darás cuenta de que toda la moda del vestir ha evolucionado... menos la de los bebés».

Los bebés no tienen que ser pasteles de boda en azul o rosa, como tampoco deben ser regados con colonia ni hay que hablarles con diminutivos.

Lo cierto es que Padres no ñoños aborda la perspectiva de la paternidad con mucho humor, pero sobre todo con grandes dosis de sentido común: «Está bien que una familia aproveche la excusa del bebé para cambiar el apartamento de 50 metros por un chalé de 400, pero una criatura de 50 centímetros no justifica los 350 metros de más», como tampoco necesita «un cochecito con frenos de disco» ni música de Mozart mientras dormita en el interior de la barriga de su mamá.