El papa tomó hace un año la decisión de renunciar por «falta de fuerzas»

maría signo ROMA / CORRESPONSAL

SOCIEDAD

Serena Cremaschi / Efe

Aguantó hasta encauzar los últimos escándalos a los que se ha enfrentado la Iglesia

12 feb 2013 . Actualizado a las 14:27 h.

No solo inusual. La noticia de la renuncia del papa Benedicto XVI -que hará efectiva el próximo 28 de febrero a las 8 de la tarde- fue totalmente inesperada. Sus palabras en latín dejaron sorprendidos a los cardenales presentes en un consistorio rutinario que se convirtió en extraordinario. Han tenido que pasar casi 600 años desde que otro pontífice, Gregorio XII, fuera forzado a tomar la misma decisión, y más de 700 desde el único que lo había hecho por propia iniciativa.

Rápidamente surgieron las preguntas sobre los motivos de una decisión tan difícil. La avanzada edad de Benedicto XVI, que cumplirá 86 años el próximo mes de abril, hizo pensar en una grave dolencia, conjetura que el portavoz vaticano, Federico Lombardi, rechazó asegurando que «ninguna enfermedad ha llevado al papa a la dimisión». Pero sí tiene varios achaques relacionados con la edad. Se sabe que sufre dolores reumáticos articulares y el cada vez más frecuente uso de una peana móvil para sus desplazamientos durante las largas ceremonias en San Pedro lo confirma. También padece una fibrilación auricular crónica, por lo que su rechazo a tomar los fármacos anticoagulantes lo hacen firme candidato a un ictus. Otro problema está relacionado con una pérdida de visión en el ojo derecho que dificulta la lectura de los discursos y homilías.

Para su hermano Georg, «siente el peso de la edad» y por ello, tras una larga reflexión, ha decidido dejar el pontificado. El director del Osservatore Romano, Gian Maria Vian, aseguró que «la decisión del pontífice ha sido tomada hace muchos meses, tras el viaje a México y Cuba, [marzo del 2012] de manera reservada y habiendo examinado la propia conciencia ante Dios, a causa de su avanzada edad». Hace un año, el obispo emérito de Ivrea, Luigi Bettazzi, ya había asegurado durante una entrevista radiofónica que Ratzinger estaba pensando en la dimisión: «Benedicto XVI está muy cansado y se ve. Está acostumbrado a los estudios y no al papel público y ante los problemas que tiene, tal vez ante las tensiones que hay en el interior de la curia, podría pensar que de estas cosas es mejor que se ocupe un nuevo papa».

Durante los casi ocho años de pontificado, Ratzinger ha tenido que afrontar momentos muy duros, como fueron las acusaciones de pederastia a representantes eclesiásticos, los problemas con el IOR, el banco vaticano acusado de blanqueo de dinero, y, sobre todo, la condena de su mayordomo Paolo Gabriele, acusado de robo de documento privados. El escándalo Vatileaks habría sido la gota que ha colmado el vaso. Sin embargo, aunque ya tenía tomada la decisión de renunciar, quiso esperar a encarrilar estas cuentas pendientes antes de hacerlo. De hecho, cerrar las heridas le costó salud: el presidente de Italia, Giorgio Napolitano (87 años) dijo que lo veía con «un cansancio insostenible».

Mientras las reacciones de todo el mundo eran de agradecimiento y de comprensión, desde Cracovia llegaba una velada crítica. El cardenal Stanislaw Dziwisz, secretario de Juan Pablo II, comentó que «el papa Wojtila decidió quedar en el solio pontificio hasta el fin de su vida, porque pensaba que de la cruz no se desciende».