La hamburguesa tiene tanto éxito como el Whatsapp

SOCIEDAD

Un estudio desvela que los universitarios gallegos se alejan de la dieta mediterránea. Mientras la gran mayoría de los chicos abres sus menús a las grasas, ellas (las menos) se atreven con el tofu o la soja. Eso sí, unos y otros tienen como deporte favorito el teléfono móvil

03 feb 2013 . Actualizado a las 13:21 h.

Ni las matemáticas, ni el derecho romano. Una de las asignaturas que más complicada resulta a los jóvenes gallegos es la alimentación. Pertenecer a la tierra del cocido y el lacón con grelos parece pesar demasiado en los hábitos gastronómicos de un amplio sector de la población que ratifica vivir alejado, y no solo geográficamente, del Mediterráneo y, sobre todo, de su dieta.

Nuevos hábitos de ocio, que inducen a hacer menos deporte y pasar más horas frente a un ordenador. Cambios en los modos de vida, que llevan a que, cuando se independizan, los estudiantes se olviden de hacer la compra todos los días. La sociedad avanza pero no siempre es recomendable dejar atrás costumbres saludables.

Consciente del problema y sabedora de que en pocas ocasiones se han estudiado al detalle los hábitos alimentarios de los estudiantes y sus consecuencias, la experta Carmen Isasi, profesora en la Universidade da Coruña, ha realizado un estudio pormenorizado, que justificó su tesis doctoral, en el que participaron cerca de 300 universitarios. Durante semanas se estudiaron sus variables antropométricas, las características de su dieta y la percepción que tenían de su imagen corporal, así como de las características y calidad de su alimentación. Sus resultados no se pueden hacer extensibles a toda la población, pero dan una muestra clara de cómo comen, y en definitiva cómo viven, los jóvenes gallegos.

Así se han descubierto algunos detalles llamativos, por no decir alarmantes. Respecto a si existe riesgo de que los jóvenes gallegos sufran de sobrepeso, la profesora es tajante. «No hay riesgo, ya hay sobrepeso. En el estudio un 23,2 % de los alumnos tienen sobrepeso en grado 1 o 2, mientras que un 4,5 % tienen obesidad. Y resultados similares se encontraron en estudios recientes realizados también con población universitaria. Además, y según datos aportados por el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, uno de cada dos adultos presentan un peso superior a lo recomendable», explica.

Ellas comen mejor

Para llegar a esta conclusión, se hizo un análisis exhaustivo sobre el tipo de alimentos que ingieren los estudiantes. Y resultó que ellas comen mejor que ellos. Lo prueba, por ejemplo, que la frecuencia de consumo de leche entera, huevos, vísceras, salchichas, tocino, beicon, pizzas o patatas fritas son más elevadas en los hombres.

Mientras, ellas ingieren más habitualmente productos más sanos, como la leche desnatada, las judías verdes, el brécol o el aceite de girasol.

Y si en la frecuencia se hallaron diferencias respecto a la dieta de unos y otras, se encontraron aún más al tener en cuenta las cantidades de comida ingeridas. Así, el estudio reveló que los hombres consumen más que las mujeres en alimentos como los huevos, las carnes rojas, los embutidos, las patatas fritas, los frutos secos o las bebidas alcohólicas. Frente a eso, las mujeres toman más café e infusiones, así como más cereales.

Todo eso, traducido en energía y nutrientes, da como resultado que ellos ingieren no solo más calorías, sino también más ácidos grasos y colesterol que las mujeres. Al día, se llevan a la boca una media de 400 calorías.

Estos resultados no son fruto de la desinformación, sino más bien de la falta de concienciación por parte de los protagonistas. Y el cambio en los hábitos sociales y de ocio, eso es innegable, está teniendo mucho que ver. «Ahora los jóvenes hacen menos deporte», asegura Isasi, que recuerda también que la mayor parte de los edificios, tanto viviendas como facultades o centros de trabajo, tienen ascensor, lo que hace que ya nadie utilice las escaleras y, sobre todo, que los jóvenes «van en coche o en autobús a todas partes y pasan demasiadas horas al día dedicadas al ordenador, las tabletas, las videoconsolas, Internet, los chats...». Una tendencia en aumento que tiene consecuencias: «Lógicamente, cuando el sedentarismo se prolonga en el tiempo, si no se reduce la ingesta de kilocalorías, aparecen el sobrepeso y la obesidad».

Tampoco se debe obviar el cambio que supone comenzar los estudios en la Universidad y abandonar el nido paterno para pasar a vivir, por lo general, con otros estudiantes. «Vemos que muchos universitarios, al comenzar sus estudios, se ven obligados a abandonar su hogar, se independizan. Entonces la falta de tiempo y en ocasiones el desconocimiento hacen que elijan menús menos saludables», explica Isasi. Recuerda que en el mercado existen legumbres y verduras ya cocidas y de fácil preparación, pero admite que tal vez a los cocineros les falta algo de imaginación para prepararlas. Siempre es más fácil, y eso a nadie se le escapa, recurrir al menú fácil. Al fin y al cabo, ¿quién no ha comido más de una vez esos socorridos espagueti con tomate y atún?

Y ahí es cuando, mayoritariamente, se produce el cambio en la alimentación: «Hemos evaluado la calidad de la dieta de los alumnos que participaron en este estudio y observamos que se aleja del patrón mediterráneo, lo que se refleja en el elevado aporte proteico y bajo en hidratos de carbono» explica la docente, que concluye que los universitarios «tienen hábitos alimentarios poco apropiados».

Pero una de las conclusiones más preocupantes del estudio es la que se refiere a la autopercepción de la imagen corporal en los jóvenes universitarios gallegos. Se investigó este aspecto porque se consideraba que podría tener mucha importancia conocer cómo se veían los universitarios para saber si eso podía influir en los hábitos alimentarios, modificando incluso la dieta. No se habían hecho estudios similares anteriores y no hay que olvidar, y de eso era consciente la investigadora, que «hoy en día existe un culto excesivo al cuerpo, y se le concede una gran importancia a la delgadez».

Y tal vez era algo que ya se sospechaba pero ahora hay datos que lo corroboran: los resultados revelan que las mujeres están más obsesionadas por su figura y tienen una percepción distorsionada de sí mismas, pese a que generalmente comen mejor y no sufren tanto de sobrepeso como los varones.

Así, el 52,1 % de las chicas que participaron en la investigación consideraban que tenían kilos de más. La concordancia entre la percepción subjetiva del peso y el peso real era menor en las mujeres, de las que un 33 % consideraban estar necesitadas de una dieta de adelgazamiento, pese a encontrarse en su peso ideal atendiendo a su índice de masa corporal.

También se descubrió que esa obsesión por la delgadez, que es mayor en las mujeres, disminuye, por fortuna, con la edad. Algo bueno tenía que tener, en definitiva, cumplir años.

Presión social

La profesora cree que esto es consecuencia, mayoritariamente, de la excesiva presión social, otro peso del que no todas las mujeres pueden deshacerse. «En la sociedad actual se vive una presión cultural hacia la delgadez. El ser delgado se asocia con la belleza, la salud o la riqueza, mientras el apelativo gordo tiene un significado peyorativo, al relacionarlo con debilidad, dejadez y falta de salud», explica.

El mundo de la moda y de la publicidad, en los que aún no se han dejado de lado muchos prejuicios sexistas, también tiene mucho que ver en esta situación. «La moda concede prestigio a la extrema delgadez», advierte Carmen Isasi, que alerta de las graves consecuencias en las que puede derivar. «La presión a la que se ven sometidos determinados estratos de la población, en particular mujeres, adolescentes y jóvenes, con la imposición de un modelo estético de extrema delgadez, hace que la preocupación por la imagen corporal haya trascendido al mundo de la salud, de modo que en los últimos años los estudios han sugerido la importancia de la alteración de la percepción de la imagen corporal como un síntoma para la detección de trastornos del comportamiento alimentario».

Y aunque el celo por la delgadez y por mantenerse en un peso ajustado a los cánones establecidos no se puede hacer extensible a todas las mujeres ni a todos los hombres, lo que sí parece claro es que mientras muchas de ellas viven preocupadas, algunas incluso obsesionadas, por su figura y su peso, a ellos el asunto de la báscula parece no quitarles demasiado el sueño.

Así, el estudio demostró que ellos comen peor y están más expuestos al sobrepeso puesto que ingieren más cantidad de grasas y raciones por lo general mas abundantes. Pese a ello, la mayoría se veían en su peso ideal y solo un 5 % de los que participaron en la investigación consideraban que tenían kilos de más. «Los hombres no se ven tan sometidos a esa presión social como las mujeres. Además, a ellos no se les exige delgadez, sino cierto volumen torácico y amplitud de espalda y hombros. Por ese motivo, las posibilidades de tener alteraciones de su imagen corporal son menores que en las mujeres», explica Carmen Isasi, que, como colofón a todos estos descubrimientos, recomienda actuaciones multidisciplinares desde edades tempranas con las que evitar que la belleza no tenga que estar asociada a la delgadez y, además, algo más de concienciación culinaria, para que los jóvenes gallegos aprueben por fin en alimentación.

Información elaborada por Javier Becerra, Lucía Rey, Tamara Montero y Sandra Faginas