Los últimos cazadores de ballenas

nacho blanco REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

MILLARES

La última factoría ballenera de España, situada en Cee, cesó su actividad tras renunciar a nuevas moratorias para la caza de cetáceos

24 mar 2012 . Actualizado a las 06:00 h.

En una coqueta cala de Cee llamada Gures, las piedras del muelle pesquero de Caneliñas todavía ocultan historias heroicas. Allí, en lo que hoy son ruinas -antaño puntera factoría ballenera-, trabajaron hasta cien operarios, que troceaban los grandes cetáceos en tiempo récord. Pero antes había que cazarlos, acertar con el pesado arpón en alta mar y traer a la bestia a puerto para su despiece.

Pedro Ares y Julio Arias participaron del esplendor de esta pesquería, que llegó a capturar «200 ballenas al año», cuentan con orgullo. Una actividad que languideció por el endurecimiento de la normativa internacional y la presión ecologista. Sienten morriña de aquellos tiempos. De hecho, Pedro confiesa que todavía visita Caneliñas, «pois un biólogo comprou un terreo e ten un lote de fotos de baleas e dáme algunha».

Fueron los noruegos los primeros en asentarse en Cee. En este rincón gallego crearon, en 1923, la compañía Industria Ballenera. Los japoneses relevaron a los nórdicos en la factoría, coincidiendo con los años de bonanza del sector. Pero en la década de los setenta aparecieron las primeras trabas a la caza; la presión de los movimientos ecologistas fue fuerte y caló en la sociedad; se hablaba de cuotas y se enlazaban sucesivas moratorias.

Cee y su entorno vivía en gran medida de los gigantescos animales marinos. Hombres y mujeres colaboraban en el despiece del cetáceo, toneladas de carne que iban a parar sobre todo a los insaciables mercados nipones. Los cetáceos que llegaban a puerto «non nos daban pena, pois viñan mortos», dice Pedro Ares.

Los operarios estaban muy bien remunerados. Disponían de un salario fijo que podía incrementarse en 8.000 pesetas por cada ejemplar cazado. Un lujo para la época. Las ballenas eran como los cerdos del mar: se aprovechaba todo. Los trabajadores incluso vendían las vísceras para exquisiteces gastronómicas o el aceite, que Renfe utilizaba como combustible y engrasante de las máquinas ferroviarias. Afirman que la ballena suponía un exquisito manjar. Los que la cataron recuerdan su sabor particular: «Semellaba o da carne de tenreira», aseguran los antiguos operarios.

Eran tiempos en los que Moby Dick visitaba Galicia. Dentro de trece días se cumplen 27 años del anuncio de cierre definitivo de la factoría. En la rampa de Gures ya no descansan mamíferos. Solo quedan los heroicos relatos de lobos de mar, de luchas, más allá de Fisterra, contra el bicho más grande del planeta, de épocas en las que el desempleo en la comarca era una anécdota. Suspiran por que se vuelva a permitir la caza de cetáceos, ya que «sería unha boa alternativa fronte ao paro», sentencia Pedro Ares.

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La última factoría ballenera de España, situada en Cee, cesó su actividad tras renunciar a nuevas moratorias para la caza de cetáceos. La fuerte presión ecologista también colaboró en el cierre. En su muelle se llegaron a trocear 200 ejemplares en un año