Sor Julia, el ángel de Benín

Manuel Blanco

SOCIEDAD

Una misionera de Ourense dirige, consulta y opera desde hace 34 años en el hospital de Zagnanado, una de las zonas más deprimidas del planeta. hoy es una eminencia mundial en el tratamiento de la úlcera de buruli

26 feb 2012 . Actualizado a las 10:28 h.

Iba a ser una mañana cualquiera. Una más. Pero Mucha jamás podrá olvidar lo que vivió en apenas unas horas. En ese espacio de tiempo, vio volar las vidas de diez niños. Varios de ellos se fueron entre en sus brazos. Impotente, violentada por su incapacidad para remediar la tragedia, aquel día aprendió una lección que la acompañará el resto de sus días. Para ella, aquella no fue una mañana cualquiera. Para Benín, sin embargo, sí lo era. Carmen Blanco, Mucha para todos los que la quieren, y su marido Ignacio Rebollo convivieron durante nueve meses en el hospital de Zagnanado con una realidad cruel, difícil de afrontar para un occidental, pero también con el ejemplo de sor Julia, una misionera ourensana que en los últimos treinta años ha salvado miles de vidas al frente de un centro médico enclavado en plena selva en el que literalmente hace de todo: opera, consulta, gestiona... Es el ángel de Benín.

La historia de Ignacio y Mucha es poco convencional. Durante toda su vida en Vilagarcía, fueron un matrimonio normal con dos hijos. Él, contable y con una educación de otro tiempo (lee latín y griego con soltura). Ella, ama de casa. Gente de bien. Pero un buen día, superados ya los 65 y recién jubilado Ignacio, decidieron dar un giro a su vida. Asumir una aventura que dejó atónito a todo su entorno. Se fueron a Madrid a ver a sor Lola Villazán, una misionera amiga de Mucha de 76 años que lleva 25 en Benín, para que los guiase en su intento de ayudar al prójimo, una contribución que debía tener también un componente evangélico basado en sus profundas creencias religiosas. Y sor Lola se los llevó a Benín. Allí, las misioneras franciscanas tenían mucho trabajo por hacer: el hospital, escuelas, asistencia a las familias...

En febrero del 2010, el matrimonio vilagarciano tomó un avión que los había de llevar a Benín. Uno de los países más pobres del mundo, con una tasa de mortalidad infantil que abochorna a Occidente y una economía de subsistencia basada casi exclusivamente en el campo. Por delante, tres meses de ingente trabajo. Él, ayudando en todo, impartiendo clases de español y de economía. Ella, en la farmacia del hospital. Ambos quedaron prendados entonces de la labor de Julia Aguiar. De su tesón, de su desbordante capacidad de trabajo. Tanto fue así que en enero del año pasado regresaron de nuevo a la zona, aquella vez, por un período de seis meses.

Sor Julia Aguilar se ha convertido en una eminencia mundial en tratar la úlcera de Buruli

Un hospital con una médico

Y fue entonces cuando tomaron auténtica conciencia de la aventura de la misionera oriunda del pueblo de Prado, en Vilar de Barrio. A sus 65 años, sor Julia ha levantado con su perseverancia uno de los hospitales más grandes del país. Un hospital que, las más de las veces, tiene una única médico, ella misma, que asume un amplio abanico de especialidades: medicina general, quirúrgica, odontología... Caso aparte son las cargas de trabajo. Los lunes, miércoles y viernes consulta, a razón de unos 300 enfermos al día. Los martes opera a una media de cincuenta pacientes entre las ocho de la mañana y las ocho de la tarde. Y el jueves trabaja como dentista. En ocasiones, las colas a las puertas del centro son de cientos de personas. Las cifras son estremecedoras. Un médico gallego, por ejemplo, atiende a una media de 40 pacientes al día.

Ayuda del extranjero

En el hospital de Zagnanado, sor Julia cuenta con un pequeño grupo de colaboradores (básicamente enfermeros locales) y de vez en cuando recibe la ayuda de médicos extranjeros que colaboran con oenegés. En más de tres décadas de trabajo en Benín, la misionera ourensana ha tratado todo tipo de patologías y ha dispensado infinidad de tratamientos: tumores, apendicitis, amputaciones, injertos, partos... Hay dos enfermedades en las que, muy a su pesar, se ha convertido en una experta. La primera es el paludismo, la principal causa de muerte infantil en Benín. Un problema endémico del país que además choca en ocasiones con la negligencia de los padres a la hora de llevar a los niños al centro hospitalario. «Muchas veces -relata Mucha-, los niños nos llegaban cuando ya era demasiado tarde. Entonces, sor Julia se desesperaba. Nadie se acostumbra a ver morir a los niños. Es demasiado duro».

La otra enfermedad es la úlcera de Buruli, una infección que guarda similitudes con la lepra y que devora la piel y los tejidos blandos hasta desarrollar laceraciones extremas. La misionera ourensana es una referencia mundial en el tratamiento de esta patología tropical y cada año recibe a médicos holandeses y belgas interesados en conocer sus métodos. La labor de la misionera de Prado en este campo le valió hace años el reconocimiento como doctora honoris causa por la Universidad de Nápoles.

Todos estos reconocimientos le han reportado a sor Julia y los suyos la atención de numerosas oenegés que de forma periódica acuden en su ayuda para salvaguardar un proyecto asistencial de proporciones gigantescas, una colaboración que, sin embargo, contrasta con la que prestan las Administraciones españolas. La misionera es casi una desconocida en él ámbito público español pese a lo inspirador que resulta su ejemplo, y ello a pesar de que aborda una tarea ingente que precisa de constantes apoyos económicos para combatir uno de los grandes problemas que soporta el hospital: los aranceles que impone el país, salpicados esporádicamente por episodios de corrupción.

Las misioneras franciscanas han puesto en marcha varias escuelas en el marco de su proyecto de ayuda

La misión de Zagnanado recibe con frecuencia donaciones de fármacos y material hospitalario de oenegés, laboratorios y organizaciones de ayuda que proceden del extranjero pero que chocan con un muro al llegar a Benín. Las autoridades cobran a sor Julia y los suyos unos aranceles por esos medicamentos en ocasiones inasumibles. «Hace poco llegaron unas camillas de Italia pero el hospital tuvo que decidir prescindir de ellas porque no había forma de pagar las tasas de entrada», explica Mucha. ¿Y quién se queda con el material? El depositario último no está del todo claro, pero lo que sí se sabe es que buena parte de esas donaciones son revendidas para beneficio de alguien que poco tiene que ver con el centro de Zagnanado.

Pasillos saturados

La frustración que generan estas prácticas, en todo caso, apenas ha podido contener la fortaleza del proyecto de sor Julia. No hay tiempo para lamentarse. Con frecuencia, todos los pabellones del hospital están saturados de enfermos y hasta los pasillos hacen las veces de improvisadas habitaciones para no dejar a nadie tirado. «Contemplar todo un pasillo con diez niños tendidos sobre un paño y ver cómo se van apagando sus vidas, sin que tú puedas hacer nada, por un simple paludismo o desnutrición resulta muy duro», explica Ignacio.

La crudeza de lo cotidiano no puede, sin embargo, con el espíritu de esperanza que emana del proyecto. Sor Julia y su gente se han convertido en una fuente de inspiración. «Esta experiencia ha cambiado nuestra vida y el modo de afrontarla. Gracias a Dios, todavía quedan muchas Teresas de Calcuta, aunque necesitadas de ayuda», concluye Ignacio. Y poco más hay que decir.