¿Cómo aguantó el público más de diez horas al pie del cañón? Con hidratación más o menos alcohólica. Los que venían dispuestos a montar el botellón en la grada se estrellaron contra los controles de seguridad, que impedían pasar cualquier envase de más de medio litro, así fuera agua bendita. Pero dentro operaban los increíbles mochilamen, auténticos superhéroes del repostaje.
Un mochilaman utiliza el tradicional sistema de la máquina de sulfatar de toda la vida: un depósito a su espalda y un grifo o dispensador por el que vierte, en este caso, cerveza. Previo pago. Había una auténtica legión de mochileros en el Monte do Gozo, y todos identificados con una luz roja, como taxis ocupados. No es cierto que solo hubiera 24 aseos para destilar lo que los mochilamen servían. Los 24 eran portátiles, pero en el Monte do Gozo hay váteres de obra con más capacidad, otra cosa es que la tropa se dedicara a arrimarse a los paredones como si los fueran a fusilar al amanecer; sacar y listo. La Cruz Roja estuvo rápida cuando fue necesario llevarse a alguno que, incluso antes de la medianoche, ya se había convertido en calabaza. Hubo quejas sobre los precios de las bebidas en los bares del recinto: no puedes cobrar diez euros por un vaso grande de Fanta de naranja lleno hasta arriba de hielo cuando la entrada costaba lo que dos vasos de Fanta. Salía más barato pedirse un cubata. Con este avituallamiento y con el que los más precavidos se trajeron de casa, la tropa aguantó su jornada laboral con horas extras. Es cierto que, al terminar Muse, hubo desbandada, pero no tanta como para dejar solos ni a Caradeniño DJ ni a Tennant y a Lowe, ni tampoco a DJ Vitalic.