«Me gustaba cazar renacuajos, sapos, ranas y topos»

Mariluz Ferreiro REDACCIÓN/LA VOZ.

SOCIEDAD

El deportista ordense siempre regresaba de la aldea con signos de haber estado en una guerra después de muchas travesuras

23 ago 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Al Iván Raña niño le gustaban «aventuras veraniegas como cazar renacuajos, sapos, ranas y topos, o poner trampas a los gatos rabudos». Hasta los quince años pasaba los veranos en casa de sus abuelos, por Rego da Iña, en Cerceda. Allí agotaba los días jugando en el monte con sus hermanos y primos. Pero se dedicaba a llevar las vacas a pastar o a amontonar la hierba seca. Entre sus aficiones, la escalada de árboles «o jugar al fútbol con dos bostas de vaca marcando la portería». Intentó la pesca de truchas, pero entonces «carecía de la picardía suficiente» para ser implacable en el río, por eso prefirió practicar el salto en regatos y charcos.

Para Raña y sus secuaces estivales coger manzanas en alguna finca ajena era una práctica habitual. Y, como consecuencia, también se convirtió en una rutina notar en su trasero el golpeo de la vara de los dueños de los frutales. Después de semanas en la aldea, Raña regresaba a casa con signos inequívocos de que había estado en una suerte de guerra.

En alguna ocasión, su padre los llevaba a sus hermanos y a él a alguna playa y los recogía después de trabajar. Y si no había tiempo para acercarse al arenal, iban a la piscina de Ordes y sacaban el máximo partido a la entrada, ya que entraban por la mañana y salían al atardecer. Curiosamente, estas instalaciones llevan ahora el nombre del triatleta gallego. Con sus padres y hermanos pasó algún mes de verano en Balarés. Recuerda alimentarse allí muchas veces de los cangrejos y nécoras que capturaba.

A los 15 años se fue a vivir con su entrenador actual, César Varela, e hizo amistades nuevas. Sobre todo relacionadas con el deporte. Empezaron las excursiones al río o la playa en bicicleta, durante las que aprovechaba el tiempo para entrenarse.

Cuando salía de acampada nunca se olvidaba su bici de montaña. Acudía a un bar de pescadores a por su avituallamiento, que consistía en unos bocadillos gigantes. Eso le daba autonomía para echar toda la tarde danzando por ahí. O para, «en un acto de valentía, decirle algo a alguna chica». Reconoce que el fracaso en este campo fue algo asumido por los integrantes de toda su pandilla.