«Mis veranos en Cangas son inolvidables»

Xesús Fraga
Xesús Fraga REDACCIÓN/LA VOZ.

SOCIEDAD

El artista tiene grabadas en la memoria sus vacaciones de infancia y juventud en O Morrazo, donde se bañaba en «aguas cristalinas», jugaba al fútbol y acompañaba a los marineros en sus botes a las Cíes

15 ago 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Desde su residencia en Punta Cana, Julio Iglesias disfruta de una vista privilegiada sobre las aguas turquesas de un mar tropical. Un paisaje de palmeras y playas de arena dorada que en cada reportaje de las revistas del corazón sobre la casa del cantante recibe, invariablemente, el adjetivo de paradisíaco. Pero, si es verdad que el verdadero paraíso de cada uno reside en su propia infancia, el de Julio Iglesias se halla a muchos kilómetros de distancia, en la otra orilla del Atlántico: desde la República Dominicana, los caprichos de la memoria y la ilusión óptica del cielo sobre el océano permiten que el mar gallego se adivine justo detrás de la línea del horizonte.

«Inolvidables. Aquellos veranos de la infancia en Cangas fueron los mejores años de mi vida», confiesa el cantante, al teléfono desde Marbella, donde este verano se despierta frente al Mediterráneo. Julio Iglesias pasó las vacaciones de sus cuatro años en Almería, pero las siguientes, las de la infancia y la adolescencia -«hasta la Universidad»-, las disfrutó en O Morrazo. «Nos instalábamos en una fonda, el Pote, donde vivíamos con el dueño, Evaristo, y su familia. Mis padres, mi hermano y yo», recuerda. Nada más pronunciarlo, el nombre, como la magdalena de Proust, trae consigo su primera evocación: «¡Qué nécoras! No he vuelto a comer nécoras como esas. Eran muy rojas, brillantes, y las sacaban de un barril. Costaban un petaco». ¿Un petaco? «Sí, un petaco, poca cosa, un céntimo».

Unos «golfillos»

Cuando no había marisco a mano, el Julio Iglesias niño echaba mano de otros frutos de la ría. «Mis amigos eran los demás niños del pueblo. Salíamos en pandilla, a bañarnos, a pescar, a coger moras», enumera. También a enredarse en travesuras: «Entrábamos en las fincas a robar manzanas... éramos unos golfillos», resume, con una sonrisa que se hace perceptible en la voz.

Aquellos chavales se montaban en sus bicicletas y bajaban hasta el puerto de Cangas o recorrían la costa de O Morrazo en busca de otras playas en las que bañarse. Algunas quedaban más lejos, en las islas Cíes o la de Ons. ¿Iban en ferri o quizá ya tenía algún amigo con yate? «¡Qué dices! Iba a pelo. Cruzaba con los marineros, en sus botes. Esos botes pequeños, con una cabina en el medio, ¿sabes?», explica. Posteriores incursiones al sur lo llevaban hasta Baiona, mientras que el rumbo norte lo dejaba en A Toxa, donde pocos años después, convertido en un cantante famoso, sus retratos con las collareiras fueron algunas de sus imágenes más difundidas. Pero aquellos serían los tiempos de Un canto a Galicia, una melodía entonces todavía por escribir.

Porque el Julio Iglesias que veraneó en O Morrazo en la década de los cincuenta ni soñaba con ser una estrella de la canción. Entonces lo suyo era el fútbol. «Sí, claro, yo jugaba en el Real Madrid, pero también con mis amigos, con los que iba a ver los partidos del Alondras», rememora.

Olor a eucalipto

Aquel paisaje de la infancia se ha transformado. «Ha cambiado muchísimo. Nos bañábamos en la ría, que tenía un agua cristalina, hasta en el puerto», dice el cantante. En la memoria se le quedó aquella cualidad transparente del mar, donde faenaban las marisqueras. Y también un olor, cuya evocación también llega sin un atisbo de duda: «A eucalipto. Había un árbol grande... se me grabó en la memoria. Respiro el aroma y me traslada a aquellos días, en los que el verano parecía interminable». Antes de concluir la conversación y volver la mirada al Mediterráneo, expresa el propósito de volver al Atlántico. «Hace mucho que no voy, y lo estoy deseando». Tiene un buen motivo: «Creo que nunca volví a ser tan feliz como en aquellos veranos de infancia en Galicia».