Música sin postureo en el Náutico

SOCIEDAD

Los instrumentos del Náutico, que este año continuará uniendo a músicos de diferentes grupos
Los instrumentos del Náutico, que este año continuará uniendo a músicos de diferentes grupos MÓNICA IRAGO

Un lugar pequeño en el que suceden cosas grandes entre gente como Iván Ferreiro, Raimundo Amador o Xoel López. Más que un pub o una sala, este rincón es un oasis

22 feb 2022 . Actualizado a las 20:14 h.

En la playa de A Barrosa pudo nacer, sobre las ruinas de una antigua fábrica de salazón, el primer club náutico de San Vicente do Mar. De aquello hace casi cuarenta años y, afortunadamente, el proyecto no prosperó, aunque su memoria pervive en el nombre de un lugar difícilmente clasificable. Cuentan que los músicos, algunos de renombre, otros no tanto, meten el codo para reservar una fecha en sus veranos de giras y festejos. Una fecha fuera de circuitos, más allá de mánagers y representantes, carteles y pósteres, radiofórmulas, postureo y tonterías varias. Una fecha para sacarse de encima la gruesa epidermis de euros y clichés que el negocio tan bien sabe hacer crecer cuando el invento funciona engordando carteras, y recuperar aquel momento olvidado en una esquina en el que uno acarició una guitarra por primera vez, dio unas cuantas voces sobre el escenario aprovechando el descanso de la verbena del pueblo o se juntó con cuatro compinches para tratar de montar algo semejante a una banda. Una fecha para rescatar la música de la parafernalia que la rodea y ofrecerla en toda su potencia original, sin adornos superfluos, fluyendo entre el personal que sabe crearla y transmitirla. Para esto, o para algo parecido, nació hace 17 años el Náutico. Más que un pub o una sala, un oasis de piedra sonora junto al mar.

Lo que era una calle sin salida se ha convertido en el centro de algo muy especial. Se percibe al instante. El Náutico es como un salón con barra habitado por una familia inmensa y variada. Los chavales corren entre las butacas y salen a la arena embutidos en sus bañadores mientras los clientes piden un trago, repasan los teclados de sus portátiles o, simplemente, echan mano de una de las muchas guitarras que pueblan los rincones y el escenario, entre amplificadores de válvulas e instrumentos compañeros de fatiga, como una pedal steel guitar que parece un guiño a Alvarito y al grupo con el que Miguel de la Cierva, autor de todo esto por mucho que él defina su papel como el de un simple «mediador», mamó kilómetros y kilómetros de carretera y furgoneta: Los Limones.

El hombre camina de aquí para allá, con un móvil humeante, gestionando la consecución de un contrabajo que arropará este sábado al cantautor norteamericano Josh Rouse. «Muy, muy recomendable», propone Miguel, cuya programación para este verano incluye más de treinta actuaciones y se extiende al Laboratorio N, un experimento que funcionó el año pasado sobre la base del grupo de Antonio Vega, y que en agosto se va a repetir con incorporaciones procedentes de Ketama, O'Funk'illo, la banda de Raimundo Amador y músicos de la casa, por decirlo de alguna forma. «Es algo así como una reunión permanente, conseguir que solo haya música en directo durante algunos días». Si el Náutico navega es, añade agradecido, porque tanto la gente consagrada en este negocio como quienes no gozan de la proyección mediática adecuada pero siguen en la brecha han entendido perfectamente la idea, compartiéndola al cien por cien. Esta es, en definitiva, una casa para su música, para que se encuentre, conviva y se reproduzca. Hasta comen aquí, veinte a la mesa, con un cocinero a los fogones. Un pequeño lugar en el que ocurren cosas que se hacen grandes en los momentos en los que la magia explota. Puede suceder en la misma sala o en un espacio exterior de mayor amplitud, en el que también se desarrollan una programación infantil específica y proyecciones de cine mudo con piano en directo. Pero también en un camerino en el que es fácil imaginar a Iván Ferreiro, Kiko Veneno, Xoel López o Coque Malla arrancándose de madrugada, o a Raimundo Amador montando un tiberio de gitaneo hasta romper el alba. Antonio Vega dejó allí escrita una dedicatoria muy especial, tatuada a bolígrafo en una mesa de plástico, tras su último concierto. Hasta un gato bosteza enroscado en una funda de guitarra.

Mucho sentido común. Mucha inteligencia para recomponer la relación entre la música y la noche que algunos se empeñan en someter, con lamentable éxito, al imperio de la copa y la pachanga. Si uno pudiese llevarse una única cosa a una isla desierta, escogería el Náutico.