Emoción y lágrimas en la boda de la princesa Victoria con un plebeyo

La Voz MADRID/LA VOZ.

SOCIEDAD

20 jun 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Corrían las 15.52 horas de ayer, cuando la princesa Victoria, heredera al trono de Suecia, daba un rotundo ja ('sí' en sueco) a Daniel Westling, un plebeyo propietario de un gimnasio que la conoció al convertirse en su entrenador personal y que gracias a este matrimonio se ha erigido en príncipe de este país y duque de Vstergötland.

Poco antes, a las 15.30, en un marco lleno de historia, la catedral de San Nicolás de Estocolmo, paraba ante la puerta un Rolls Royce, del que se bajaron la novia y su padre, el rey Carlos XVI Gustavo. Ambos rompieron con la tradición, al ir ella cogida del brazo de él durante la mitad del recorrido hacia el altar -suele hacerlo el novio-, momento en el que el impaciente prometido dio la mano a la que iba a ser su esposa.

Allí los esperaba el arzobispo Anders Wejryd, cabeza de la Iglesia luterana sueca, que ofició junto al obispo de Estocolmo, Ake Bonnier, y la obispa de Lund, Antje Jackelen, una de las cuatro mujeres que han alcanzado este cargo en la Iglesia sueca.

El vestido

La princesa, mucho más sonriente que él durante toda la ceremonia, llevaba un elegante vestido blanco perla, diseñado por el danés Par Engshedn, de corte moderno en seda duquesa, con manga corta y escote barco doblado a juego con el fajín de la cintura, del que, por detrás, salía una cola de cinco metros de lago del mismo tejido. Sobre la cabeza, un velo de encaje histórico que su madre, la reina Silvia, llevó en su boda, sujeto con la misma diadema de camafeos que lució el día de su enlace y que había pertenecido a la emperatriz Josefina, esposa de Napoleón, que la dejó en herencia a su nieta, que fue reina de Suecia. El novio lucía un simple frac, vacío de las condecoraciones y las bandas que mostraban algunos de los distinguidos invitados.

Tras una breve prédica y apenas media hora después del inicio de la ceremonia, el arzobispo los declaró marido y mujer, instante de mayor emoción, junto con el del intercambio de anillos, sellado con las lágrimas de los dos contrayentes. Los mismos sentimientos afloraron a los rostros de los progenitores reales, quienes en ese mismo día, 34 años antes, unieron sus vidas en esa catedral, y de los mundanos funcionarios de provincia que casaban a su hijo.

Una espléndida Real Filarmónica sueca puso música a la ceremonia, austera y solemne. Los novios permanecieron siempre de pie frente al altar, excepto en el momento de recibir la bendición, en el que se arrodillaron. Victoria siempre tuvo la sonrisa en la boca, como queriendo restarle tensión a Daniel, que solo rompió su seriedad cuando el arzobispo le llamó por primera vez príncipe. La pareja abandonó la catedral. Fuera, una carroza los esperaba para recorrer las calles de Estocolmo, donde unas 250.000 personas les ofrecieron un baño de multitudes.