Desmadre comedido en la noche de las comadres

Cristóbal Ramírez

SOCIEDAD

Núñez Feijoo compareció en el entroido verinense con el obligado disfraz de mujer

13 feb 2010 . Actualizado a las 12:25 h.

Yeni M., nativa de Rairiz de Veiga, iba anteayer con la alegría de una niña en la cara y en el alma. No es que sea mayor, qué va, aún en la mitad de la treintena, pero el Xoves de Comadres, el reino de las mujeres hecho realidad en Verín una vez al año, había sido una ilusión para ella desde hacía una década y este año la vio cumplida: a las 8 en Ourense para formarse el grupo convenientemente aderezadas todas sus integrantes, coches a la autovía, parada en Verín y lío final para encontrar un sitio donde aparcar en medio de una auténtica riada de gente. ¿La cena? Antes, mucho antes y en el camino, porque desde hacía meses no quedaba una mesa libre.

«Sí, eso es cierto, abajo en la villa no hay posibilidad de cenar. Y aquí tampoco, porque los hombres que salen se refugian con nosotros, incluida la corporación municipal», comentaba relajadamente una de las camareras del parador de turismo, situado en una alta colina y a pocos kilómetros de Verín.

Tenía razón: por allí apareció el alcalde, concejales, Alberto Núñez Feijoo con su disfraz y una ruidosa charanga que solo paró a la hora de alimentar el cuerpo. Pero en efecto, los hombres en Verín ni pintaron ni decidieron nada anteayer. La minoría salió a la calle transformada en provocadora fémina con abundancia de rímel y colorete, quizás el disfraz más popular entre el sexo masculino por los cuatro puntos cardinales a lo largo de la historia sin que nadie se atreva a decir por qué.

Frío, pero sin lluvia

En Verín hacía un frío de mil diablos. Se sufrió todo el día, pero no apareció la temida lluvia. «¿Y qué van a hacer ustedes toda la noche al aire libre?». Y la mujer de la muy interesante bodega Terras de Gargalo sonríe, se encoge de hombros, aclara que ella es de Verín pero que es una de las pocas que no sale y añade: «Bueno, supongo que una cerveza, un vino o lo que sea, y las ganas de fiesta?».

Verín quedó muerta a partir de las nueve y media. Auténtica ciudad fantasma: el cronista y unas pocas personas más que no se atrevían a entrar en bar alguno y hacían tiempo como podían, saltando y dándose friegas mutuamente para no perder demasiado calor corporal. Luego fue el estallido. En un cuarto de hora empezaron a abrirse puertas y a salir mujeres a la calle. «Machiño, isto parece un gineceo», le decía un muchacho -piernas depiladas y medias finas- a su colega. No se había dado cuenta de que detrás había un grupo de féminas y una de ellas, en tono seco que no admitía réplica, contestó: «¡Lárgate para a túa casa!». Desde luego, de allí se largaron ambos y a paso rápido. El cronista hizo lo propio.

La bajada de la antorchada y festiva procesión desde Monterrei por el Camino Real era esperada con cánticos espontáneos y saludos mil. Allí esperaba también doña Elena, la reina del Entroido. A esas horas estaba ya en pleno auge una tradición nacida cuando el feminismo no se conocía ni por asomo y Verín ya vibraba con los calculados y en el fondo tímidos desmanes carnavalescos de ellas.

Anduvo por allí («¡Esa non falta, oh!») a su bola la secretaria xeral de Turismo. Nadie niega ni confirma que haya danzado largas horas Txon, su brazo derecho, ni que le hubiera aplaudido a rabiar a Xosé Carlos Caneiro, el escritor local por excelencia transfigurado en pirata, y sobre cuyas espaldas recayó la responsabilidad de leer un pregón dramatizado, con recurso a las rimas fáciles y con alusiones seguidas al mundo de la política. Porque aquello fue un caos festivo donde lo único relevante era pasarlo bien. Ni crisis, ni Zapatero, ni que a Galicia el Gobierno le hubiera birlado horas antes el sorteo de la lotería jacobea hicieron acto de presencia ni se les esperaba, así que corrió -cierto es que con calculado desmán en las horas iniciales- el alcohol.

La noche avanzó, Caneiro se retiró cuando el termómetro marcaba 5 bajo cero, de Yeni M. no había ni rastro confundida entre los miles de mujeres y la discreta representación de hombres cumpliendo su sueño de vestirse de damas sin que nadie se metiera con ellos más de lo que marcaba el guión, y mañana sería otro día. Porque los carnavales siguen y no paran en Verín. Abofé.