Arte al servicio de la infancia

SOCIEDAD

El coruñés Pablo Menéndez participa en un programa de atención a 250 internos, un 10% de ellos con alguna discapacidad, en el orfanato más grande de Nepal

28 dic 2009 . Actualizado a las 17:55 h.

La historia arranca en Madrid, roza A Coruña, se decide en Londres y se desarrolla en Nepal. Vueltas de un globalizado siglo XXI que a Pablo Menéndez le ha permitido participar por primera vez en un programa de cooperación, no vinculado a ninguna oenegé y que lleva por título Arte al Servicio de la Sociedad.

Esta iniciativa solidaria surge de un grupo de investigación de la Facultad de Bellas Artes de la Complutense, a instancias de su director de escultura, José Luis Gutiérrez Muñoz. «Le conocí en un congreso en el Macuf de A Coruña, me habló de su equipo y me pareció admirable, así que, medio en broma, me ofrecí como colaborador». Unos meses después, a Pablo le llegó la invitación para participar en el proyecto de Arte en Bal Mandir, en su cuarta edición. «Esta vez se deseaba incluir en las tareas artísticas a los residentes del orfanato con alguna discapacidad de carácter severo, integrar en el proyecto a los jóvenes que en ediciones anteriores se habían quedado al margen».

Esa tarea no iba a ser nueva para Pablo, que desde hace seis años trabaja en un colegio de Londres como educador especial, tras llegar a la capital británica con una beca de creación artística. «La gente me dice: ''Que paciencia debes de tener para dar clase a discapacitados". Pero a mí me parece que hay que hacer mucha más gala de paciencia y tolerancia trabajando en un centro corriente, con lo faltos de motivación que pueden llegar a estar los adolescentes en los núcleos urbanos».

En verano se marchó a Nepal junto a un educador especial. En ese programa ha estado una buena temporada hasta su regreso reciente a Londres. La propuesta en la que participa Pablo va más allá de pintar un mural con los residentes del orfanato durante sus vacaciones. Por ejemplo, llevan a una doctora para formar a los trabajadores del orfanato en cuestiones de higiene y prevención de enfermedades. El grupo también va consiguiendo fondos para cubrir necesidades básicas de los niños, «sufragar sus estudios o apoyándolos económicamente cuando dejan el orfanato». El programa tiene continuidad, y la intención es formalizarlo a través de una oenegé, Dididai, homenaje a las mujeres que cuidan de esos internos.

Casos en el olvido

Lata sirve muy bien para explicar lo que vio en Katmandú, en el mayor centro de niños sin familia del país, en Bal Mandir. Lata y otras dos adolescentes, como ella, con parálisis cerebral yacían permanentemente en el suelo mirando el techo. «Tras preguntar, nos hablaron de una rudimentaria silla de ruedas en la que, a partir de ese día, sacábamos a pasear a Lata, la única de las tres muchachas cuya flexibilidad lo permitía», cuenta Pablo Menéndez. Pudo así participar en juegos y actividades con el resto de los otros chavales. «Una niña se acercó y nos comentó que en los catorce años que conocía a Lata, esa era la primera vez que la veía participar en algo».

Como ella, 22 de los 250 internos tienen alguna discapacidad, desatendidos por la falta de personal. Y de estos últimos, 6 están sin escolarizar. «El derecho a la educación figura tanto en la Declaración de los Derechos Humanos como en la de los Derechos del Niño, pero en Nepal no parece que haya suficientes centros educativos que atiendan las necesidades de alumnos con discapacidades más severas, lo que significa que en todo el país hay un número importante de discapacitados sin educar».