Una pequeña familia que vive en estado de excursión permanente, hoy aquí, mañana allá

La Voz

SOCIEDAD

31 ago 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

Vestidos de calle y en el microbús, los de la París de Noia son una pequeña familia que vive en estado de excursión permanente, hoy aquí, mañana allá. Al volante va Moncho, el chófer trompetista.

«A veces, es difícil explicar que te dedicas profesionalmente a esto». La que habla es Ruth, una de las dos vocalistas, la incorporación más reciente del grupo y una mujer que no te deja indiferente. Dice que esta vida nómada está bien para unos años, pero que, a la larga, le gustaría dedicarse a algo relacionado con el turismo. «¿Cómo vas a formar una familia con este ritmo de vida?», se pregunta.

Cenados y preparados, empieza el espectáculo. En el campo de la fiesta caen chuzos de punta, pero eso, si acaso, es una circunstancia, no un impedimento. Chorros de humo, metal, percusión... ¡La París de Noia está en marcha!

En dos pases de hora y media, lo que viene a continuación es un derroche de imaginación y de trabajo al servicio del disfrute. Desde el techo se descuelga una plataforma en forma de ovni; Blas, David, Ruth y Vanesa trabajan con sus gargantas, y lo mismo se convierten, como una gramola humana, en Antonio Flores que en Mónica Naranjo o en los mismísimos Village People; Yosvi mecanografía los teclados; el señor conductor hace sonar la trompeta, codo a codo con Wilson; el aliento de Miro sale al exterior a través de un trombón; los dedos de Carlos acarician las cuerdas de la guitarra; Marcos percute el timbal; Manuel se descarga sobre la batería; y Leandro hace que el saxo hable; y llueve confeti y arde la pirotecnia. Bajo sus paraguas, los de Vedra arrancan tímidos, pero acaban entregándose por completo a una noche apoteósica.