El festival de Santa Cristina fue el mayor evento musical de la historia en Galicia

Pablo Carballo
Pablo Carballo REDACCIÓN

SOCIEDAD

KOPA

El parte de incidencias se limitó a robos de carteras y media docena de intoxicaciones etílicas Según la organización, más de 150.000 almas. Cinco estadios de Riazor hasta la bandera. Tanta gente como todos los habitantes de Lugo y Ferrol juntos. Todos metidos en medio kilómetro de playa en Santa Cristina, Oleiros.

08 ago 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

Había que ver la cumbre de los poderes fácticos (el alcalde, el Xacobeo y la Guardia Civil) tratando de consensuar una cifra de espectadores. Para los de la Benemérita, 165.000 espectadores. El regidor, a partir de un cálculo de la superficie del arenal, veía sus 165.000 y subía 10.000 más. Y eso, sin contar el gentío que pululaba por el pueblo, con el que (también según el alcalde) se rozaría el cuarto de millón. Obviamente, la exactitud total del recuento es inviable, pero hay una conclusión reveladora en la que coinciden todas las fuentes: la capacidad de convocatoria de la Festa dos Mundos no ha tenido parangón en ningún otro evento musical celebrado hasta la fecha en Galicia. La anterior referencia era el concierto de Mike Oldfield en el mismo escenario en 1999. Ayer, el de las campanas tubulares fue desalojado del ránking de abarrotes por Carlinhos Brown y el resto de artistas internacionales. El buen rollo que predicaban los artistas desde el escenario contagió al público. Prueba evidente es que la llegada de semejante muchedumbre, su disfrute de horas y horas de conciertos y su marcha de regreso a casa se saldaron sin incidencias graves: apenas media docena de evacuaciones por intoxicación etílica y, eso sí, «muchas denuncias» de robos de carteras y bolsos, según certificó la policía local. Entre los motivos para explicar el histórico llenazo, varias evidencias, como el acceso gratuito o el atractivo del enclave. En lo musical, ante todo, la enorme popularidad alcanzada por Carlinhos Brown, que llegaba a Galicia en el momento cumbre de su carrera, con el público más variado que un músico pueda soñar (desde adictos a la radiofórmula hasta puristas de las músicas étnicas) y en el verano de la moda brasileira: cualquiera se ponía a contar las camisetas canarinhas reunidas en la playa. Los que las llevaban disfrutaron de la música más que los clientes de un hotel anexo: la dirección les entregó tapones de oídos, por si no querían escuchar el rugido de la marabunta.