06 feb 2004 . Actualizado a las 06:00 h.

Consideran a Pertegaz el modisto del talle fino porque vistió a las mujeres de costillar estrecho con tanta maestría que la escualidez dejó de ser una fuente de complejos femeninos para convertirse aún hoy en condición imprescindible del buen vestir elegante. Fue un cambio favorable a las flacas, y las pobres lo merecían. No había más que escuchar a la Audrey enumerando sus neurosis, decía que por sus ojos de alfiler, su cuello de Nefertiti y su pecho y caderas preadolescentes, para calibrar cuánto bien le había hecho el modisto español, dando volumen a su frágil esqueleto. Fue una revolución. Hasta los hombres, tan amigos de las curvas bien peraltadas, se rindieron ante este hallazgo de encantos intangibles e incorporaron la palabra «gorda» a su catálogo de provocaciones. Seguimos en eso. Entre los postulados estéticos imperantes y los científicos sobrepesos malísimos para la salud, las gordas sólo aspiran a perder cuatro kilos al mes, resistir como sea esa inesperada sensación de frío y, mientras no se alcance el deseado ¡índice de masa corporal!, que vaya por dios, ser observadas lo menos posible. Y nada malo ocurriría si no fuera porque la peor fragilidad no ataca a los huesos, sino al cerebro, y en ese manglar oscuro no mandan las recomendaciones de los colegas, que estás bien así, tú no te obsesiones, sino otras leyes insondables y fuera de alcance. Esto venía a cuento de la princesa vestida de Pertegaz, pero se ve que el manglar particular sigue conmocionado por la última foto de la ex de Álvarez Cascos, y otras como ella, consumidas hasta los tuétanos, no por modas, sino por desamor y enfermedad.