
En los preliminares de los premios Óscar, siempre uno de los momentos más prolíficos del año para el cine, Demi Moore se planta este fin de semana en casa, en Filmin y Movistar, con su piel rebosante de colágeno, su cuerpo tonificado y el aura de probable ganadora del premio a mejor actriz. Si quienes votan en la Academia de Cine siempre han tenido predilección por las transformaciones físicas a la hora de otorgar sus papeletas a los actores, no podrán encontrar este año una alegoría mayor, ni más encarnizada, de la metamorfosis corporal que la que plantea La sustancia, una película de horror y sobre el terror al envejecimiento que pesa sobre las mujeres cuando se acercan a esa edad en que la industria cosmética les prescribe el retinol y los pinchazos como dogma de fe.
El sentimiento de poder disfrutar en casa de los estrenos de cine recién horneados, con unas listas de espera cada vez más cortas, resulta todavía ambiguo. Muchas veces parece uno de los grandes lujos de este siglo tecnológico e hiperconectado, pero a ratos se intuye como el símbolo de una pérdida irreparable en el camino hacia el individualismo. Frente a la tentación del confort del hogar, el sofá propio y una proyección con horario a medida, las salas de cine siguen siendo ese placentero refugio donde ponerse a una misma en modo avión y poder decir con causa justificada que no está para nadie.