¿Triunfa o fracasa «The Staircase» al llevar a una serie de ficción el material de un gran documental?

I. Cortés MADRID / COLPISA

PLATA O PLOMO

HBO

Antonio Campos y Maggie Cohm llevan a su terreno en HBO este «true crime» que primero enganchó a los espectadores de Netflix

13 jun 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

¿Puede convertirse un true crime en una serie? Y lo más importante, ¿tiene sentido? Al parecer sí. Lo han demostrado Antonio Campos y Maggie Cohn. Cabe resaltar que el punto de partida de la historia era lo suficientemente atractivo como para que el proyecto fuera llevado a buen puerto, pero, aun así, la ficción lo tenía difícil: al fin y al cabo competía con las imágenes reales de un caso tan mediático como interesante. Porque The Staircase aborda el extraño caso en el que se vio envuelto Michael Peterson, un popular escritor y columnista estadounidense, que fue acusado de matar a su esposa en una de las escaleras de la enorme mansión en la que vivían. El suceso no solo fue la comidilla de Durham, la ciudad en la que Peterson se había hecho un nombre escribiendo ácidas columnas para el Herald Sun, denunciando la corrupción que había en la ciudad y especialmente en el Departamento de Policía (llegó a lanzar su candidatura a la alcaldía en 1999), sino que se convirtió en una serie documental en las manos del francés Jean-Xavier de Lestrade. Con el permiso de Peterson introdujo durante todo el proceso una cámara para registrar cómo el columnista preparaba su defensa y documentar el juicio y la vida familiar de los Peterson. El resultado fue The Staircase (sí, la ficción ni siquiera ha cambiado su título), un true crime estructurado en trece capítulos que salió a la luz en el 2004 y que Netflix, al calor de la nueva serie que acaba de llegar a HBO Max, se ha ocupado de destacar ahora en su portada.

Si en el documental unas imágenes aéreas del palacete y la voz en off de los boletines informativos de la época dando la noticia abrían la pieza, en la ficción es una pantalla en negro y la llamada que Peterson realizó aquel fatídico 9 de diciembre del 2001 al servicio de emergencias. A eso de las 2.40 horas, notablemente alterado, el columnista pedía una ambulancia tras encontrarse a su segunda esposa, Kathleen, inconsciente y tendida sobre los tres o cuatro primeros escalones de una de las escaleras de la casa y en medio de un buen reguero de sangre. Decía que aún respiraba. Unos minutos más tarde llamó de nuevo exigiendo premura, pues había dejado de respirar y parecía estar muerta.

Las primeras imágenes aéreas muestran los coches de la Policía acercándose al lugar del suceso, pero la cámara se detiene en otro vehículo, el que lleva a Todd, uno de los hijos de Peterson, de vuelta a casa, tras disfrutar de una velada prenavideña con amigos. El punto de vista cambia al interior del transporte, al tiempo que las luces de los vehículos policiales despiertan a un Todd casi adormilado. Es un plano secuencia magnífico, con el que el director muestra a los espectadores el caos y la confusión que reinan en una casa acordonada ya por la Policía, con el cadáver de Kathleen aún en las escaleras, rígida, y Peterson sentado en la cocina, en shock, hasta que finalmente comprende lo que ha sucedido y se lanza a abrazarse a su esposa, llorando desconsolado. Colin Firth está sencillamente enorme y no era fácil dar con el tono de un tipo tan peculiar, un embaucador narcisista, sin caer en la imitación y en el ridículo, navegando por un centenar de emociones distintas. Toni Collette, como Kathleen, está también brillante, dando vida a esta ejecutiva de éxito, que se aferra al alcohol para sobrellevar una existencia menos idílica de lo que parece. Cuando la Policía declara la vivienda como el escenario de un crimen, comienza una pesadilla para Peterson y la familia, que no siempre estará del lado del escritor. A medida que avanza el proceso, se van desvelando historias y secretos que el matrimonio guardaba a buen recaudo y que proporcionan deliciosos e imposibles giros en la trama, hasta el punto de que uno llega a olvidar que la serie se basa en un hecho real.

La ficción y la serie documental establecen así una suerte de diálogo, apuntando casi al metalenguaje. Esto resulta especialmente visible cuando la soberbia fotografía del trabajo de HBO Max cambia al formato de los 4:3 para representar el material que la Policía grabó y también el del documental de Jean-Xavier de Lestrade. Lo bueno de la serie es que se funde y se separa del documental a conveniencia de los autores. Y en este sentido, puede aportar cosas que a los capítulos del realizador francés se le escapaban, como la secuencia que muestra una divertida cena familiar para celebrar que Martha va a empezar la universidad; o cuando juega con los puntos de vista, poniendo en escena cómo la Fiscalía cree que fue el homicidio y cómo la defensa asegura que ocurrió el incidente. No se corta con las imágenes, por cierto, y alguna puede violentar a las personas más sensibles. Inquietante y hasta terrorífico resulta el reguero de sangre de las escaleras, que permanecerá visible en la vivienda durante todo el proceso.

 Verá el lector que se han tratado evitar dar muchos más datos acerca del caso porque los espectadores merecen sorprenderse en cada vuelta y en cada giro de los acontecimientos. Solo un consejo: si no han visto ni el documental ni la serie, opten por uno primero, el que sea, y después, cuando lo acaben, vayan de cabeza al otro. Ambos son fantásticos.