«Dopesick», relato de la epidemia que asola Estados Unidos

Iker Cortés MADRID / COLPISA

PLATA O PLOMO

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Protagonizada por Michael Keaton, la inquietante ficción de Disney+ se adentra en la adicción a los opiáceos que sufre buena parte del país

03 ene 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Son más de 500.000 personas las que han fallecido en Estados Unidos a consecuencia de una epidemia tan silenciosa como terriblemente dañina: la adicción a los opiáceos. Dopesick: historia de una adicción, la serie que Disney+ emite a través del sello que dedica a las producciones adultas, Star, recrea cómo el OxyContin, un fármaco aparentemente inofensivo procedente de los laboratorios de Purdue Pharma, llevó a una buena parte de los estadounidenses a un pozo sin fondo del que muchos jamás han podido salir.

Lo hace con abundantes saltos en el tiempo que van desarrollando un drama con toques de thriller, género policial e incluso intriga judicial. Así, la trama arranca en 1986, en un momento un tanto peliagudo para la farmacéutica. Propiedad de los Sackler, una familia de adinerados filántropos, la patente del medicamento que había salvado sus cuentas durante los últimos años, MS Contin, está a punto de expirar y necesitan una nueva estrategia.

Richard Sackler, uno de los responsables de la firma, tiene entonces una idea tan terrible como efectiva: apuesta por redefinir la idea del dolor. Asegura que se ha dejado a su suerte a los pacientes con dolor crónico, así que comienzan a desarrollar un nuevo opiáceo para tratar el dolor moderado.

Un nuevo salto en el tiempo lleva al espectador al 2005, período en el que se celebra el juicio contra la farmacéutica tras las devastadoras consecuencias del fármaco. Médicos, que acuden como testigos, relatan cómo los comerciales aseguraban que el fármaco era seguro porque solo creaba adicción en un 1 % de los casos.

Y vuelve a saltar a 1996 para relatar, con todo lujo de detalles, los primeros pasos comerciales del OxyContin en regiones de trabajo intensivo como el suroeste de Virginia, el este de Kentucky y las zonas rurales de Maine, donde se ubican los principales centros de minería, explotaciones agrícolas y forestales, y donde los lugareños se lesionan día sí, día también. Se trataba de conseguir que los pacientes cambiaran el Percocet o el Vicodin por una nueva sustancia que prometía acabar con el dolor crónico sin consecuencias.

Por el camino, la ficción expone no solo la falta total de escrúpulos de la farmacéutica, que obtuvo por parte de la Agencia del Medicamento de Estados Unidos (FDA) una etiqueta menos restrictiva para su fórmula que para la del resto de opiáceos, sino también la de los visitadores comerciales que engañaban y engatusaban a los médicos que luego las recetarían asegurando que el sistema de acción prolongada de doce horas del fármaco disuadía del abuso porque era imposible colocarse.

¿El resultado? Los médicos comenzaron a prescribirlo para un simple dolor de espalda, de muelas, de cabeza, de articulaciones o, atención, para las resacas. A uno de ellos, el doctor Samuel Finnix, da vida Michael Keaton, en un papel tan rico y lleno de matices como difícil, que evoluciona al tiempo que los efectos de la adicción comienzan a vislumbrarse en estas tranquilas regiones, marcadas por fuertes creencias religiosas, que acabaron siendo pasto de la venta ilegal y los robos y en las que la sustancia terminó convirtiéndose en la mayor causa de delitos.

Pese a las reservas iniciales ante el medicamento milagro, la buena evolución de Betsy -Kaitlyn Dever emociona con su interpretación-, una de sus pacientes, tras un accidente en la mina, le llevará a confiar en la sustancia.

Otro salto en el tiempo, en el 2002, conduce a la investigación que durante años la Fiscalía y la DEA llevaron a cabo contra el OxyContin y pone de relieve que buena parte de la Administración acabó mirando a otro lado.

Detrás de esta ficción se encuentra Danny Strong. Quizá les suene el nombre porque Strong se ha hecho un hueco en la pequeña pantalla como secundario en diversas series de ficción en las dos últimas décadas. Dio vida a Jonathan Levinson, uno de los nerds de la serie friki por excelencia, Buffy, la cazavampiros, pero también se ha puesto en la piel de personajes como Doyle McMasters en Las chicas Gilmore o Danny Siegel en Mad Men.

Otros asuntos

Con un trabajo actoral impecable y una estructura atractiva, la ficción no solo acierta al abordar la crisis de los opiáceos, también pone el foco en la difícil vida de unas comunidades a menudo olvidadas por los gobiernos y muy tradicionales, donde temas como la homosexualidad son prácticamente tabú.