«Osmosis»: ¿Soportarían los humanos un estado de felicidad permanente?

PLATA O PLOMO

El mejor capítulo de «Black Mirror» no es obra de Charlie Brooker: es una serie francesa que se puede ver ya en Netflix. La tecnología, tan práctica como catastrófica, aquí es, además, amiga

28 abr 2019 . Actualizado a las 11:32 h.

«Osmosis»: dícese de un complejo fenómeno físico relacionado con la densidad, pero también de la influencia recíproca entre dos individuos o elementos que están en contacto. Esta interpenetración -o penetración recíproca- podría ser lo más parecido al «amor verdadero», si hubiese que definir de alguna manera esta imprecisa rareza, la aproximación menos desencaminada a ese estado de gracia que se alcanza al encontrar al otro. Pero, ¿existe ese otro, ese único otro, exclusivo otro?

Cuántas veces se pregunta uno si existe, si el amor es para siempre, si la persona con la que está es realmente el amor de su vida. Sabe bien Netflix, experta en estudiar las constantes tecnológicas de sus usuarios, qué temas inquietan al individuo contemporáneo, pero es que además es esta, la de la búsqueda constante del complemento, una preocupación universal, y antigua, en la que todo hijo de vecino es capaz de reconocerse. El margen de error con este punto de partida es, por tanto, reducido: si a ello le sumamos una buena dosis de elucubraciones futuristas, personajes con buena planta y dilemas morales -mézclese y agítese bien-, resulta esta reflexión sobre el amor que consumimos, más que sentimos, en un ameno pasatiempo.

Esther y Paul son dos hermanos franceses, jóvenes, guapos e inteligentes, que han dado con un algoritmo que permite, mediante la implantación de nanorobots en el cerebro humano, estudiar las conexiones neuronales y encontrar, gracias al big data, esa codiciada media naranja . El sistema, sin margen de error, es una especie de Tinder del futuro inmediato, pero mejorado, una garantía de la conexión más perfecta en un mundo escéptico en el que los individuos tienen ya al alcance de su mano cualquier tipo de relación virtual que les plazca. Kit de VR y un novio a medida. Sesión de inmersión y sexo al gusto.

El ingenio de los Vanhove (Agathe Bonitzer y Hugo Becker, que por cierto, es calcaldo a Jamie Dornan) va, sin embargo, un paso más allá: con base tecnológica -el individuo ingiere un diminuto fármaco que libera en su sesera microscópicos androides que, más fiables que las clásicas mariposas en el estómago, son capaces de identificar enseguida al alma gemela en cuestión- funciona en el plano de lo real. Osmosis, que resulta que está en beta -con todos los riesgos que eso supone en una aventura de este estilo- promete un enamoramiento de carne y hueso. Es un Black Mirror amable, que plantea un mañana en convivencia con las máquinas, pero aún terrenal. Y qué alivio.

La serie (Netflix, 8 episodios) propone además sugerentes disyuntivas que tocan todo tipo de palos, por si uno quiere ponerse a darle vueltas al coco: desde la inteligencia artificial a las redes neuronales, la biotecnología y el biohacking, la identidad de género y la homosexualidad, la enfermedad, los recuerdos y la soledad. Por supuesto, también y sobre todo, la búsqueda del amor. De todas, hay una cuestión que mordisquea el subconsciente una vez la pantalla se va a negro: ¿Soportarían los humanos un estado de felicidad permanente? Ea. A ver cómo se come eso.