Solteras y fabulosas. Signo de exclamación. Dos décadas después, el mensaje de una serie que revolucionó la televisión merece una revisión. Porque si antes queríamos ser Carrie, hoy queremos ser Miranda
20 may 2018 . Actualizado a las 01:19 h.¿Eres Carrie o eres Miranda? Durante los últimos 20 años, mujeres de todo el mundo han entendido esta pregunta sin necesidad de más explicaciones. En series como Girls, algunas de las chicas utilizaban los personajes de Sexo en Nueva York como ejemplos para definirse. Una podía ser como Charlotte en algunas cosas con algunos sorprendentes toques de Samantha. O ser Miranda de arriba a abajo, o soñar con ser Carrie. Porque hace 20 años Sexo en Nueva York llegó para cambiar la percepción de las mujeres en la industria de la televisión. Y lo hizo con un mensaje fresco, divertido, tremendamente contradictorio y discutible, pero muy claro: una historia de mujeres hablando de sus cosas no solo podía triunfar. Podía convertirse en un icono. Y en una sociedad machista que cada poco suelta la perla de que las mujeres, en realidad, no somos tan amigas, Sexo en Nueva York recordó que sí. Lo somos. Y que esa amistad puede ser una roca. Porque tal vez las amigas sean el verdadero amor de tu vida.
LAS CHICAS, HOY
¿Qué queda de aquella pequeña revolución, dos décadas después? Su protagonista principal, Sarah Jessica Parker (Carrie), devorada por el personaje, hoy diseña zapatos, y ha vuelto a un relativo éxito en la television con Divorce. Sigue envuelta en una polémica con su compañera Kim Cattrall (Samantha). Si durante años su mala relación fue un secreto a voces, la muerte del hermano de Cattrall provocó un estallido en el que esta dejó claro que Parker no era su amiga. Kristin Davis (Charlotte) no ha conseguido relanzar su carrera y se dedica a causas benéficas. Y Cynthia Nixon (Miranda) no solo ha logrado el reconocimiento de la profesión, sobre todo en el teatro, sino que quiere ser la próxima gobernadora de Nueva York.
ESTEREOTIPOS... O NO
Capítulo piloto. Bienvenidos al final de la inocencia. Tras un arranque espectacular, se definirán cuatro ideas de mujer. Carrie Bradshaw, columnista, escribe sobre sexo, vive en un maravilloso piso de renta antigua, gasta lo que no tiene en zapatos de Manolo Blahnik y busca el Amor con mayúsculas. Charlotte York, la niña bien, puritana, clásica y a la caza del marido perfecto para compartir una perfecta vida en el perfecto piso del Upper East Side. Miranda Hobbes, abogada, cínica, inteligente y desencantada del amor romántico. Samantha Jones, relaciones públicas de éxito, sexualmente hiperactiva, abierta.
¿Clichés? Todos. Pero a medida que avanza la serie, cada una de ellas acabará dándose de bruces con todo lo que no es, y se reirá de sus contradicciones. Ese es uno de sus grandes logros. Otro, sin duda, dejar claro que las mujeres no solo tenemos sexo, sino que también hablamos de él sin connotaciones negativas. Y sin embargo, carga con una contradicción: por qué una serie que por primera vez mostraba a mujeres solteras, sexualmente activas, con buenas carreras, al final las presenta persiguiendo a un príncipe azul. ¿Por qué si habíamos puesto el signo de exclamación detrás del «soltera y fabulosa», acabamos con la sensación de que la serie lo había cambiado por una interrogación?
El mensaje se fue pervirtiendo a medida que la serie avanzaba, y sobre todo con las dos prescindibles películas, un canto al consumismo en plena crisis económica que no podía funcionar. Hoy todo es distinto, y por eso ya nadie quiere ser Carrie, que siempre fue un poco cargante. Ahora queremos ser Miranda, y no nos extraña que haya entrado en política. Ya lo sabíamos hace 20 años. Miranda for president.