«Twin Peaks, el regreso»: 18 horas dentro del universo Lynch

Paulino Vilasoa Boo
P. Vilasoa REDACCIÓN

PLATA O PLOMO

Dougie Jones, el capítulo 8, Diane, invitados de lujo. 25 años después de la serie original, en un panorama televisivo lleno de propuestas rompedoras, Lynch y Frost demuestran todavía estar un paso más allá

14 sep 2017 . Actualizado a las 15:12 h.

El regreso de Twin Peaks ha llegado a su final. Y no ha dejado indiferente a nadie. Después de años alejado de la dirección, David Lynch ha regresado con fuerza y ha vuelto a hacer de las suyas. Y el medio televisivo ha ganado con ello.

Ante el anuncio de la nueva temporada de Twin Peaks, muchos lanzaban la misma reflexión. El panorama televisivo es ahora muy diferente a cuando se lanzó la revolucionaria serie. En un mundo en el que han proliferado propuestas rompedoras, deudoras del primer Twin Peaks,  como los Fargo o el Legión de Noah Hawley, el Perdidos de J. J. Abrams y Damon Lindelof, el Leftovers de este último, o The O. A., De Brit Marling y Zal Batmanglij, ¿había espacio para las rarezas del pueblo del estado de Washington? ¿Tenían David Lynch y Mark Frost algo nuevo que aportar? La respuesta ha sido un rotundo sí.

Quienes temían (o se alegrarían) de que los aprendices se hubieran comido al maestro estaban muy equivocados. Dentro de la actual tendencia a la que ya muchos han bautizado como Weird WTF TV, Twin Peaks es el perro más verde del lugar. Y el resto de las atrevidas propuestas que han pululado por la televisión en los últimos años parecen, al lado de la obra de Lynch, productos de lo más convencional.

Lynch y Frost han ideado, con esta nueva Twin Peaks, un espectáculo audiovisual de primer nivel, una ruptura consciente de las convenciones narrativas y una historia totalmente imprevisible que se resiste a cualquier intento de racionalización.

No han vendido humo, como muchos creían de antemano, sino que han presentado a una audiencia ávida 18 completas horas de televisión (o post-televisión, o anti-televisión, según a quién se le pregunte) que darán para años de análisis, teorías e influencias en nuevos realizadores y en la propia televisión.

Ya que es imposible resumir los 18 capítulos, vamos a analizar sus principales claves, características y descubrimientos.

La anti-nostalgia

«El viejo quiere vivir de rentas», decían algunos con alma de hater cuando se enteraron del regreso de Twin Peaks y las desavenencias de Lynch con la cadena. Y vaya si se equivocaban.

En realidad, Lynch y Frost no lo podían tener más fácil. Podrían haber tomado el camino sencillo, tirar de nostalgia y dedicarse a esperar los ingresos seguros. Con regocijarse en las relaciones entre los personajes, actualizar algunas escenas que habían quedado grabadas en la retina de los espectadores y atar mínimamente algunos cabos, como estaban haciendo últimamente otras series ochenteras y noventeras (Expediente X, por ejemplo), el éxito entre el fandom estaba asegurado.

Pero el realizador decidió ser fiel a sí mismo y a la propia filosofía de Twin Peaks. Si la serie había marcado una época no había sido por su accesibilidad ni por mirar al pasado. Al contrario, la historia del pequeño pueblo había sido experimentación y ruptura de las normas televisivas en un momento en el que eso no era más que una quimera.

En los primeros capítulos del regreso de Twin Peaks, el pueblo del estado de Washington apenas se intuye. En su lugar había rascacielos, misteriosos lofts urbanos, los casinos de Las Vegas y lugares de la América profunda bastante más chungos.

Los personajes de toda la vida no pasaban de ser meros secundarios con escenas cortas, sueltas y sin apenas sustancia. Y otros, como el agente Cooper, eran versiones deformadas de lo que habían sido.

El regreso de Twin Peaks empezó siendo mucho Lynch y poco Twin Peaks. Aunque la localidad y los hechos allí sucedidos son el centro gravitacional de esta nueva obra, si lo que querías nostalgia, habías acudido al lugar equivocado.

El anti-personaje

El agente Dale Cooper es, por méritos propios, uno de los personajes televisivos más aclamados de la historia del medio. Encarnado por Kyle MacLachlan (otro actor fetiche de Lynch), el miembro del FBI se salía de cualquier arquetipo. Alegre, despreocupado, locuaz, perspicaz y con unas técnicas de investigación de lo más estrambótico, Cooper (Coopie para los amigos) conseguía insuflar en Twin Peaks un carácter diferente y magnético.

Twin Peaks no se entendía sin él. Así que, en vez de dárnoslo en bandeja, Lynch decide jugárnosla y hace que el camino hasta reencontrarnos con el verdadero agente del FBI sea un largo, extenuante y (¿quién lo iba a decir?) divertido calvario.

Después de 25 años en la habitación roja, Cooper logra regresar al mundo real bajo una nueva identidad: Dougie Jones, que resulta ser la antítesis del agente Cooper. Apenas habla, se mueve como un robot, es irritante, es sinsangre, es simplón. Y Dougie Jones acaba siendo una genialidad. El gran descubrimiento de la nueva temporada de Twin Peaks.

Este hombre fabricado es la negación de cualquier arquetipo. Acostumbrados a los individuos televisivos brillantes con capacidad dialéctica inigualable o competencia deductiva inédita que pululan por la televisión actual (los de Aaron Sorkin, David Simon o Noah Hawley), Dougie Jones se opone a todos como buena carcasa vacía que es.

Es el anti-personaje. Un sujeto sin motivación alguna que solamente consigue moverse a lo largo de la narración gracias a constantes deus ex machina. A Dougie le sale todo bien no por sus razonamientos deductivos, sino porque sí. Una fuerza superior le indica el camino, las palancas de tragaperras que tiene que bajar para ganarlo todo (Hellou!), las escaleras que tiene que garabatear en unos documentos legales, los hombros que tiene que masajear, las cosas que tiene que recoger del suelo de un coche,... Y, con ello, sobrevive a todo y a todos los que quieren acabar con él.

De algún modo, esta estrategia no-narrativa no solo acaba funcionando, sino que se convierte en una divertida aventura para el espectador. Y Dougie pasa de sacarnos de nuestras casillas a ganarse un hueco en nuestros corazones. Todos querríamos ser Dougie Jones.

Su despreocupación, la hermosa sintonía que tiene con su hijo, la desigual relación con su mujer (Naomi Watts en un inesperado papel), las alabanzas de su jefe o de sus enemigos convertidos en adoradores (Jim Belushi y Robert Knepper como pareja cómica) y las absurdas peripecias de todos los que amenazan con matarlo acaban insuflando vida a un personaje que no la tiene. O no la tenía, hasta que mete un tenedor en el enchufe.

La anti-televisión

Desde sus inicios, la naturaleza episódica de las series de televisión las hizo tener una estructura especial marcada por cliffhangers finales que buscaban enganchar al espectador. De hecho, la vieja Twin Peaks no era ajena a ello.

Pero el retorno de la serie se negó a amoldarse a esa convención. Las tramas fluyen de un capítulo a otro, los cliffhangers suceden a veces en medio de un episodio e incluso se resuelven en él y casi todos los episodios, independientemente de cuál haya sido su argumento, niegan el clímax final para sustituirlo por una actuación musical en el Roadhouse sin solución de continuidad.

Twin Peaks no busca enganchar con golpes de timón perfectamente orquestados para llamar al seguidor para que acuda la semana siguiente. Lo que busca es ofrecer al espectador una experiencia insólita e inesperada que, como una droga, le haga querer volver a experimentar algo semejante, pero siempre distinto.

Anti-narración

Si hay una norma básica en los géneros narrativos actuales es que cualquier elemento introducido, cualquier trama esbozada, cualquier personaje presentado, debe tener sentido para la globalidad de la obra. La narrativa clásica censura lo accesorio y banal en favor de lo trascendente.

Y si bien las obras de David Lynch ya suelen ser por sí mismas difíciles en la interpretación (en algunas ocasiones imposibles), el retorno de Twin Peaks va un poco más allá.

¿Quiénes son los personajes anónimos que pululan por el Roadhouse? ¿Quiénes son las personas con nombres propios a las que no paran de mencionar una y otra vez? Quizás nunca lo sepamos, porque la serie termina sin dar una explicación a lo que parecía de capital importancia para la obra.

En este aspecto, son llamativas las primeras escenas que recuperan a uno de los personajes más deseados por la audiencia: Audrey Horne, que parece atrapada, en sus primeras escenas, en una versión lynchiana del Ángel Exterminador de Buñuel.

La hija de Ben Horne quiere ir al Roadhouse a buscar a su amante Billy (uno de esos personajes a los que nunca conocemos) y, por alguna razón, necesita que su marido la acompañe, algo que no resulta especialmente fácil.

Paz interrumpida, sentimientos exagerados

Es una constante en Lynch, ya desde sus primeras películas. En su arranque más recordado, el de Terciopelo Azul, Lynch nos muestra la inquietante normalidad de un barrio residencial estadounidense. Verjas y porches perfectos, bomberos que saludan con exagerada felicidad y niños que cruzan de forma ordenada las calles, mientras suena la apacible y romántica Blue Velvet de Bobby Vinton.

De repente, la paz se quiebra cuando un hombre que riega su jardín se desploma en el suelo. Un perro bebe con rabia del chorro de agua mientras un bebé se introduce caminando en la escena. La cámara se acerca al césped y, allí, debajo de ese mundo aparentemente bello, perfecto y ordenado, cientos de bichos se amontonan entre sí en una lucha por la supervivencia más cruel.

Para Lynch, debajo de la perfección de un pueblo, de Hollywood o de un hogar se esconde siempre un mundo terrible y cruel. Bajo el orden impostado al que obliga la sociedad se ocultan nuestros instintos más primarios y atroces. La felicidad absoluta, parece decirnos Lynch, siempre tiene algo podrido.

La idea de ese mal oculto es la constante de su obra. Y en Twin Peaks, la primera deudora de su Terciopelo Azul, no lo es menos.

Si el anciano Harry Dean Stanton se sienta en un banco del parque en un día precioso y luminoso mientras una madre juega a pillar a su hijo, quien conozca a Lynch sabe cómo va a acabar. Si dos adolescentes se dan un casto beso de amor a las puertas de su casa, Lynch no nos va a permitir saborear mucho tiempo esa felicidad. La inocencia va seguida, inexorablemente, de un repentino y casual acontecimiento traumático que la aniquila.

Diane

«Fuck you» («Jódete») es la carta de presentación de uno de los personajes más enigmáticos de la primera Twin Peaks. Diane, la persona a la que Dale Cooper se dirige en sus grabaciones durante las investigaciones, tiene la cara de Laura Dern, una de las grandes musas de Lynch.

Es el reencuentro entre MacLachlan y Dern desde la aclamada Terciopelo Azul, donde eran una puritana pareja de chavales.

Diane tiene una personalidad compleja y directa, deslenguada y pasota. Es, junto a Dougie Jones, el mejor nuevo personaje de este regreso de Twin Peaks. Y ayuda, además, que esté marcada en todo momento por la sombra de la duda, con esos mensajes en clave al Cooper malo.

La Diane hiriente que conocemos resulta ser, sin embargo, una tulpa, es decir un ente creado para hacer de sustituto de la persona real. Y la Diane de verdad aparece poco después. Pero llegado ese punto, ya nos da igual. Nadie nos quita lo que ya habíamos disfrutado de las borderías del personaje interpretado por Dern.

El capítulo 8: El origen del mal

El octavo capítulo de la tercera temporada de Twin Peaks es el culmen de la temporada. Ha  pasado, automáticamente, a la historia de la televisión por razones más que merecidas. Es el mito de la creación del mal, el reverso terrible  de ese religioso origen del universo narrado por Terrence Malick en El árbol de la vida o del amanecer de la humanidad contado por Kubrik en 2001: Odisea en el Espacio. La constatación de que, contrariamente a lo que muchos creían, David Lynch no se estaba durmiendo en los laureles.

El invitado musical en el Roadhouse es nada menos que Nine Inch Nails. Pero, a diferencia de lo que es habitual, su actuación sucede poco después de empezar el episodio, al que divide en dos. Hay una razón. Se avecina una experiencia audiovisual de primer orden.

La acción se traslada al desierto de Nuevo México y, en una estética deudora del Génesis del fotógrafo Sebastião Salgado, explota, a cámara lenta y en todo su detalle, una bomba atómica. Estamos presenciando la primera prueba nuclear de Estados Unidos, en el verano de 1945, semanas antes de los infames ataques a Hiroshima y Nagasaki. La música de la escena, Threnody to the Victims of Hiroshima, de Krzysztof Penderecki, no deja margen a la interpretación.

Es uno de los momentos más terribles de la historia de la humanidad. Y su germen está en el ensayo de Nuevo México. Ya no hay marcha atrás, la mezquindad humana ha abierto el portal para la criatura que es el mal en sí mismo, y que en la serie conocemos como Bob. Todo esto narrado con una sucesión de impresiones visuales que recuerdan al videoarte del primer Lynch.

En otra dimensión, con estética heredada de las películas de Méliès o de la Lotería de Navidad, según a quien se pregunte, el Gigante y la Señorita Dido se enteran de la llegada del ente perverso y, como antídoto, lanzan un orbe dorado con lo que parece la esencia de Laura Palmer hacia la Tierra.

Años después de la prueba nuclear, dos adolescentes regresan juntos a casa y, antes de despedirse, se regalan un dulce e inocente beso en los labios. Tratándose de Lynch, se presagia que tras la belleza de cine clásico de esta escena se avecina lo peor.

En efecto, llega uno de los instantes más terroríficos de la temporada. Un mendigo con la cara pintada de negro azabache entra en la emisora de radio de la localidad y, después de pedirles fuego a sus trabajadores (con un incesante y terrorífico Gotta light? -¿Tienes fuego?), les aplasta el cráneo con las manos desnudas. My Prayer, de The Platters, se interrumpe para dar paso al funesto discurso de este terrible hombre, que provoca el desmayo de todos los oyentes.

Es el profeta que anuncia la llegada del Mesías del Mal, que solo trae cosas terribles a la Tierra. Un ser apocalíptico, mitad rana, mitad cucaracha, que acaba de nacer en pleno desierto, se asoma por la ventana entreabierta de la chica enamoradiza que acaba de dar su primer beso. La inocencia ha llegado a su fin. En su boca entra la criatura recién nacida. Y la pantalla funde a negro.

Invitados de excepción

Sin duda, los trapicheos de Jacques Renault dan para mucho. Porque, de lo contrario, no hay forma de explicar cómo ha conseguido tremendo cartel de conciertos para su bar de carretera. Por el escenario del Roadhouse pasan nada menos que Nine Inch Nails (que con su rock industrial siempre han encandilado a Lynch), Chromatics (de un adecuado sonido onírico, susurrante y deudor de lo ochentero), Au Revoir Simone, Sharon Van Etten o Trouble (grupo compuesto por el rockabilly lynchiano Alex Zhang Hungtai, el propio hijo de Lynch y uno de los colaboradores habituales del director, Dean Hurley).

Si en el campo musical los cameos son destacados, en el terreno interpretativo no lo son menos.

Naomi Watts vuelve a ponerse ante la cámara de Lynch de nuevo tras su papel en Mulholland Drive, que la lanzó a la fama mundial. Lo hace como Janey-E, la esposa de Dougie Jones, irritable e insistente con su marido hasta que descubre, juguetona, lo en forma que está para su edad.

No menos destacable es el cameo de Monica Bellucci como ella misma en uno de los sueños de Gordon Cole, el personaje interpretado por David Lynch. Puede que no venga a cuento, pero está la Bellucci filmada por la cámara del de Missoula. Más que suficiente.

Y no podemos olvidarnos de Michael Cera, que interpreta al hijo de Andy y Lucy y que, por alguna razón, se cree un Marlon Brando de la vida, que lanza una perogrullada pseudoprofunda tras otra ante la mirada orgullosa de sus padres y la atónita (igual que la nuestra) del sheriff Truman. Su apariencia de loser mezclada con su look de motorista de vuelta de todo no puede ser más patética. Pero esto es Twin Peaks. Y funciona.

Amanda Seyfried, por su parte, interpreta a la hija de Bobby y de Shelly, metida en una horrible relación de dependencia con su drogadicto novio. Su personaje está desaprovechado, pero la joven protagoniza una de las escenas más evocadoras de la serie, cuando, hasta arriba de drogas, mira al cielo en el descapotable que conduce su amante.

Quienes nunca llegaron a verlo

El regreso de Twin Peaks 25 años después también ha dejado lugar para la tristeza, por todos aquellos actores que no han podido llegar a ver el retorno de la serie a la televisión.

Dos de ellos, de hecho, sí llegan a participar en esta nueva entrega, como el caso de Catherine E. Coulson, la actriz que da vida a Lady Leño, o Miguel Ferrer, que hace del inolvidable agente del FBI Albert.

David Lynch le dedica a la mujer inseparable de su tronco una emotiva despedida final. Pero el siempre malhumorado Albert, que sí consiguió acabar de rodar toda la nueva temporada.

Frank Silva, el actor que da vida a Bob, el gran ente maligno de Twin Peaks, también había fallecido muchos años atrás, en 1995, a causa del sida.

Quien tampoco pudo llegar a grabar ni una sola escena fue David Bowie, que tendría que haber dado vida de nuevo a Philip Jeffries, un agente del FBI perdido que es mencionado una y otra vez a lo largo de la nueva temporada y que es sustituido por una extraña máquina de vapor.

Badalamenti: el baile de Audrey y el tema de Laura Palmer

Que Lynch no se rinde a la nostalgia no es del todo cierto, aunque realmente se hace esperar y solo aparecen pequeñas píldoras melancólicas de vez en cuando.

En los primeros capítulos, y salvo el tema de los créditos iniciales, la onírica música de Angelo Badalamenti, omnipresente en la serie de los años 90, ni se intuye.

Poco a poco, sin embargo, los acordes de sus exquisitas composiciones van apareciendo sibilinamente cuando menos nos lo esperamos.

El primer momento destacado resulta tan anticlimático como patético, sin lugar a dudas a propósito. Bobby, ahora oficial de policía, llega a la sala de reunión y ve allí la fotografía de Laura Palmer. Suena el tema homónimo, una de las mejores creaciones de Badalamenti. Y Bobby, emocionado, rompe a llorar exageradamente, provocando más desasosiego que empatía por parte del espectador.

Otro gran momento de la música de Badalamenti supone también el esperado regreso de lo que tanto nos gustaba de Audrey Horne. Ya en el Roadhouse (¡por fin!), el maestro de ceremonias anuncia el hipnótico tema Audrey’s Dance. Y la mujer empieza a bailar delante de todos los allí presentes con esos movimientos hipnóticos y libres que había demostrado en su juventud. Lynch se recrea en sus gráciles vaivenes hasta que, como es habitual en él, una pelea repentina destroza la calma. Audrey acude a los brazos de su irritante esposo y, de repente, se despierta mirándose a un espejo en una habitación blanca. ¿La razón? Nunca ha sido explicada, pero hay teorías por un tubo.

El último instante Badalamenti destacado sucede en el penúltimo capítulo. Es la escena con los que a muchos le habría gustado que acabara la serie. Laura Palmer, momentos antes de morir y después de traer a su amante James por la calle de la amargura, se pierde en el bosque, superada por los acontecimientos de su vida.

Jacques Renault, Leo y Ronette Pulaski la esperaban para ir a una fiesta privada donde acabaría su vida. Pero, por el camino, se encuentra con un Dale Cooper que la coge de la mano para salvarla. Suena el tema de Laura Palmer, y la historia original de Twin Peaks se deshace. Nadie encuentra su cuerpo muerto, porque no hay cuerpo que encontrar. ¿Se ha reescrito la historia?

Lo lynchiano, omnipresente

El universo Lynch no deja de sobrevolar en todo momento la narración que ha orquestado el de Missoula junto a Mark Frost.

Aquí hay, como siempre en Lynch, doppelgängers. Algunos son personajes reales, otros solo tulpas (receptáculos con la forma de otra persona). Kyle MacLachlan llega a interpretar a tres papeles diferentes, muy diferentes: el despiadado Mr. C, que es el cuerpo de Cooper bajo el control (y la estética) del espíritu maligno Bob; el cascarón Dougie Jones, y el propio agente Dale Cooper.

También Laura Dern se hace con el control de dos personajes diferentes, dos Dianes, una impostora y la otra atrapada en el cuerpo de una mujer japonesa sin ojos.

Sherilyn Fenn da vida a una Audrey que poco tiene que ver con el persuasivo personaje de antaño y que parece dependiente por completo de su marido, hasta que despierta de su sueño, sin maquillaje y en una habitación blanca, pero más llena de personalidad.

Y Sheryl Lee, la gran Laura Palmer que también había interpretado a la prima de esta, sorprende en en el capítulo final de este Twin Peaks su nueva vida como pueblerina texana.

Como siempre en Lynch, aquí hay paisajes oníricos y lugares extraños: la tienda de conveniencia en la gasolinera, que esconde el lugar donde se reúnen y viven las criaturas sobrenaturales; la extraña vivienda en medio de un mar oscuro y bravo en el que parecen residir el Bombero y Señorita Dido,...

Como siempre en Lynch, aquí hay momentos que parecen no venir a cuento, pero que importan: esa divertida e irritante escena en la que un niño dispare accidentalmente un arma y, mientras la la Policía investiga, una mujer toca furiosamente el claxon; cualquier escena que implique a Dougie Jones, como la de la tarta de cerezas ante los mafiosos; la escena de la muerte de los sicarios ante la casa de Dougie; el chico del guante de hierro; la conversación de un loco con su pie exógeno,...

Como siempre en Lynch hay cariño hacia sus personajes de toda la vida: la redención de la siempre exasperante Lucy cuando salva a los suyos en el momento más delicado; la declaración de amor (¡por fin!) entre Norma y Ed; o ese mágico instante en el que, por un instante, unas notas de piano parecen despertar a Cooper de su prisión en el cuerpo de Dougie Jones,...

Como siempre en Lynch, y en Twin Peaks, aquí siempre hay electricidad. La terrorífica e inquietante electricidad que hace de camino entre dos dimensiones.

Muchas incógnitas

El paradero de Audrey, la nueva Laura Palmer que trabajaba en el misterioso Judy’s, ese nuevo Twin Peaks donde la casa de la chica fallecida está ocupada por gente desconocida, la posible reescritura de la historia del pueblo,... Son incógnitas que la tercera temporada de Twin Peaks deja sin resolver.

¿Volverá David Lynch a sumergirse en el famoso pueblo una cuarta vez? ¿O es que las respuestas están diseminadas en estas 18 horas de televisión, escondidas en pequeñas pistas que solo salen a la luz después de muchos visionados?

La nueva Twin Peaks acaba con un grito desesperado de una Laura Palmer que no parecía ser ella hasta ese momento. Una voz terrible la llama desde dentro de ese hogar que ya no es de su familia. Se acaban 18 de las mejores horas que ha dado la televisión. Y que, sin duda, será el germen y obsesión de muchos nuevos realizadores.

Decía Brian Eno, sobre el álbum The Velvet Underground & Nico, que ese disco lo habían comprado 10.000 personas, pero todas ellas habían montado una banda. Puede que no haya sido una mayoría la que haya disfrutado de este desquiciante viaje por el universo Lynch. Pero quizás de ellos salgan una nueva generación de creadores televisivos.