Antonio Molares, el vidriero que empezó y se jubiló con el Derby

Andrés Vázquez Martínez
Andrés Vázquez SANTIAGO

VIVIR SANTIAGO

Cristina y Antonio Molares en su taller de Vigo.
Cristina y Antonio Molares en su taller de Vigo. XOAN CARLOS GIL

La técnica no ha variado desde el Medievo y él, junto a su hija Cristina y en su empresa Vidrieras Cosmo, es de los pocos expertos en esta arte que quedan en todo el Estado

22 mar 2023 . Actualizado a las 23:59 h.

Llevan viendo pasar la vida en Compostela desde hace casi un siglo, siendo una ventana abierta a la plaza de Galicia, uno de los centros de actividad más importantes de la ciudad, al tiempo que iluminaban la escena cultural e intelectual de Santiago y de Galicia. Las vidrieras del café Derby son todo un símbolo y por eso seguirán asomadas al nuevo proyecto hostelero que nacerá en el espacio donde antes estaba su café, Morriña, la cervecería en la que se convertirá el legendario local.

Se asegura de que sigan coloreando con luz este nuevo negocio una empresa especializada solo en vidrieras, como es la viguesa Cosmo. Su maestro, Antonio Molares, reparó en profundidad las vidrieras del Derby hace unos meses y no era su primera vez haciéndolo, pues allá por 1975 la compañía en la que estaba contratado, La Belga, ya trabajó en este mismo cometido, cuando él todavía era aprendiz. «Eu debía de ter uns 20 anos, non máis, porque entrei no oficio como con 16. Agora, con 64, retírome con elas entre mans outra vez».

La Belga, donde Antonio desempeñaba sus funciones, lo tuvo a sueldo hasta 1988, cuando cerró para siempre. Salieron de sus talleres piezas muy especiales, nuevas y tras ser restauradas, «pois era a gran fábrica de Galicia», aunque también recuerda momentos duros, «como as veces que tivemos que saír á rúa a loitar polos nosos dereitos, que pouco a pouco e entre todos os traballadores fumos conseguindo». Puesto punto final a La Belga, Antonio Molares y su maestro Manuel Costa fundaron la empresa que hoy perdura, vidrieras Cosmo, en el mismo sitio donde sigue, el bajo de la casa de Antonio.

La vidriera resultante vista desde dentro.
La vidriera resultante vista desde dentro. Andrés Vázquez

Tanto por el obrador como por la fábrica han pasado grandes piezas artísticas, aunque también otras donde pesa más el valor sentimental que otra cosa. Es el caso de las vidrieras del Derby, «que son famosas, queridas, compoñedoras da identidade de Santiago… Pero especiais tampouco, xa que non teñen nada estraño», revela el artesano vigués. Su gran elemento diferenciador es, por supuesto, la historia de su local, «que fuxe do cotián porque non é nin unha igrexa nin unha casa privada, onde acostuman estar as vidreiras que tratamos na maior parte das ocasións».

En cualquier caso, hoy, a pocos meses de jubilarse y con su segundo «Derby» a las espaldas, Molares señala que la técnica a emplear es la misma, que el mimo es el de siempre y que la pasión también sigue intacta: «Antes era con leña, agora con electricidade, pero todo segue a mesma técnica manual. Este modo tradicional de traballo co que operamos permite facer rostros, sombras e texturas que son imposibles de igualar con xeitos modernos». Con esta misma manera clásica sigue haciendo Antonio Molares vidriera nueva, así como su hija, Cristina Molares, que lo acompaña en el taller y que, además de trabajar como decoradora, se anima con sus primeras creaciones artísticas en vidrio a través de su propia marca, Anacos de cores, toda una renovación con el origen de siempre.

Son de los pocos expertos que quedan en todo el Estado y también en Galicia dentro de la variante artesanal de trabajo, «que permite ao resultado final ser algo máis ca unha serie de cristais de cores ensamblados». En su taller se lleva a cabo todo el proceso: «Para unha peza nova comezamos cun esbozo, á man, que sente as bases do que vai ser a vidreira final. Con esa base faremos un debuxo a tamaño real, xa máis logrado, para logo facer as plantillas cun papel dun grosor elevado que vai servir para cortar os videos a medida. Estes, logo de obter a forma pautada, encáixanse e píntanse, marcando as liñas das contornas con óxido de ferro para despois cocerse. Rematado o proceso e con todo xa ben firme, pasaráselle a esa vidreira que vai tomando forma unha capa de grisalla, capaz de darlle volume quitando luces. Tras iso solamente queda volver a meter no forno as veces que sexan necesarias para que todo quede como desexamos».

Lo que diferencia una vidriera artesanal de una industrial es precisamente esa cadena de cocciones, «pois no proceso industrial que se fai hoxe na maioría das instalacións en fogares tan só se colocan as pezas unha detrás da outra, sendo estas cristais tintados da cor desexada e nada máis. Non hai texturas, non hai volumes, só un conxunto plano de cores».

Para hacer una restauración, captar esos toques diferenciales es lo más difícil. «É necesario meterse na mente do mestre que fixo de primeira a vidreira, saber ler como o fixo e o que buscaba transmitir, para así poder achegar o máis posible a nosa reparación á peza orixinal». Hacerlo es todo un reto, pero el resultado puede ser maravilloso. Antonio considera que la vidriera es la gran olvidada en la mayoría de las restauraciones de edificios, «primando a pedra, sobre todo». A ello se suma el gran desconocimiento sobre el producto en sí, «que incluso certos arquitectos ignoran, chegando máis de un a sorprenderse cando visita o noso taller e ve o artesanal que segue sendo todo».

El fotógrafo los cogió en plena jornada de trabajo, no hay duda.
El fotógrafo los cogió en plena jornada de trabajo, no hay duda. XOAN CARLOS GIL

Esto ha sido así incluso en catedrales, como las de Castilla, que a ojos de Antonio «teñen moitas pezas fermosísimas caendo». La de Santiago no es una excepción y para ella trabajó el maestro Molares, todavía en sus años de La Belga «facendo algunha simetría nas capelas». Destaca del templo compostelano un San Fernando que hay al lado de la recién cerrada Puerta Santa, aunque también la restauración que hicieron en la Corticela, «e neste caso para mal, pois na miña opinión esa vidreira moderna non ten nada que ver coa estética da igrexa… Pasan estas cousas cando se acorda o deseño nun despacho e non sobre o terreo ou nun obradoiro». 

Ellos han recibido el encargo de las vidrieras del Derby por lo especial que es la técnica que emplean, pero la restauración de todo el local lleva meses en proceso. Las encargadas de coordinar la operación son Ana Abella y Yolanda Porto, socias fundadoras de Fráxil, una empresa cuyo taller de Bonaval ejecuta proyectos de restauración de todo tipo. Por sus manos, tal y como ha contado no hace mucho La Voz, han pasado desde las instalaciones del viejo Derby hasta piezas provenientes del antiguo Egipto, sin desdeñar pinturas u otras piezas que se encuentran a lo largo y ancho de la capital de Galicia.

Mirada al futuro

«Eu teño rexeitado traballos porque cos orzamentos que se daban era imposible facer unha boa labor», señala Antonio Molares. Bajo su punto de vista, si no hay una apuesta decidida por la conservación correcta de las vidrieras será imposible sobrevivir como sector en el futuro. En este sentido tienen mucho peso las Administraciones públicas, propietarias junto a la Iglesia de infinidad de edificios que iluminan de colores su interiores gracias a los conjuntos de vidrieras.

Señala Molares que en otras regiones del Estado, como en Cataluña, los maestros están mucho más cuidados por parte de las instituciones. Bajo su punto de vista las vidrieras forman parte de la cultura y representan una forma de arte como cualquier otra y no una variante artesana, como está considerada ahora mismo. Además, el futuro es imposible sin reposición de edad, algo que no se crea en industrias abandonadas y que están abocadas al fracaso. 

Para que eso no ocurra, Antonio Molares pone de ejemplo la escuela de cantería que creó hace un tiempo la Diputación de Pontevedra como un modelo a seguir también en su gremio, «porque demanda de vidreiros hai, cando menos fóra, que eu estou en grupos de redes sociais con mestres de toda Europa e vexo que están contratando e buscando xente nova para meter de aprendices», apunta Cristina.

Cristina Molares, subida a una escalera y en plena acción mientras se instalan las vidrieras en el local que dará vida a la cervecería Morriña.
Cristina Molares, subida a una escalera y en plena acción mientras se instalan las vidrieras en el local que dará vida a la cervecería Morriña. Andrés Vázquez

La apuesta de Cristina

Sin salirse de las técnicas de toda la vida, que la han acompañado «desde os cero anos de idade», Cristina Molares se abre hueco en el mercado con diseños nuevos y formas de sacar partido a la vidriera que se salen de lo clásico. «Hai moito máis percorrido para a vidreira que tan só a iluminación de edificios, xa sexa innovando con técnicas importadas dende o estranxeiro como con xeitos de traballo de toda a vida pero acabados novos», señala Cristina Molares, que ya ha comenzado a vender sus creaciones modernas en mercados de artesanía. Para ella, estos representan un modo de «democratizar a vidreira, que estivo moitos anos asociada á igrexa pero non ten por que seguilo estando e pode achegarse a deseños máis minimalistas que unha porta ou unha gran fiestra».

Pero no solo eso, sino que es la propia Cristina quien ejerce como ayudante de su padre para los trabajos de gran formato, en los que dos manos son hasta pocas. «Dame pena que o taller desapareza trala xubilación do meu pai, polo que espero poder seguir con el aberto aínda que manteña o meu posto como decoradora. Estou segura de que se pode compaxinar un trato tradicional nas restauracións dende Cosmo con novas ideas e creacións, que aportan modernidade, dende a nova marca que estou desenvolvendo, Anacos de cores».