Las mejores anécdotas de Cineuropa: de las carreras de directores como Federico Luppi por la zona vieja de Santiago al mayor fenómeno fan que vivió el festival

VIVIR SANTIAGO

El director del certamen, José Luis Losa, evoca las infinitivas vivencias de 36 años. ¿Por qué se hacían colas dobles?; ¿qué pasaba en los maratones?

17 nov 2022 . Actualizado a las 08:00 h.

Desde hace ya 36 años son muchas las señas de identidad del Festival Cineuropa, un certamen, con el mejor cine independiente, que, salvo en 1995, cuando una remodelación en el Teatro Principal lo impidió, siempre llega a Santiago cada noviembre -en ese año, y para hacer más liviana la espera hasta el siguiente, se celebró una miniedición en enero de 1996-. Durante décadas, sobre todo en los 80 y 90, las largas y pacientes colas a lo largo de la Rúa Nova, y hasta llegar al Teatro Principal, se convirtieron en foto fija de las estampas de Compostela. Ningún universitario quería perderse las proyecciones de Cineuropa y no dudaban en esperar pacientemente durante horas, con bolsas de comida o latando a la universidad, para ver esos filmes independientes que no podrían ver en otra sala de cine. 

«Son muchos años, con espectadores jóvenes. Nos tiene pasado de todo», comenta riendo su director, José Luis Losa, quien se mantiene al frente de la iniciativa desde 1987 y a quien se debe gran parte del mérito del festival. «Algo que me alegra es ver que desde hace poco se está rejuveneciendo. El porcentaje de estudiantes había bajado, también por la propia transformación de la ciudad. Venía gente que había empezado con 20 años y ahora tiene sobre 45. Pero en la edición actual -que concluye el domingo día 20-, son muchos jóvenes», celebra Losa al acceder a repasar las vivencias, también las menos conocidas, de un festival que, más allá de la pandemia, fideliza a más de 30.000 cinéfilos.

Doble colas y efecto fan con Eduardo Noriega

El actor Eduardo Noriega junto al director Vicente Aranda en el festival Cineuropa del 2007
El actor Eduardo Noriega junto al director Vicente Aranda en el festival Cineuropa del 2007 PACO RODRÍGUEZ

«Si hay algo que muchos recuerdan y con lo que se identifica a las primeras décadas del festival son las colas, que hasta eran dobles. No sé si la gente de ahora lo entendería...», evoca divertido Losa. «Hasta el año 2007 las entradas no se vendían numeradas. Había una primera cola para conseguir una de las butacas, que se agotaban, y después, una segunda para conseguir un buen lugar», precisa. «Al ver ahora cómo la gente entraba, me parece increíble que alguien no se haya matado. Subían a la carrera, como en estampida. En ese momento el público aún era muy joven...», reflexiona. «Nunca pasó nada; lo más cerca que estuvimos fue cuando en el 2007 vino Eduardo Noriega, que protagonizaba la película Canciones de amor en Lolita´s Club, de Vicente Aranda, el director premiado ese año. El de Noriega fue uno de los fenómenos más tipo fan que tuvimos en Cineuropa. Hubo una chica que hasta se cayó en una escalera, pero no le pasó nada», señala sorprendido.

Éxito de Ken Loach, hasta desde palcos con poca visibilidad

SANDRA ALONSO

«Ahora, y aunque se llenan las salas, es difícil colgar, de forma literal, el cartel de ‘no hay entradas'. Pero hace 25 años, cuando aún no estaba extendido Internet, ni había plataformas, y en Santiago aún no había cines que emitiesen películas en versión original, Cineuropa era casi la única oportunidad para ver ciertas películas. La gente decía: ‘o la veo ahora, o ya no la veo'», continúa al explicar que, a pesar de la escasa visibilidad de ciertas zonas, como el anfiteatro del Teatro Principal o algunos de sus palcos, siempre se llenaba. «Sucedía, por ejemplo, con las del director Ken Loach, en su mejor etapa. Lo del público con él era increíble. Siempre estaban a tope sus películas», evoca sin titubeos.

El cineasta Ken Loach en Santiago en el año 2007
El cineasta Ken Loach en Santiago en el año 2007 XOÁN A. SOLER

¿Cuáles fueron las películas más votadas?; ¿cuál tuvo un pase extra?

El director de Cineuropa aclara que, a pesar del éxito de Ken Loach y de sus recordados filmes, como Mi nombre es Joe o Pan y rosas, estas películas no se auparon en estos 36 años a entre las más votadas por el público en las calificaciones que realizan al finalizar cada pase. «Nunca se dio el caso de que una película lograse un 10. A nivel estadístico supondría que todos los espectadores estuvieron de acuerdo», menciona. «Pero sí hubo dos o tres filmes en los que la unanimidad fue aplastante ya que solo debió haber tres o cuatro personas que disintieran. Fueron Orlando, dirigida por Sally Potter, y basada en la novela homónima de Virginia Woolf, y Sostiene Pereira, una de las últimas películas que protagonizó Marcello Mastroianni», rememora.

Otro gran éxito fue La vida de los otros, de Florian Henckel. «La película llegó en el 2006 a Santiago inmediatamente después de su estreno en Alemania. Se llevó el premio del público y fue la única vez que hicimos un pase extra», remarca. 

A la carrera por la zona vieja con los directores Manoel de Oliveira o Federico Luppi

«Nunca conocí a un premiado en Cineuropa que quisiese quedarse al pase de su película. Alguno pudo querer ver cómo arrancaba la proyección, el encuadre, pero no esperaban más allá del comienzo. Es más, cuando se lo comentabas por educación, decían: ‘no, por favor'», aclara sin perder la sonrisa al rescatar más hábitos que cambiaron a lo largo de los 36 años de historia del festival. «Lo que hacíamos era llevar a los directores a cenar durante el pase y hacer que regresasen antes de que llegase el the end, se encendiesen las luces y se iluminase el palco donde deberían estar, para que la gente los aplaudiese», confiesa.

Federico Luppi recibe el homenaje de Cineuropa en el 2002
Federico Luppi recibe el homenaje de Cineuropa en el 2002 ALVARO BALLESTEROS

«El problema estaba en que aunque calculases el metraje de la película y supieses que si duraba 96 minutos tenías que salir del restaurante sobre el 80, en ocasiones, al cenar en un grupo grande, con el homenajeado, su pareja, y gente como el director de la Filmoteca nacional, era difícil movilizarlos», confiesa. «Recuerdo como un clásico lo de correr desde el sitio donde cenábamos, que no era lejos, por la zona vieja, hasta el Principal y claro, tenías que vernos, por ejemplo, con el director portugués Manoel de Oliveira, que en el 2003 tenía 95 años a la carrera. O con Federico Luppi, o Pepe Sacristán», remarca. «Un año no llegamos. Se iluminó el foco y no había nadie. Entonces, decidimos eliminar eso, más que nada por amabilidad al homenajeado, para liberarle de esos apuros», subraya sonriendo. 

 Un homicidio de cine en la vida real

«De todo lo que viví en Cineuropa, nada fue parecido a lo que presencié en el 2014, cuando recibió el premio el director Nils Malmros, un gran clásico del cine de Dinamarca, aunque desconocido aquí. Ese año fue candidato al Oscar con su obra maestra Sorrow and Joy -Tristeza y alegría-, en la que narra, de forma ficcionada, y autobiográfica, cómo su mujer, que sufre un trastorno maníaco-depresivo, acabó con la vida del hijo de ambos, que tenía meses. A mí me impresionó su carrera y, sobre todo, este estriptis personal», señala aún sobrecogido.

«El director nos comentó que venía a Santiago con su mujer y todos dimos por hecho que era con una segunda esposa. No imaginamos que sería la misma», aclara. «Nos comentó que ella solo había visto la película una vez y, aún así, fue al pase. En primera fila estábamos, junto a ellos, entre otros, la concejala de Cultura o yo. Fue tremendo. No olvido la sensación de incomodidad al pensar lo que podría estar sintiendo ella al ver esa escena en la que se duchaba a la niña. Tú sabías cómo terminaba todo...», destaca.

La incomprensión de Vicente Aranda

Aún sobre directores, José Luis Losa deja claro que él siempre fue un gran entusiasta de la obra de Vicente Aranda, un cineasta, de larguísima trayectoria, fallecido en el 2015 y que en el 2007 ya viniera a Cineuropa a recibir uno de los premios del festival. «En ese año había estrenado Canciones de amor en Lolita´s Club, la película protagonizada por Eduardo Noriega y en la que una chica muy joven intenta ‘animar' a alguien de cierta edad. Creo que ese momento su cine había envejecido y pienso que ya le dimos el galardón tarde», confiesa Losa. «El problema llegó dos años después, cuando volvió con Luna caliente y, en un coloquio en el Teatro Principal, aludió ante el público a 'una fantasía de las mujeres de ser violadas'», recuerda. «Se montó un follón, el público estaba alterado. Y me acuerdo que la periodista Tareixa Navaza, una clásica de Cineuropa, tuvo una intervención muy prudente. Calmó los ánimos, pero también le dijo: ‘Señor Aranda, yo, que soy una gran admiradora de su cine, tengo que decirle que creo que está usted equivocado'», recuerda Losa. «El salió demolido, sin comprender todo lo que se había formado», recuerda Losa.

De madrugada cambiando la bobina

José Luis Losa rescata otro de los hábitos del festival que, a día de hoy, sorprende. «Durante años el último turno de las películas era a las 00.00 o 00.30 horas y, aunque pueda parecer lo contrario, iba mucha gente. Casi era prime time», bromea. «Recuerdo, por ejemplo, lo que sucedió con La mirada de Ulises, de Theo Angelopoulos (1995), en unos años cuando aún se emitía en formato de 35 mm. La película, de tono apocalíptico, duraba más de tres horas. Y teníamos un problema con el proyector del Teatro Principal. Cuando las películas duraba más de tres horas, había que cambiar la bobina durante el pase. Y ahí nos ves, a las 02.45 horas de la mañana, con el teatro lleno, y todos esperando durante 15 minutos la interrupción, para luego continuar otra hora y media. ¿Te imaginas hoy eso?», comenta el director en alto. «Al final suprimimos ese pase porque perdió tirón y para los proyeccionistas, era agotador», explica.

PACO RODRIGUEZ

Clásicos maratones con comida, bebida o cojines

Una de las actividades clásicas de Cineuropa siempre fue el Maratón, la sesión final, y nocturna, de más de doce horas de proyección continua. «Antes terminaba sobre las 06.00 horas de la madrugada. En los últimos años se extiende hasta la mañana del día siguiente. Eso sí, se siguen agotando las entradas, ya días antes», explica agradecido Losa. «Es un ambiente totalmente diferente al del resto del certamen. En esa jornada Cineuropa se parece al festival de Sitges, incluyendo películas de terror o filmes que despiertan carcajadas a partir de situaciones absurdas o anacrónicas. Buscamos también la complicidad del público», añade, recordando cómo accedían con todo tipo de comida -hasta con turrones, ante la proximidad de la Navidad- o bebidas. «Hoy puede parecer insólito, pero antes no había tanto control», aclara. 

Imagen de archivo de un maratón de Cineuropa del año 2005
Imagen de archivo de un maratón de Cineuropa del año 2005 XOAN A. SOLER

«Muchos lograban mantenerse despiertos, pero entre título y título, era y aún es habitual echar una cabezadita», apunta con cariño por una jornada que siempre tuvo como protagonista a un público joven. «Traían hasta cojines para aguantar», añade recordando cómo esta macrosesión terminaba hace años con un chocolate con churros. «Siempre pensé que ahí se debió ligar mucho, pero no tengo constancia de ello», concluye riendo. 

Presentación de la pasada edición de Cineuropa.
Presentación de la pasada edición de Cineuropa. Paco Rodríguez