Mudarse de Santiago a Val do Dubra: «Ahora soy más reposada, bajé revoluciones»
VAL DO DUBRA
Claudia Fernández y Luis Camaño cumplieron su sueño tras la pandemia
17 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Vivir y trabajar en el centro de Santiago o a un paso de una parada de bus urbano es todo un privilegio, pero cada vez para más personas este lujo no es equiparable a que tu cueva vital sea una vivienda unifamiliar con amplias zonas verdes en la que poder gozar del silencio que solo rompen los ruidos de la naturaleza.
Claudia Fernández Fernández, de 41 años, y Luis Camaño Nieto, su pareja, de 49, conocen ambos modos de vida, porque durante cerca de veinte años vivieron en un piso en el centro de Santiago y hace menos de dos se mudaron con su hijo Teo y su gato Pepe a la conocida como Casa de Martín, en Paramos (Val do Dubra), una vivienda construida en 1930 que fue taberna, tienda, hogar de un canónigo y también un punto de gestión del correo. «Tiene mucha historia y dentro de lo que podamos, queremos mantener la esencia de la casa», explica ella, que guarda como oro en paño un mueble que quedó en la casa de su etapa eclesiástica y que prevé restaurar. Pepe no pudo disfrutar mucho del cambio de hogar, que durante poco tiempo compartió con el nuevo miembro de la familia, Cacahuete, un perro afable sin afán ni necesidad alguna de vigilar la casa, porque la tranquilidad es la norma en Paramos.
Cambiar ciudad por campo fue una decisión macerada durante años, ya que Claudia tiene muy buenos recuerdos de una infancia de abuelos y aldea y Luis siempre tuvo claro, tras pasar toda su infancia y adolescencia en Santa Comba, que no es nada urbanita porque «ata unha cidade como Santiago se me fai grande», explica, con la ventaja añadida de que «agora estou moito máis cerca da casa dos meus pais».
La pandemia les dio «el empujón definitivo» para el traslado, aunque supusiese un cambio importante a la hora de trabajar. Sobre todo para Claudia Fernández, psicóloga por cuenta propia y con consulta en pleno Ensanche, por lo que nada le quita una hora diaria de coche para ir y volver del trabajo. Y no le importa en absoluto. Es más, reconoce que gracias a este giro vital por fin desempolvó su carné de conducir y mandó a paseo su miedo al coche. Con la nueva casa, Claudia también cambió su relación con su profesión: «Trabajo de forma intensiva, entre diez y doce horas de lunes a jueves. Ese día dejo el teléfono del trabajo en la consulta y no lo enciendo hasta el lunes». En el caso de Luis Camaño su profesión juega a favor, ya que trabaja por turnos y con guardias como auxiliar de enfermería en la uci del Clínico. Y así puede concentrar su calendario laboral en menos días, por lo que, como le envidia Claudia, «él es el que puede conciliar de verdad mientras yo hago lo que puedo».
Con todo, esta viguesa de nacimiento y valdubresa de adopción reconoce que ha mejorado mucho su calidad de vida. «Estoy superadaptada a conducir y me cambió el chip en muchos aspectos, ahora soy más reposada, bajé mucho mis revoluciones».
Su hijo Teo estudia en el colegio de Portomouro, «que está a ocho kilómetros y llegamos en seis minutos». La pareja está tan contenta con el colegio y el ambiente dubrés como con su casa con finca. Claudia destaca que en la zona «hay mucha comunidad, nos sentimos muy arropados» y Luis añade que se integraron «desde o primeiro día. Cando fomos a Bembibre, a xente miraba para os tres e cando lle dixemos onde viviamos, gustoulles que mercásemos a Casa de Martín». Y la comunicación tecnológica no es ningún problema. «Temos mellor cobertura que no piso de Santiago», destaca Luis.
«Vivíamos nun piso de 60 metros e Teo comezou a andar xusto co confinamento»
Como a tantas personas, el parón del covid les cambió la vida, ya que ambos trabajaron a ritmo frenético, él en el hospital y ella en su céntrico piso compostelano. «Cando nos pillou a pandemia, vivíamos nun piso de sesenta metros cadrados. O confinamento decretouse o día 14, e xustiño catro días despois Teo, o noso fillo, comezou a camiñar», relata con gesto abrumado el padre, mientras Claudia recuerda aquellos meses como «un descontrol total», ya que buena parte de su trabajo lo tuvo que hacer sin perder de vista a su pequeño, al que todos sus interlocutores acabaron conociendo desde la pantalla del ordenador.
En ese momento ya tenían claro que querían educar a Teo en contacto con la naturaleza y con más espacio. Y nada más concluir el confinamiento vendieron su vivienda y comenzaron a buscar casa. Se mudaron a un piso de la familia de Luis en Santiago, y en él estuvieron durante dos años. Al principio miraron en zonas de Ames y Brión, pero los precios les resultaron excesivos. Y un día, en un portal inmobiliario encontraron la casa que ahora están recuperando. «Cuando vivíamos en Santiago e íbamos a ver a mis suegros pasábamos por aquí y yo le decía a Luis, ‘mira que casa tan bonita'. Por eso, cuando la vi a la venta nos acercamos. Y nada más entrar, nos enamoramos de ella», recuerda Claudia, sobre todo al comprobar el tamaño de la finca y la impresionante lareira que tiene el salón, con unas vistas tan verdes como kilométricas y con una ubicación asumible para ir al trabajo y llevar a Teo al colegio.