Visita a A Noia, en Trazo, donde el encanto lo ponen el paisaje y la iglesia

La Voz

TRAZO

CRISTÓBAL RAMÍREZ

El templo de Xavestre y su bien labrado cruceiro justifican ya por sí solos la visita

25 mar 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

El topónimo Noia es en este texto mero banderín de enganche, porque en realidad Noia —o para ser más exactos, A Noia— tiene poco que ver desde el punto de vista arquitectónico con la localidad que se extiende al borde de la ría a la que presta medio nombre (el otro lo cede Muros). Así que nada de ir por el corredor hacia la costa sino, desde Santiago, coger la carretera a Portomouro y desviarse inmediatamente por la DP-7804, en muy buen estado (¡Quién les diera a los ingleses tener una vía secundaria de este nivel!) para dejar a la derecha la iglesia de A Peregrina, un magnífico y voluminoso ejemplar que se merece una foto a la ida o a la vuelta.

Y es que A Noia está en Trazo. Su mera existencia es un jarro de agua fría para los mitómanos, porque la leyenda de que Noia, la de la ría, fue fundada por Noelia, una nieta de Noe, es eso, una preciosa leyenda, salvo que alguien crea que esa mujer iba por ahí fundando poblaciones. El propio profesor Fernando Cabezas, la máxima autoridad gallega en toponimia, dice en uno de sus libros que el topónimo es «de etimología difícil».

CRISTÓBAL RAMÍREZ

En fin, después del descenso al notable Ponte Albar el paisaje cambia. Al cruzar el Tambre —desde el camino de la izquierda se ve la obra en toda su magnitud— ya es Trazo, uno de los municipios más verdes de Galicia. Y siguiendo la carretera se llega a A Noia, algo menos de una decena de kilómetros después de haber cogido el desvío a A Peregrina. Esperan dos edificios tradicionales muy bien rehabilitados: la Casa da Pepa y la magnífica Casa da Escola, con su enorme chimenea. Frente a esta última, un café bar, el único de una ruta donde no hay gasolineras ni farmacias. A la derecha queda el muy ancho valle del Rego do Pazo, por las mañanas con unas nieblas que imprimen un carácter especial a ese territorio.

Y justo a los 300 metros de la salida de A Noia arranca a la derecha una pista sin asfaltar y a la mano contraria otra asfaltada. Cójase esta última, ascendente, porque a los 400 metros el excursionista se encontrará ante un bosque en un alto. Eso es ni más ni menos que el castro de Xavestre, aldea que queda a la izquierda presidida por su notable iglesia, que es lo único que destaca junto con una fuente en el medio de las casas y un palomar algo más allá.

Claro que solo la iglesia con su esbelto y bien labrado cruceiro con pousadoiro ya justifica por sí sola la visita. Sin duda se levantó en ese lugar cristianizando un entorno pagano como era el castro. ¿Y cuándo? Pues en los tiempos del románico, quizás en el siglo XIII. Lo demuestran en su lenguaje mudo pero muy explícito los canecillos de ese estilo que sostienen el alero del tejado y la sobresaliente ventana del ábside, que hoy alberga una estatua.

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Luego el templo sufrió —en el buen sentido— varias remodelaciones, sobre todo en los siglos XVII y XVIII. De esas épocas data la fachada, con la imagen de San Cristovo en una hornacina, bajo cuya advocación está puesta la iglesia. La torre con el campanario, de base cuadrada, es una muestra de poderío, de solidez. Otro elemento que humaniza el entorno, con el cementerio lo suficientemente apartado como para que no tape una imagen completa, es el doble conjunto de lápidas en el suelo, mucho más antiguo el que se extiende frente a la fachada que el lateral.

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Pero si todo ello es digno de admiración, no se puede obviar cómo se accede ahí. Porque se hace por alguna de las dos sobresalientes escaleras barrocas, inequívoca señal de que esas tierras permitían generar hace trescientos años un excedente que se dedicó a eso, a levantar un gran templo. Así que hambre, lo que se dice hambre, no se pasaba. Y al salir de Xavestre y regresar a casa la pregunta sigue en el aire: ¿de dónde viene el topónimo Noia?